Argentina: De jueces, candidatos e hipotecas…
Muy difícil entender un país donde una figura mediática tripulando un avión de línea, de la noche a la mañana, se convierte en protagonista, y logra desplazar la atención que debería estar centrada en el Poder Judicial de la Nación. Ahí está y estuvo siempre el germen de la corrupción. Una justicia independiente hubiera repartido castigos de manera tal que no avanzará a niveles escandalosos la inmoralidad.
¿Por qué digo esto? Porque el problema de la Justicia no es nuevo aunque en este ahora se halle directamente amenazada y amenace en consecuencia, a toda la estructura política y social. Ya en el año 2001, el ex presidente y entonces senador Raúl Alfonsín, fue fotografiado leyendo en su banca del Senado un papelito que decía: “El juez que hay que cajonear es Antelo”. Guillermo Antelo precisamente había sido propuesto para integrar la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil y Comercial Federal. Este amargo recuerdo solo es rescatable a fin de observar que las prácticas políticas que tanto indignan hoy en Argentina, tienen larga vida.
No fueron erradicadas de plano, no hubo suficiente indignación en la sociedad para que los castigos a estas tretas amilanaran a otros políticos. Nunca nadie fue culpable de nada. O siempre hubo un juez presto a sobreseer al responsable. Esta realidad fue gestando paulatinamente en la gente una cultura de indiferencia e incredulidad que perdura hasta nuestros días. Nada más peligroso para una democracia que un pueblo hastiado y apático, y el argentino – aún bienintencionado con sus marchas y cacerolazos – tiene mucho de ello y también sobredosis de espanto.
En ese contexto, el Poder Judicial fue perdiendo respeto. Jueces como Norberto Oyarbide o Francisco Trovato cooperaron al descrédito. Como pasa siempre, las generalizaciones son poco felices porque la infección no abarca nunca a la totalidad del cuerpo judicial. Hay jueces haciendo lo que deben hacer sin temor a “represalias” ni a aprietes.
Lo cierto es que urge que los ojos de la gente se posen en ese poder que está siendo desmantelado sin ninguna contemplación ética ni moral. El gobierno ha hecho lo que quizo desde que asumió la Presidencia, es verdad, pero es necesario un punto final. Esperar a Octubre puede costar demasiado caro a una democracia que ya está en coma cuatro. Si bien se mira, hoy es menos importante quienes son los candidatos, qué hace o deshace Cristina que aquello que sucede en el Palacio de Justicia. Si hay cabal conciencia de ello en la sociedad o no es otra cuestión.
El kirchnerismo tiene apenas una debilidad: confesó su meta. Van por todo, y como aún no se ha votado, siguen arrasando. Intacta la capacidad de daño, intactos sus objetivos de máxima: perpetuarse en el poder más allá del cargo, y ante todo la impunidad que han tenido hasta acá.
Actúan como si Octubre fuese un trámite, gran parte del periodismo coopera o se suma a ese juego, la desesperanza ciudadana hace el resto. En ese contexto, todas son especulaciones acerca de qué hará o como hará Daniel Scioli, acorralado por Carlos Zannini y La Cámpora, para gobernar. ¿Será el hombre servil que todo lo soporta o traicionará? Polémicas indefinidas, características de un peronismo desvencijado que ya ni siquiera asombran demasiado.
Sin embargo, aún no se ha votado. Sumarse al “operativo triunfo” precipitado no aporta un ápice a la hora de analizar el escenario donde toca actuar. El gobernador de Buenos Aires además ha cometido un error: sentenció al país a un futuro donde la militancia arcaica y fanatizada maneje las riendas del poder: “La Cámpora es el presente y el futuro de la Argentina”, dijo sin ponerse colorado.
Pero La Cámpora no es siquiera un grupo político organizado sino un conglomerado de fanáticos y ambiciosos capaces de vender a la madre por un buen cargo. Frente a esto, el indeciso puede no acordar con Mauricio Macri y los demás candidatos de la oposición, pero difícilmente, si aún no lo ha hecho, se volcará por el oficialismo que promete la continuidad de la violencia, del estilo barra brava, en definitiva, de lo que se ha llamado “grieta”: enfrentamiento e intolerancia ante aquel que piense distinto, y siempre en un contexto de impunidad, de privilegios para sí mismos.
De ese modo, es altamente probable que esa porción del electorado busque orientar su voto hacia otra opción a no ser que de prioridad al bolsillo del cortoplacismo efimero, y no se inmute frente a la inseguridad, al maltrato, a la mentira sistemática, y al robo generalizado dentro de los despachos. Solo inauguraciones, muchas de las cuales ya fueron inauguradas, naderías a la hora de calificar una gestión de Estado, y el viejo discurso de que ellos han sido los hacedores de una Argentina fantástica que no existe más allá del relato.
Viene a cuento citar las declaraciones de Abel Albino, titular de la Fundación Connin para argumentar lo dicho: “Cuando el Rockefeller Center se empezó a construir, el Cavanagh ya existía. Mendoza tuvo oleoductos antes que Standard Oil. El subterráneo de Buenos Aires estuvo en 1913 junto al de Moscú, París, Londres y Nueva York. La primera sucursal del Bank Boston se abrió en Buenos Aires. La Ford abrió sus primeras plantas en París, Londres y Buenos Aires. La única tienda Harod’s fuera de Inglaterra fue en la peatonal Florida, por eso cuando escucho que dicen ‘nunca estuvimos mejor’, digo estos tipos están hablando solo de ellos”
Demasiada contundencia. Los Kirchner le han hecho un daño enorme a la Argentina, agitaron a una sociedad tranquila, echaron ácido a las heridas, reinventaron a su antojo el pasado, asfixiaron al campo y a la clase media, y distribuyeron la pobreza para que la clientela estuviese asegurada a la hora de necesitarla. Doce años es una infancia, la época donde quedan grabadas a fuego las más temibles marcas. Se ha retrocedido en demasía y se ha avanzado en subsidiarlo todo de manera que si hace calor la luz escasea pero si hace frío la luz también escasea.
El consumo del que se pavonean no estuvo acompañado de inversiones y desarrollo que permitan disfrutarlo. La calidad de vida se redujo a un nuevo plasma o un smartphone alta gama, las fechas patrias se desdibujaron frente a los fines de semana largos, se cortaron las raíces pero también las ramas.
Y lo que es más grave todavía, hipotecaron el futuro de la Argentina. Si esto no cuenta a la hora de emitir el voto es porque nos representa más una Victoria Xipolitakis que un presidente como Dios manda. Seguramente, el próximo gobierno, del color y tinte que sea, no podrá ser del todo bueno teniendo en cuenta la herencia, pero es menester advertir sin cansarse, que una cosa es un mal gobierno y otra muy distinta es un gobierno malo y perverso.
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