El «Fuera Correa, fuera», regresa a Ecuador
A fines de junio pasado, Quito y Guayaquil fueron escenario de gigantescas manifestaciones pacíficas de repudio al autoritario presidente de Ecuador, Rafael Correa. Como es ya habitual en nuestra región, fueron convocadas a través de las redes sociales. Los alcaldes de ambas ciudades, Mauricio Rodas y el veterano Jaime Nebot, se unieron a la gente, encabezando las protestas masivas.
En otras manifestaciones simultáneas, en Machala y Cuenca, también las más altas autoridades locales se unieron a las manifestaciones de protesta. La excusa puntual apuntó al aumento del impuesto a la herencia, así como a la sanción de un nuevo tributo a la "plusvalía" en la revalorización de los inmuebles provocada por la especulación, o por la inversión pública. Aunque más allá de ello, el grito enfervorizado de la gente era: "¡Fuera Correa, Fuera!", que expresaba el creciente descontento que existe con la gestión de Rafael Correa y el rechazo a su creciente autoritarismo.
Ante la inminencia de la reciente visita del papa Francisco, Rafael Correa -ágil de reflejos- retiró "temporalmente" sus propuestas impositivas, tratando así de aquietar las aguas. Al menos por un rato. Y lo logró.
Ante la inminencia de la reciente visita del papa Francisco, Rafael Correa -ágil de reflejos- retiró "temporalmente" sus propuestas impositivas, tratando así de aquietar las aguas. Al menos por un rato. Y lo logró.
La visita de Francisco, como era previsible, generó un paréntesis de paz social, que se mantuvo hasta ahora. Hace pocos días, el presidente Correa expresó: "Lo más duro de las protestas ya ha pasado". Y agregó, sin embargo: "Ojalá no me equivoque". Para señalar, además, que las protestas -según él- se habían desvanecido "gracias a la fortaleza de la revolución ciudadana". Con su intolerante arrogancia natural, dirigiéndose a quienes no concuerdan con él, señaló: "Griten lo que se les dé la gana, me llena de orgullo cuando recibo un insulto de ciertos sectores del viejo país, pero aquí va a triunfar la democracia". Naturalmente, la noción de democracia que abraza Rafael Correa tiene muy poco que ver con ella. El presidente ecuatoriano es uno de los líderes bolivarianos que más ha hecho para silenciar a los medios libres, cercenar la libertad de prensa en su país y concentrar poder en sus manos.
El precipitado triunfalismo de Rafael Correa comienza ahora a lucir equivocado. El 13 de agosto pasado hubo una huelga general en Ecuador, que coincidió con una marcha sobre Quito convocada por la "Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador". La huelga es la primera en ocho años de gobierno de Correa. Para algunos es un intento de la oposición por mostrar unidad y reorganizarse. Queda claro que la protesta social vuelve entonces a la calle.
Tras 8 años de gobierno, la clase media y los sectores populares ecuatorianos están descontentos, sino hartos, de Rafael Correa, de su prepotencia y de su personalismo. Ocurre que el presidente ecuatoriano conduce a su país sin escuchar a nadie. Con la conocida receta bolivariana, ha desnaturalizado a las instituciones centrales de la democracia.
Tras 8 años de gobierno, la clase media y los sectores populares ecuatorianos están descontentos, sino hartos, de Rafael Correa, de su prepotencia y de su personalismo.
Rafael Correa sostiene que las protestas esconden una actitud "destituyente", en línea con el remanido discurso de la izquierda regional para el cual la disidencia es siempre "destituyente". Los autoritarios sólo aceptan su propia opinión, el discurso único o el relato mendaz. En rigor, todas esas cosas a la vez. La disidencia -para ellos- es anatema.
Mientras todo esto ocurre, al igual que Evo Morales en Bolivia, Correa está impulsando una reforma constitucional para instaurar en Ecuador la reelección presidencial indefinida. Sin embargo, por ahora deberá abandonar el poder en 2017. Perverso, afirma que esa reforma avanza "contra su voluntad" y que "en principio no se presentará a una nueva reelección". En la terminología bolivariana -cabe recordar- "en principio" quiere decir "por ahora". O sea, mañana puedo pretender otra cosa y, mientras tanto, preparo el camino para tener la oportunidad de permanecer en el poder. No importa -es obvio- que los hechos y el discurso no concuerden. El objetivo perseguido se disimula, aunque no engañe a muchos.
Queda visto que la tranquilidad a la que Rafael Correa ambicionaba después de la visita del papa Francisco comienza a disiparse velozmente. Porque mucha gente desconfía de su presidente y está descontenta con su gestión. Su paciencia comienza a mostrar algunos límites y se advierte un fuerte desaliento por la marcha del país. Por todo ello, buena parte de los 16 millones de ecuatorianos está nuevamente expresando su frustración. Para Correa se cierne una temporada de tormentas. Quizás duras.
En los últimos años la administración de Rafael Correa se acercó enormemente a China, que ya ha invertido en Ecuador unos 11 mil millones de dólares en el sector de los hidrocarburos, en el de la minería y en el industrial. China avanza además con dos "mega" proyectos. El primero es una central hidroeléctrica sobre el río Coca, al pie de los Andes, capaz de proveer un tercio de los requerimientos energéticos de Ecuador. Este proyecto está atrasado: debió haber entrado en operaciones el año pasado. Con un costo de 2.200 millones de dólares, ha ingresado ya en sus últimas etapas. El segundo se refiere a una moderna refinería en las inmediaciones de Manta, en la que China invertiría unos 7.000 millones de dólares, que representan el 70% de la inversión requerida. En este caso, los bancos chinos todavía no han comprometido los recursos necesarios. Por todo esto, algunos hablan de una nueva "dependencia" externa de Ecuador. En este caso respecto de China, obviamente.
Lo cierto es que Ecuador ha recibido el fuerte impacto adverso de la caída de los precios internacionales del petróleo crudo. Razón por la cual ha recurrido nuevamente a China para financiar el déficit operativo del Estado. Mientras tanto, la desaceleración de la economía china está preocupando a las autoridades ecuatorianas y abriendo un signo de interrogación acerca de las posibilidades reales de concreción de los proyectos que China tiene en estudio.
Esta semana el grito "Fuera Correa, Fuera" volvió a retumbar en las calles, avenidas y plazas de las grandes ciudades ecuatorianas, atronando -una vez más- el ambiente. De ese modo, pacíficamente, miles y miles de personas exteriorizaron nuevamente su rechazo al creciente autoritarismo presidencial y a sus ansias de perpetuarse en el poder.
Si Rafael Correa alguna vez soñó con que los "paños fríos" que de pronto le aportara la visita del papa Francisco iban a perdurar, se equivocó. De medio a medio. Es evidente entonces que no sólo en Venezuela el futuro de la anti-democrática izquierda radical regional aparece comprometido. También en Ecuador.
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