Un papa propenso a abrazar las raíces del populismo latinoamericano
BOLONIA.- En dos años, Francisco ya visitó varios países de América latina. Y no lo duden: él causa un gran temblor político. ¿Por qué? ¿No son visitas pastorales? Así es. Y precisamente por eso causan temblores. Guste o no, la religión está en la base de las civilizaciones. Es la sal de la cultura, ordena los valores de las sociedades; como tal, orienta la política. El Papa lo sabe muy bien: no casualmente se casó con la "teología de la cultura". El temblor, en realidad, ya se siente. Se ve en Roma, donde los presidentes latinoamericanos se precipitan para pedir audiencias, sacarse una foto, llevarse una bendición. Algunos de ellos, varias veces?
"Usan al Papa", gritan los inocentes. Pero no crean que un viejo jesuita se deja manipular. Al revés. Todo presidente que sintió necesidad de arrodillarse frente a su autoridad admitió que el fundamento antropológico de la cultura latinoamericana y la legitimidad de sus sistemas políticos no radican en el pacto político: por encima de él está su herencia católica, cuyo custodio es el pueblo, comunidad pura y sin fisuras.
El Papa piensa o desea reconquistar América latina para la cristiandad; es su oficio. ¿Quién solucionará el diferendo entre Estados Unidos y Cuba? El Papa. ¿Quién logrará devolverle a Bolivia la salida al mar? El Papa. ¿Quién unirá a la "patria grande"? El Papa. Como corresponde: ¿sobre qué puede basarse, al final, si no sobre el acervo católico?
A primera vista, Francisco dice cosas que quien tenga un poco de sensatez suscribe: garantizar la paz, combatir el hambre, proteger la naturaleza, priorizar al humano y su dignidad, luchar contra la explotación, la desigualdad, la cultura del descarte.
Claro, se puede objetar que sus diatribas en contra de la economía de mercado son simplistas y no ayudan a combatir la pobreza, y que su forma de demonizar el dinero recuerda la que en un tiempo la Iglesia reservaba al sexo. Pero las palabras del Papa son populares, reflejan el sentido común.
Si se las mira en una perspectiva histórica, sin embargo, son menos inocuas. En ese sentido, Francisco tiene enemigos: para Jorge Bergoglio, eran "la racionalidad iluminista" y las clases medias de América latina, enfermas de "mentalidad colonial", laicas, consumistas.
Y tiene preferencias: "Los movimientos populares de signo nacional", vehículos de la cultura católica. ¿La política, la Constitución, la democracia, el Estado de Derecho? Muy bien. Pero antes está la "cultura", sobre la cual deben inspirarse las instituciones políticas para conservar su legitimidad.
¿Sorprende la preferencia del Papa por los gobiernos populistas? Claro, no son todos iguales entre ellos. Pero es secundario: los Morales, los Castro, los Correa, los peronistas, los chavistas y los sandinistas encarnan lo nacional y lo popular. Los otros son de otro palo. Son éstas las raíces del populismo en América latina y Bergoglio siempre adhirió a ellas.
Es cierto, hubo un tiempo en que el populismo se fue por otro camino. Pero ya el comunismo pasó y el Papa está feliz de poder reconducir al redil a las ovejas desorientadas. ¿Acaso la fe comunista no había sido la herejía cristiana del siglo XX? ¡Así que nadie le pida a Rafael Correa aprobar una ley sobre el aborto! Y qué rápido fue Evo Morales en marginar sus rituales incaicos.
Nicolás Maduro hoy, como Hugo Chávez ayer, invoca a Cristo, y el "enemigo colonial" es el opositor Henrique Capriles, demasiado laico. ¿Y Raúl Castro? Ya volvió a las fuentes jesuíticas que siempre inspiraron al régimen cubano. ¿Cristina Kirchner? Mutatis mutandis, lo mismo.
Más que las palabras de Francisco, sin embargo, hacen ruido sus silencios. ¿Por qué tanto escándalo contra la "cultura del descarte" y ni una palabra para las víctimas de la represión en Cuba o en Venezuela? ¿Acaso no tienen dignidad? ¿El papa político le gana en esos casos al pastor? Qué decir del arzobispo de La Habana, Jaime Ortega, hombre cercano al Papa, y de sus grotescas declaraciones: en Cuba no hay prisioneros políticos. Mientras, una conocida artista era llevada a la cárcel por leer a Hannah Arendt en la calle.
¿Por qué el Papa lleva flores a la isla de Lampedusa, lugar simbólico del egoísmo europeo frente a la inmigración, y nunca pensó hacerlo en el Malecón de La Habana? ¡Miles de personas han muerto en el estrecho de Florida tratando de evadir la isla! Silencio.
Y raras y tímidas palabras sobre las violaciones de la independencia del Poder Judicial, los ataques a la prensa, el clientelismo descarado, el uso del Estado como patrimonio del poder en nombre del pueblo.
¿Habrá entendido la Iglesia el drama del populismo, el grado de destrucción institucional, de descalabro económico, de división social e ideológica causados en nombre del monopolio sobre "lo popular"? ¿O repetirá el error pensando que ha sido un éxito?
El autor es profesor de historia en la Universidad de Bolonia.
- 23 de julio, 2015
- 19 de diciembre, 2024
- 29 de febrero, 2016
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