La vida secreta de Fidel Castro
Por 17 años, Juan Reinaldo Sánchez fue parte del equipo élite de especialistas en seguridad de Cuba a cargo de proteger la vida y la privacidad de Fidel Castro. Pero en 1994, su lealtad quedó en duda cuando, aparte de tener una hija que vivía fuera del país, uno de sus hermanos se subió en una balsa con destino a la Florida. Fidel Castro lo echó.
Sánchez fue encarcelado por dos años y torturado. En 2008, desertó a Estados Unidos, con lo cual se ha convertido en el único miembro de la escolta personal del máximo líder en huir de la isla.
El mes pasado, Sánchez murió, semanas después de publicar en Estados Unidos la versión en inglés de La vida oculta de Fidel Castro (The Double Life of Fidel Castro), el libro que había publicado originalmente en España en 2014. El momento de su muerte ha hecho que algunos se pregunten si el largo brazo de la dictadura no lo alcanzó para vengarse por las revelaciones sobre su ex jefe. La causa oficial de su muerte fue reportada como cáncer de pulmón.
La leyenda de Castro como un gran revolucionario que se sacrifica por su gente es preservada con el ocultamiento de los detalles sobre su vida como un secreto de estado. La historia que cuenta Sánchez muestra al Castro verdadero: vengativo, ensimismado y dado a pataletas infantiles, conocidas como “tormentas tropicales”. “La mejor forma de vivir con él”, escribió Sánchez “era aceptar todo lo que decía y hacía”.
La traducción del libro al inglés llega en el momento justo. El gobierno del presidente Barack Obama acaba de sacar a Cuba de su lista de países que patrocinan el terrorismo, en medio de las críticas de los exiliados. Las preocupaciones de estos son sensatas: aunque se escuchan rumores de que la salud mental de Castro se ha deteriorado, el aparato de inteligencia que construyó, que se especializa en violencia para desestabilizar la democracia y trafica con drogas y armas, sigue tal y como ha sido por medio siglo.
Sánchez fue testigo presencial de la indiferencia de Castro a la pobreza cubana. El comandante daba discursos interminables pidiendo el sacrificio revolucionario, pero vivía a lo grande, con una isla privada, un yate, cerca de 20 casas por toda Cuba, un chef personal, un doctor de tiempo completo y una dieta cuidadosamente seleccionada y preparada.
Cuando una compañía canadiense ofreció construir un centro deportivo moderno para el país, Castro usó la donación para crear una cancha de baloncesto privada. Sin importar a qué lugar del mundo viajaba, su cama era desarmada y enviada con anterioridad para asegurar la comodidad que exigía.
Castro estaba obsesionado con expandir su revolución. En las afueras de La Habana, en un campo secreto llamado Punto Cero de Guanabo, escribió Sánchez, Cuba “entrenaba, formaba y asesoraba a movimientos guerrilleros [y organizaciones] de todo el mundo”. Reclutas de lugares como Venezuela, Colombia, Chile y Nicaragua practicaban el secuestro de aviones y aprendían a usar explosivos.
“El Chile de Salvador Allende a principios de los 70”, escribió Sánchez “era sin lugar a dudas el país en el que la influencia cubana había penetrado con mayor profundidad. Fidel dedicó un enorme esfuerzo y recursos a ello” y lo infiltró a fondo con operativos de inteligencia cubana.
Sánchez supo sobre lo que había sucedido en Chile de boca de Manuel Piñeiro, el conocido jefe de espías revolucionarios de Castro quien “estaba siempre rondando cerca del palacio presidencial” hablando de ello.
El régimen cubano “penetró e infiltró el séquito de Allende” con el objetivo de crear “un aliado incondicional en Santiago de Chile”. Los marxistas “Miguel Enríquez, el líder del Movimiento de Izquierda Revolucionaria de Chile, y Andrés Pascal Allende, cofundador de ese movimiento radical y sobrino del presidente Allende” eran protegidos de Castro que entrenaron en Cuba.
Beatriz, la hija de Allende que estaba casada con un diplomático cubano en Santiago, persuadió a su padre de despedir a la guardia presidencial que había heredado. Fue reemplazada con “militantes de la izquierda” incluyendo agentes cubanos. Después de la caída de Allende, Castro continuó entrenando reclutas chilenos en Cuba. Uno de ellos fue Juan Gutiérrez Fischmann, quien según Sánchez ha sido “buscado desde hace mucho tiempo por la Interpol” por su papel en el asesinato del senador chileno Jaime Guzmán.
Un día en 1988, mientras Sánchez hacía guardia afuera de la oficina de Castro, el comandante recibió al ministro del Interior. Castro le indicó a Sánchez que rompiera con la rutina y no grabara la reunión de manera secreta.
Cuando pasó el tiempo y Castro no abrió la puerta para pedir un whisky como siempre lo hacía, un curioso Sánchez se puso sus audífonos y escuchó cómo los dos hombres discutían una “enorme transacción de tráfico de drogas” que se “estaba llevando a cabo en los niveles más altos del estado”. Ahí fue cuando la venda se cayó de sus ojos, dijo Sánchez en una entrevista en Miami en octubre.
Al año siguiente, Castro condenó a morir frente al pelotón de fusilamiento por tráfico de drogas al general Arnoldo Ochoa, el héroe militar cubano más admirado desde la Bahía de Cochinos hasta el conflicto en Angola, y a otros tres altos mandos militares.
Sánchez se dio cuenta de que Fidel usaba a las personas “y luego se deshacía de ellas sin el más mínimo tapujo”. Es la historia de la Revolución Cubana, pero no está claro si el gobierno de Barack Obama lo entiende.
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