Destrucción de valores: Gramsci y la “violencia de género” en Argentina
Argentina es un país gobernado desde hace 12 años por un grupo que, desde el vamos, tenía en su haber la desaparición de mil millones de dólares de una provincia. Un gobernador que llegó a la presidencia favorecido por un presidente provisorio (Duhalde) para evitar la llegada de Carlos Menem a su tercera presidencia, había sacado fuera del país ese dinero y nunca más se supo de él. Llegó a presidente con el 22% de los votos después de que Menem renunciara a participar en la segunda vuelta electoral. El gobierno de Kirchner, seguido después del de su mujer, se dedicó a construir un imperio propio al rededor del estado. Administró el país como si fuera un botín. Para eso se alió a la primitiva izquierda violenta del peronismo, reavivando juicios de derechos humanos, a costa de tirar por la borda todo tipo de garantías constitucionales. También fue apoyado en eso por todo el país “bienpensante”, porque el valor máximo de la corrección política era estar contra Menem y Kirchner ofrecía la vuelta al estatismo más acérrimo. Practicó una receta estrictamente populista para acrecentar su poder. Es decir, la explotación de cualquier debilidad para legitimar el poder absoluto y la expoliación masiva en favor de su grupo.
Parte importante del método político kirchnerista ha sido favorecer al delito. No solo el propio, sino el común. Instalar jueces que propician que los delincuentes son víctimas de la sociedad y que luchar contra el delito es luchar contra los pobres. Suena absurdo para cualquiera, pero esto que acabo de decir es bastante textual, no se trata de una exageración. Toda protesta por el delito callejero era tomada por un gran aparato de propaganda como fascismo. El kirchnerismo fue la primera banda política en tener su propia agrupación de delincuentes en las cárceles, llamada “Vatayón militante”, así, con V.
Esto último es también parte de una metodología gramsciana de destrucción de valores (incluída la V). No porque detrás haya una utopía socialista, sino el interés de una banda por tener todo el poder y el control y quedarse con los recursos. Nada tiene que valer, porque el individuo debe ser sometido a unas condiciones en las que no pueda confiar en su propio juicio. Eso lo hace fácil de manejar.
Otra parte de la metodología es la creación y utilización del mito, al que llaman “relato”. Los “derechos humanos” son el mito que incorporaron, bajo el cual justificaron todo tipo de defraudaciones al fisco. Convirtieron a las Madres de Plaza de Mayo en una empresa constructora de viviendas y produjeron un desfalco de unos trescientos millones de dólares. Bonafini al identificarse con los derechos humanos era intocable. Podía emitir cheques sin fondos que los jueces no se atrevían a tocarla. Esa era justo el tipo de impunidad que Kirchner vio que podría lograr subiéndose a la ola izquierdista. Para kirchner la “ideología” era una cobertura para robar, como lo es para todos sus seguidores hoy, ninguno de los cuales hace referencia a ideas, sino sólo conflictos donde ellos son buenos y quienes se oponen son malos. Es decir, populismo.
Los medios fueron controlados mediante la pauta oficial, las amenazas y el uso de los organismos de inteligencia. Durante los primeros años del kirchnerismo la política fue prohibida de hecho en la televisión abierta y ya promediando su mandato, también en la televisión por cable. La información se despolitizó como en los años de gobiernos militares. Solo después de romperse la relación de la banda de kirchner con el grupo Clarín, volvió de a poco el periodismo. A partir de ahí, Kirchner comenzó un plan de conquista cultural comprando personajes de la farándula para que lo defendieran de cualquier cosa, e incorporando jóvenes sin escrúpulos con grandes sueldos para realizar trabajos partidarios con dinero del estado. Armó su propio sistema de propaganda para reemplazar a Clarín. Su propósito fundamental era denostar a los adversarios para mantener al país en conflicto permanente. A esto le llamó la propaganda “revalorizar a la política”, aunque era precisamente lo contrario a lo que habían hecho. Retiraron la política y después la reemplazaron por grupos de fanáticos que carecen de opinión propia o de ideas. Nada más toman partido en el momento que se los indica el poder, contra aquellos que les indica el poder.
Volviendo a la seguridad, el índice de delitos creció exponencialmente. La policía fue instruida para no recibir denuncias de modo de manejar las estadísticas. La sociedad así se mantenía atemorizada y anulada políticamente y entretenida con los conflictos preparados por el estado. Todo fue reemplazado por peleas de la farándula decadente.
