Por qué el Acuerdo Transpacífico no se parece al Nafta
Un camión transporta un contenedor en el puerto de Qingdao, China.
Detractores del tratado impulsado por el presidente Barack Obama entre 12 países del océano Pacífico lo han criticado en reiteradas ocasiones como el “Nafta en esteroides” a señalarlo como ejemplo de lo que puede salir mal con el libre comercio.
No obstante, al comparar el Acuerdo Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés) con el pacto de 1994 con México, los críticos tal vez hayan elegido el blanco equivocado. No se trata del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, sino el ingreso de China a la Organización Mundial del Comercio en 2001 lo que ofrece una señal de advertencia a los legisladores que probablemente volverán a votar esta semana sobre si otorgarle a Obama autoridad para completar el TPP.
Tanto con México como con China, Estados Unidos esperaba no sólo beneficiarse de un incremento de las exportaciones, sino también impulsar reformas liberales en esos países y fortalecer lazos geopolíticos. De los dos, el Nafta estuvo más cerca de cumplir esa promesa.
Los detractores indican que EE.UU. pasó de tener un pequeño superávit con México en 1994 a un déficit de US$30.000 millones, o 0,3% de la producción económica total, en 2000. No obstante, eso tuvo poco que ver con el Nafta. El año después de entrar en vigor, México sufrió una severa crisis financiera y el peso se derrumbó. La depreciación y la consiguiente recesión provocaron un colapso de las importaciones mexicanas.
Cuando se estabilizó el peso y México salió de la recesión, el superávit persistió, pero con un comercio bilateral de envergadura, y creciente, como telón de fondo. La inversión transfronteriza y las cadenas de suministro crecieron de forma considerable.
El Nafta, que también incluyó a Canadá, costó algunos empleos o ingresos a trabajadores estadounidenses. En total, sin embargo, tanto México como EE.UU. salieron beneficiados, si bien es difícil de demostrar dada la diversidad de influencias en el crecimiento de ambos países, el relativamente pequeño tamaño del comercio mexicano comparado con EE.UU. y los numerosos obstáculos al desarrollo que aún enfrentan las familias más pobres de México.
Aunque el beneficio económico del Nafta probablemente fue modesto, las ganancias políticas no lo fueron. El gobierno mexicano vio el Nafta “como un medio para institucionalizar las nuevas políticas de apertura y una señal de que serán duraderas”, recuerda Aaron Tornell, un funcionario del gobierno mexicano de principios de los años 90 que ahora enseña en la Universidad de California en Los Ángeles.
La experiencia con China fue inicialmente similar, tanto que el presidente Bill Clinton declaró en 2000 que el ingreso de ese país a la OMC alentaría la apertura económica y “fortalecería el estado de derecho”.
China aprovechó el ingreso a la OMC para reformar empresas estatales ineficientes y llevar a cabo cambios de mercado, que ayudaron a propulsar un marcado aumento de los estándares de vida de los chinos. Ante la menor amenaza de aranceles más altos, las empresas occidentales se instalaron en China para exportar productos a EE.UU., lo que impulsó las importaciones del gigante asiático. Los trabajadores estadounidenses sufrieron a una escala mucho mayor que con el comercio con México. Un estudio concluye que el incremento del comercio con China costó más de dos millones de empleos en EE.UU.
Las exportaciones de EE.UU. a China crecieron rápido pero están lejos de disfrutar del mismo éxito que tuvieron con México. El déficit comercial con China se disparó de US$83.000 millones en 2001 a US$268.000 millones en 2008, o 1,8% de la producción económica de EE.UU. El año pasado, las exportaciones de EE.UU. a China representaron apenas 27% de las importaciones; la cifra comparable con México fue de 82%.
Varios factores limitaron el éxito de los productores estadounidenses en China. Al igual que con México, uno fue la moneda barata. Sin embargo, a diferencia de México, China mantuvo su divisa depreciada como una política deliberada para impulsar las exportaciones y suprimir las importaciones, impuesta a través de controles de capital.
A diferencia de México, la liberalización del comercio con China no produjo un régimen económico y político más liberal. El impulso liberalizador en torno al ingreso a la OMC empezó a desvanecerse alrededor de 2006. China cumplió en gran medida con sus obligaciones con la OMC, pero halló múltiples avenidas para subsidiar empresas nacionales y discriminar contra compañías extranjeras. China se volvió políticamente más represiva en su territorio y hostil con sus vecinos.
Dado lo bajos que son los aranceles de EE.UU. con la mayoría de los países del TPP, su impacto probablemente será mucho más pequeño que con el Nafta o el ingreso de China a la OMC. De todos modos, hay lecciones. Una es que el impacto de un tratado comercial puede verse abrumado por otros factores, como las políticas cambiarias. Definir la manipulación cambiaria sin poner en riesgo una política monetaria legítima probablemente siga siendo demasiado difícil de incluir en el TPP. No obstante, es una buena razón para ser precavidos a la hora de admitir a China en un futuro inmediato.
La segunda lección es tomar con pinzas las promesas de beneficios no económicos de la liberalización comercial. Si dudas, aquellos países que quieran usar el TPP para liberalizar sus economías deberían ser elogiadas. Sin embargo, el hecho de que finalmente tengan éxito dependerá menos del tratado y más de las prioridades políticas de cada país.
- 12 de enero, 2025
- 14 de septiembre, 2015
- 16 de junio, 2012
- 8 de junio, 2012
Artículo de blog relacionados
BBC Mundo La Corte Internacional de Justicia de la Haya concedió a Honduras...
8 de octubre, 2007Editorial – ABC El Gobierno socialista se equivoca al pretender ignorar la...
5 de marzo, 2010Por Colin P.A. Jones El Instituto independiente Las sociedades conyugales podrían diseñarse a...
2 de diciembre, 2023Por Marcos Carrillo El Universal No puede sino causar un inmenso estupor la...
11 de mayo, 2012