Los rehenes del presente
Durante su sprint final en la Casa Blanca el presidente Barack Obama acelera su política de engagement con viejos adversarios políticos como los regímenes comunistas de Cuba y Vietnam.
En lo referente a las relaciones con La Habana, éstas avanzan y ya es cuestión de días antes de que ondeen las banderas estadounidense y cubana en sus respectivas embajadas. En el marco de la doctrina de acercamiento con la dictadura castrista, desde el principio la administración Obama ha puntualizado que si bien lamenta las violaciones a los derechos humanos que se cometen en Cuba, esto no es óbice para estrechar lazos entre los dos países.
Sin ir más lejos, en vísperas de que haya reapertura de embajadas después de más de medio siglo de guerra fría, el gobierno cubano ha recrudecido la represión contra los opositores. Ante esta nueva oleada de ataques por parte de la policía política, una vez más el Departamento de Estado ha lamentado los malos modos de un vecino conflictivo al que hoy se le tiende la mano.
Salvo que algún día el régimen castrista tenga la voluntad de iniciar una transición que desmonte su modelo totalitario, a medio plazo todo indica que se consolida un sistema de partido único con mayores espacios económicos (aunque vigilados por el estado) para los cubanos y los inversionistas extranjeros. La disidencia y todos aquellos que aspiran a que haya libertad plena en la isla parecen estar condenados a las arbitrariedades de los Castro. Por otra parte, tampoco cuentan con el apoyo de una Iglesia cuya máxima figura, el cardenal Jaime Ortega, le resta importancia al presidio político y considera “inoportuno” que lo molesten con listas de presos políticos en un ágape social.
Pero el caso de Cuba no es aislado en este momento de deshielos. La semana pasada Obama recibía en la Casa Blanca a Nguyen Phu Trong, el hombre fuerte del gobierno comunista de Vietnam, mientras grupos de exiliados se manifestaban en la calle contra los atropellos a los derechos humanos y la persecución religiosa que inflige el régimen de Hanoi. No faltaron las palabras de solidaridad del presidente con la oposición, pero su prioridad es la de estrechar lazos económicos y llevar adelante el acuerdo comercial Transpacífico, algo que lamentó John Sifton, de Human Rights Watch: “…porque Vietnam ha hecho tan poco en los últimos meses para merecer el premio de ser recibido en el Despacho Oval.” Y es que los comunistas gobiernan en el país asiático con mano de hierro a pesar de las tímidas aperturas y los reclamos para atraer a los turistas.
Un día antes de que Obama se reuniera con el líder vietnamita, el Dalai Lama, jefe espiritual de los tibetanos en el exilio, celebraba en California su ochenta cumpleaños a la vez que las autoridades chinas montaban un operativo en su tierra natal para impedir que sus seguidores organizaran eventos conmemorativos. En su empeño por silenciar al Dalai, el gobierno de Xi Jingping ordenó detenciones y redadas contra los monjes, una vieja táctica represiva que pervive a pesar del acercamiento que Estados Unidos inició con la China comunista desde los tiempos de la jefatura de Nixon en la década de los setenta. Desde entonces, los presidentes electos se han sucedido en la Casa Blanca mientras que en Pekín se ha mantenido un sistema de partido único que hasta el día de hoy persigue a los opositores.
En su carrera por dejar la impronta de su legado político, Obama ha reiterado que Estados Unidos no será rehén del pasado ni con Cuba ni con otros viejos enemigos. Pero ¿quién se ocupará de los rehenes del presente?
© Firmas Press
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