Dictadura en democracia
Democracia y dictadura no son antónimos. De hecho, pueden coexistir. Una democracia en el sentido literal es aquella en la que el Gobierno resulta de una elección popular. Este elemento por sí solo no garantiza las libertades de los individuos y es posible que resulte en un absolutismo o autoritarismo, regímenes en los cuales se ejerce el poder de forma dictatorial.
El politólogo Giovanni Sartori explica que “la división de poderes y el respeto a la ley son adquisiciones del Estado liberal-constitucional. Por lo tanto, una democracia ‘pura’ (que no sea ni liberal ni constitucional) puede muy bien convertirse en absoluta: la hipótesis de un ‘absolutismo-democrático’”.
El filósofo Bertrand de Jouvenel en su obra Sobre el poder incluso dedica un capítulo a describir “la democracia totalitaria”. De Jouvenel explica la “ficción democrática” así: “No hay institución que permita que cada persona participe en el ejercicio del poder, por la sencilla razón de que este es mando y todos no pueden mandar. La soberanía del pueblo no pasa de ser una ficción; una ficción que a la larga no puede menos de destruir las libertades individuales”. La ficción democrática, agrega De Jouvenel, es la que les confiere a los gobernantes la autoridad sobre todo y “mientras proclama la soberanía del pueblo, la limita exclusivamente a la elección de los delegados, que son los que tienen el pleno ejercicio de la misma. Los miembros de la sociedad son ciudadanos un solo día y súbditos cuatro años”.
Pero volviendo a la falsa dicotomía entre dictadura y democracia, consideremos cómo Sartori define a la dictadura: “Una forma de Estado y una estructura de poder que permite su uso ilimitado (absoluto) y discrecional (arbitrario). El Estado dictatorial es el Estado inconstitucional, un Estado en el cual el dictador viola la Constitución, o escribe una Constitución que le permita todo. Por un motivo u otro, el dictador es legibus solutus [libre de ataduras legales]”.
Todo esto no es para perder fe en la democracia como un mecanismo pacífico para asegurar la alternancia en el poder. El filósofo Karl Popper explica en su libro La sociedad abierta y sus enemigos que para que la democracia funcione (léase que garantice la sociedad abierta) sus principales actores deben exigir que “los poderes de los gobernantes deben ser limitados” de tal forma que puedan, entre otras cosas, ser removidos por los gobernados sin que corra sangre. Popper agrega que uno podría simplificar las cosas distinguiendo básicamente entre dos tipos de gobiernos: los que tienen instituciones que limitan el poder y permiten la remoción pacífica de los gobernantes (democracias) y las tiranías.
Finalmente, Popper dice: “Es hora de que aprendamos que la pregunta de ‘¿quién debe ejercer el poder del Estado?’ importa poco si se la compara con la pregunta de ‘¿cómo es ejercido el poder?’ y ‘¿qué tanto poder se ejerce?’”. Debemos aprender que a largo plazo todos los problemas políticos son problemas institucionales, problemas del marco legal en lugar de las personas, y el progreso hacia más igualdad puede ser asegurado solamente mediante el control institucional del poder”. Dicho de otra forma, el problema no es quién gobierna, sino cuánto poder estamos dispuestos a darle y cómo le permitimos que lo ejerza. Nuestra experiencia indica que hemos sido peligrosamente generosos y permisivos.
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