El populismo requiere utilizar el resentimiento. El estado es el que pone fin a las “injusticias sociales”. Entonces mientras a un argentino se lo puede matar en la calle en nombre de la lucha de clases, nadie puede decirle a otro cosas discriminatorias como hacer alusión a su peso, estatura etc. El gobierno administrativamente sanciona toda discriminación de modo estricto, reitero, mientras avala los crímenes. La razón es que la discriminación alude a actividades antipáticas de la población pacífica, donde el gobierno puede meterse para dividir. No produce ningún efecto en el comportamiento antipático, no es lo que le interesa. Sino mantener disciplinada a la sociedad y acostumbrada a que el gobierno produce las consignas y la sociedad obedece.
La introducción ha sido larga para llegar a la cuestión del título, la llamada “violencia de género”. La ley en cuestión fue sancionada en el año 2009, pero en plena campaña electoral de este año 2015, el estado ha iniciado una campaña para que en todos los programas de televisión y radio se convierta en el monotema la llamada “violencia de género” y el “femicidio”. Cualquiera diría siguiendo los medios argentinos que de repente los hombres se han puesto a matar mujeres y de modo no menos repentino, al gobierno le empiezan a importar los crímenes. Pero en realidad es todo lo contrario.
Primera aclaración. El Código Penal argentino sanciona al homicidio, como no podía ser de otra manera. El homicidio no hace ninguna referencia de género, es sólo el idioma castellano. Se sancionan del mismo modo las muertes de varones y mujeres. En segundo lugar, uno de los agravantes del homicidio es la “alevosía”, es decir la debilidad de la víctima aprovechada por el victimario. No importa si uno u otro son varón y mujer. La alevosía incluye cualquier evidente desproporción. Con ello abarca también el delito contra los niños.
La introducción del género es una forma de colectivizar la responsabilidad e introducir la idea de que lo importante no es matar sino a quién matar. A su vez expandir la noción de que los hombres matan a las mujeres y no que determinados individuos son responsables de actos criminales y como tales deben ser castigados. La responsabilidad se diluye en un conflicto político general. Así como cuando matan a alguien en la calle para robarle el reloj, se trata del ejercicio de la lucha de clases, cuando un hombre mata a una mujer, se trata del conflicto entre el género masculino, contra el femenino. Se expande una culpa general, quién no se adose a la campaña también entra en el sector de los sospechosos. Hay que obedecer, seguir las consignas oficiales y la de cualquiera que grite desigualdad, de otro modo uno se coloca en el lugar de “feminicida”.
A su vez cuando empieza a importar si el muerto es varón (instrumento de la lucha de clases) o mujer (víctima de todo el genero masculino), el homicidio en si pierde valor. Se lo reemplaza por una lucha igual de inventada que la de clases para promover el resentimiento y el poder del estado. Se reemplaza el problema de justicia que hay detrás del crimen, por el problema de “igualdad de género” que hay en el programa político oficial. La destrucción de la justicia como valor que da más protagonista al tirano como protector.
La ley en si mezcla los delitos cometidos contra la mujer, que ya tenían recepción legal, con la igualación forzada, la creación de organismos culpabilizadores que no tienen nada que ver con la lucha contra el crimen y el otorgamiento de poder a la mujer que es estigmatizada como débil, con independencia del pensamiento retrógrado, para que pueda utilizar al estado cada vez que se vea contradicha o enfrentada sin violencia por un hombre. Los hombres matan a las mujeres porque no hay igualdad, ese es el mensaje.
La sociedad rendida no enfrenta nada de esto. El plan es muy eficiente en la destrucción de valores y el sembrar divisiones creando pequeños déspotas que le van indicando a los demás cómo deben pensar o comportarse. A su vez la educación enseña a alejarse de las abstracciones y los significados de las cosas. Parece dar lo mismo luchar contra la violencia familiar de cualquier tipo, que convertirlo en una lucha de géneros. Todo tiene que dar lo mismo para que la oveja en lugar de sentirse esclava se sienta protegida. Quién lo denuncie contará con poco respaldo. Mi problema es que no lo puedo evitar.
Todo delito debe ser combatido sin convertirlo en instrumento de objetivos políticos. Esa no es una lucha colectivista, es la protección del individuo, contra la agresión de otro individuo o de un grupo.
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