Con el agua al cuello en Argentina
De repente, como si la Argentina se limitara a una virtualidad desconocida, todo lo que pasa no halla empatía con lo que dicen que pasa. La triste escisión entre el discurso y la realidad hace mella a punto tal que, “ser” o “parecer” se dirimen en polémicas vanas.
Una cosa es lo que vive el ciudadano a diario, y otra muy distinta es la agenda que impone el aparato comunicacional de Cristina para la campaña proselitista. El problema actual pasa por las inundaciones y la falta de obras de infraestructura, pero el candidato oficialista pretende que debatamos el rol de los tuiteros. Solo importa encontrar culpables que no sean ellos.
En ese contexto, Daniel Scioli surge como un personaje shakespereano debatiéndose entre ser o no ser aquello que ha tratado denodadamente de parecer. ¿Cuál es el verdadero Scioli: el moderado y conciliador, o el kirchnerista enmascarado?.
Es posible que en el interior de sí mismo sospeche que el kirchnerismo ya no le aporta mucho a su futuro político, pero el problema no radica en discernirlo a conciencia sino en el lapidario calendario que indica cuán tarde es para dejar de ser, y empezar a parecer según la conveniencia.
No es Mauricio Macri ni ningún otro político el conflicto, no hay palos en la rueda para el gobernador que no sean puestos por sus propios socios. Scioli duerme con el enemigo. Para llegar a vestir el traje de candidato presidencial cedió hasta la dignidad, construyó con kirchnerismo su escalera al objetivo. Deshacerla le implicaría caer al vacío.
El ex motonauta usó y se dejó usar creyendo que el fin justifica a los medios. Hoy está cosechando su siembra, y descubriendo que los fines obtenidos dependen de la naturaleza de los medios empleados. De ese modo, si obtuvo la candidatura kirchnerista es porque se valió de medios y metodología kirchneristas. Si utilizó chocolate para hacer un bizcochuelo imposible que salga del horno luego, uno de naranja o de vainilla. De la nieve no sale el fuego.
Aunque el gobernador tenga ahora la certeza del fracaso que implicó la década robada y la no gestión, nada podrá hacer que no deje ver el tinte de esa esencia, porque es la esencia de la que se nutrió. Tarde o temprano, el moderado y equidistante iba a terminar ofuscado y negador como lo está hoy. Ya no es con esfuerzo, con fe, con trabajo como se sale de este estado. Ahora es negándolo, buscando culpables afuera, y denunciándolos.
Poco conveniente resultó el modo elegido por el gobernador para congraciarse con la gente. La confianza, la fe, el esfuerzo se pulverizaron antes de la elección. La pregunta que cabe entonces es si acaso podrá “seducir” a ese electorado independiente del que pretendía hacerse previo a las PASO, pero también cómo mantendrá a quien ya lo había votado.
En rigor, el candidato del FPV empezó a perder votos no kirchneristas cuando se confirmó la sospecha generalizada de la continuación. Carlos Zannini como vicepresidente fue la prueba más contundente. Diferenciarse tras ello es tan complejo como vender tocadiscos en época del DVD y del MP4.
El kirchnerismo es el perro que siempre mordió la mano a su amo, hoy el gobernador siente ese mordisco como traición, y al no poder denunciarlo busca enfocar su dedo acusador hacia otro actor. Es inútil. El problema argentino sigue siendo el mismo: más de diez años sin gestión concreta que cambiara la calidad de vida, solo demagogia y “alegrías” en forma de cuotas para plasmas, fines de semanas largos, recitales de rock “gratis” en Plaza de Mayo, planes, subsidios y promesas incumplidas.
Quien pretende ser presidente de 40 millones de argentinos, ahora basa su campaña en 50 mil tuiteros. Poco serio. Lo que el kirchnerismo ha construido no puede ser derribado por kirchnerismo. Y al hablar de kirchnerismo más que referirnos a un partido político, referimos a un modo de vivir en un falso “Carpe diem” donde todo lo que cuenta es el “aquí y ahora”. Por eso vernos acercar a mañana es un desafío impío.
Los discursos no son efectivos cuando la realidad golpea sin sutilezas. Y las palabras no secan las casas y los sueños bajo el agua. Daniel Scioli se está enfrentando a la verdad despojada del relato oficial. Contra eso no hay nada más efectivo que hacerse cargo, explicar lo que se hizo y lo que no se hizo. Negarlo es inútil y perverso, tanto como suponer que discutiendo tuiteros puede ganarse adeptos.
Ya no se trata de conquistar votos porque la política dejó de seducirnos hace tiempo. Los argentinos están frente a la disyuntiva de cambiar de auto ya sea porque nos cansó el color o por pragmatismo: no funciona más el motor. Es cierto que nada garantiza que un modelo nuevo resulte bueno, pero la opción a no arriesgar es quedarse varados con el agua al cuello.
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