Leopoldo o la reivindicación de la política electoral
La mayoría de las personas tienen la percepción de que los políticos del presente no están dispuestos a defender sus propuestas, supuestamente surgidas de los valores y principios que dicen representar, si esa defensa implica algún peligro.
Para la generalidad de la ciudadanía la política es una práctica de intereses mezquinos, en las que sus protagonistas cuando no están en el poder, solo procuran sobrevivir en espera de que les llegue la ansiada oportunidad.
Los líderes contemporáneos son en número importante, consecuencias de acuerdos corporativos. Resultados del compromiso entre las partes que concurren a una negociación, en la que cada quien procura obtener los mayores beneficios.
Es evidente que los valores éticos-morales han disminuido en importancia en la labor pública. Las componendas están a la orden del día y muchos incursionan en la política como una manera de prosperar y no para servir.
El contacto entre el elector y el candidato ha disminuido seriamente. Las ideas son en numerosas ocasiones simples consignas.
Todo esto incide peligrosamente en la escasa participación de la población en las contiendas electorales, un factor que degrada la representatividad del funcionario electo.
Un candidato está obligado a representar los intereses de su comunidad, de lo contrario sus propuestas y el cumplimiento de las mismas, serán el reflejo de los grupos de interés que lo hicieron elegir.
Todas estas condiciones afectan dramáticamente la confianza del electorado, por eso cuando surge una figura como Leopoldo López, dispuesta a correr los riesgos que sean necesarios para defender sus convicciones y valores, es como una luz en la profunda oscuridad de la gestión pública.
Hacer que la gente vuelva a creer en la política y los políticos es fundamental para la democracia. No hay democracia sin políticos, partidos y un electorado consciente de sus derechos y deberes. Una trilogía fundamental para garantizar la libertad y los beneficios que de ella se derivan.
Cierto que una institucionalidad fuerte apuntala la democracia, pero la participación ciudadana es la única garantía verdadera. Una ciudadanía activa e informada es el único antídoto contra los demagogos y encantadores de multitudes que prometen resolver todos los problemas, incluido la construcción de puentes aunque no existan ríos.
Muchos pudieron haber discrepado con su decisión de ir a la cárcel porque consideran que aunque la prisión política es un referente moral, las posibilidades de seguir la lucha disminuyen dramáticamente, sin embargo todo parece indicar que Leopoldo asumió la prisión como si fuera una cruzada.
Él no fue apresado, se entregó a las autoridades y ha transformado su celda en el bastión más importante de la defensa de la democracia en su país, pero también de la política electoral en cualquier lugar del mundo.
López es un fervoroso creyente en la práctica electoral, pero también en el activismo cívico, es consciente que el despotismo no hace concesiones y que los derechos no se mendigan, sino que se conquistan.
Leopoldo está pagando caro el derecho que tiene todo ser humano a ser libre. Él y su familia viven un serio drama, pero su sacrificio se ha convertido en una esperanza para los venezolanos, y para todos los que creen en la política.
El autor es periodista de Radio Martí.
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