¿Hay que dejar entrar en Europa a todos los emigrantes?
Instituto Juan de Mariana, Madrid
Este mes de agosto se han producido algunos altercados entre inmigrantes y policías en lugares de Europa tan diferentes como la zona de Calais (donde está el acceso al Eurotunel que une bajo el mar Francia y Gran Bretaña) o la población española de Salou, en el litoral mediterráneo. Sin entrar en el pormenor de las circunstancias, más o menos responden al mismo problema: qué hacer con ese ingente número de personas que intentan llegar a Europa. Recordarán que el Primer Ministro inglés utilizó una expresión seguramente poco acertada, pero muy elocuente, al hablar de “plaga de inmigrantes” (en inglés creo que decía “swarm”, traducible por enjambre o más benévolamente por multitud) y, claro, todos los medios progresistas enseguida se pusieron a criticar la frase… en vez de analizar racionalmente este problema y tratar de buscar soluciones.
Saben también que el verano es la época más favorable para cruzar el mar Mediterráneo, huyendo del hambre, la guerra, la persecución religiosa o la opresión política de tantos países africanos y del Oriente próximo. Es un verdadero drama lo que ocurre en las costas e islas italianas y españolas, en Turquía (también por su frontera con Siria) o en Grecia; a este país se le suma la avalancha migratoria al desastre económico que padecen, fruto de los engaños y desaciertos tanto de los anteriores políticos socialistas o conservadores como de sus actuales gobernantes de inspiración podemita.
Ya les adelanto que no tengo una respuesta al título de este análisis… Pero sí quiero proponerles algunas consideraciones, al hilo también de un reciente Coloquio por la Libertad (que organiza la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala, bajo la eficaz dirección de la profesora Lucy Martínez-Mont). Este último en el que tuve la ocasión de participar se titulaba: “La libertad y la autoridad en la historia de la Filantropía, la Caridad y el Bienestar”, y recogía diversas lecturas para debatir en unas apretadas sesiones: desde los clásicos de Adam Smith (Teoría de los sentimientos morales) y Bernard Mandeville (La fábula de las abejas), hasta modernos análisis sobre los límites del Estado del Bienestar (James Bartholomew: The Welfare State wer’re in, John Meadowcroft: The Ethics of the Market o Lord Acton: The Morals of Markets). Por cierto, lecturas muy recomendables para este verano.
Parece claro que uno de los motivos de toda la emigración (legal o ilegal) es el atractivo del Estado del Bienestar occidental: junto a los que huyen para salvar su vida del fundamentalismo islamista o los que simplemente aspiran a un trabajo mejor, hay muchas personas que buscan la protección de nuestro sistema de salud, educación y desempleo. Pero claro, estas prestaciones cuestan dinero, que pagamos los ciudadanos del Primer Mundo, y no es tan sencillo encajar en los Presupuestos los llamados Gastos Sociales (como ahora está de moda llamar) ante toda esa avalancha de situaciones verdaderamente terribles. Es más fácil invocar la solidaridad, al estilo de algunas ONG y organismos internacionales, que ponerse manos a la obra y ayudar (como sí hacen otras asociaciones y multitud de institutos de inspiración cristiana).
De todas formas, esa compasión smithiana (de la que escribo más abajo) también tiene unos límites: las personas normales no podemos sostener una conducta filantrópica permanentemente (como la Madre Teresa…); ni mantener una preocupación universal por todos los pobres del planeta… Pero, en cualquier caso, no es posible cuadrar económicamente las cuentas; ni tampoco justo (me parece) hacerlo a costa del contribuyente sin pedirle permiso de una forma mucho más respetuosa con su dinero de lo que habitualmente acostumbran nuestros políticos.
Porque una primera cuestión que echo en falta, en este debate, es asignar bien las responsabilidades: los europeos no somos los principales causantes de la falta de libertad religiosa y política en todos esos países; ni tampoco de su mala gestión económica. Pienso que ya está bien de hablar del colonialismo decimonónico y todas esas mea culpas que el análisis marxista ha incrustado (con enorme éxito) en la conciencia occidental. En el año 2015, la gran parte de los problemas que hacen huir a tantos emigrantes son ocasionados por unos regímenes políticos dictatoriales, por guerras civiles que nadie quiere resolver, por fundamentalismos religiosos y por la inmensa corrupción económica de sus élites.
Tampoco el mercado es el causante de tales estropicios, ni esas perversas multinacionales que tienen la culpa de todo lo malo que pasa en el mundo, comenzando por la Globalización… (recordarán que sobre este asunto ya les escribía, a propósito de las conferencias sobre Desigualdad y Pobreza del Centro Diego de Covarrubias). Al contrario, veíamos que dejando actuar libremente a las personas, abriendo fronteras al intercambio económico o educando a los jóvenes en el sentido del trabajo, el sano deseo de progresar y la responsabilidad individual, sí se puede salir de la pobreza. Como ocurrió en Europa hace doscientos años, y hoy día se constata en algunos países -sobre todo asiáticos- de los que, por cierto, casi nadie habla.
Volviendo al citado Coloquio, termino este Comentario con algunas cuestiones que allí se trataron, y me parece que tienen que ver con el problema de la inmigración. Por una parte, discutíamos sobre los límites entre la caridad, la filantropía y la asistencia pública: como ya señalaba Adam Smith en la obra citada, los hombres nacemos con una tendencia a solidarizarnos, a empatizar con el prójimo (la famosa simpatía). Es bueno ejercitar la virtud de la compasión, porque así crecemos como personas y -a la vez- se crean redes de cooperación social. Pero también analizábamos cómo el Estado, al querer controlar también la caridad, colapsó estos mecanismos de ayuda individual al prójimo, configurando esa nueva cultura del Bienestar: ahora tendemos a desocuparnos de la beneficencia, porque nos hemos acostumbrado a que lo haga el poder público. Y ya sabemos que casi siempre es mucho menos eficaz (y bastante más costoso) que la acción espontánea y generosa de los individuos, solos o agrupados en los cientos de instituciones solidarias que la Historia nos enseña.
El autor es doctor en Historia Moderna y en Economía por la Universidad Complutense.
- 23 de enero, 2009
- 28 de diciembre, 2024
- 16 de junio, 2012
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