Los disidentes cubanos ruegan para ver al Papa
“La primera victoria que podemos proclamar es que no tenemos odio en el corazón. Por eso decimos a quien nos persigue y a los que tratan de dominarnos: ‘Tú eres mi hermano, yo no te odio, pero ya no me vas a dominar por el miedo’”.
Esas palabras fueron pronunciadas en 2002 por Oswaldo José Payá, un cubano católico y fundador del Movimiento Cristiano Liberación de la isla. Se dirigía al Parlamento Europeo, el cual le había otorgado el Premio Sájarov para la Libertad de Conciencia. Payá enfatizó su sueño de una reconciliación cubana:“Vamos juntos a buscar la verdad. Esa es la liberación que estamos proclamando”, señaló.
Payá era valiente, elocuente y dedicado al cambio por medios no violentos. Eso lo convirtió en alguien peligroso para el régimen. En 2012 fue asesinado cuando el auto que lo transportaba, según su conductor, fue sacado de la carretera por otro vehículo. El régimen de los Castro no permitió una investigación transparente del choque.
El movimiento disidente cubano que Payá energizó es esencialmente un movimiento católico. Su lucha por la dignidad humana está construida sobre una fe heredada de los primeros cristianos, que fueron perseguidos por la Roma pagana. Sus héroes también son acosados, golpeados, encarcelados, exiliados e incluso asesinados por expresar pacíficamente su amor por Dios y el prójimo.
Es por esto que la visita del papa Francisco a Cuba, que comenzó el sábado por la tarde y durará hasta el mediodía del martes, está generando controversia. Cualquier negativa a reconocer a los hombres y mujeres de la resistencia corre el riesgo de transformar el viaje en un golpe papal en el estómago a los devotos católicos de la isla. Sin embargo, el Papa no estaría en Cuba si Raúl Castro no hubiera pensado que este viaje sería bueno para la imagen del régimen. Para expresar solidaridad con los disidentes, el Papa tendría que ofender a sus anfitriones.
Las señales previas a la visita no fueron alentadoras para los inconformes. El Vaticano pasó meses preparando al público para un espectáculo coreografiado por Castro, su dictadura militar y el cardenal cubano Jaime Ortega. La semana pasada, Roma dijo que una reunión con el dictador emérito, Fidel Castro, era “probable”. Los activistas católicos que rogaban por una audiencia con el pontífice aún esperaban una respuesta.
Otro acontecimiento perturbador fue la declaración del cardenal Ortega de que la dictadura ya no tiene prisioneros políticos. Ese es un error monumental. La Comisión Cubana para los Derechos Humanos y la Reconciliación Nacional, una organización basada en Estados Unidos, informó en junio que ha documentado 71 prisioneros políticos. Es probable que el número sea mucho mayor. El código penal, creado a partir del de la Unión Soviética, hace que la mera apariencia de “peligrosidad” sea un delito. Cualquiera que no sea juzgado como suficientemente revolucionario puede, y a menudo es, encarcelado.
A principios de este mes el régimen anunció que en honor a la visita del Papa liberaría a 3.500 prisioneros de sus cárceles. Pero la dictadura dijo que aquellos que cometieron “delitos contra la seguridad del Estado” o el crimen de matar a una vaca para comer no formaban parte de la amnistía. En otras palabras: actos desesperados para alimentar a su familia o transgresiones políticas son imperdonables.
Los disidentes católicos no han perdido la esperanza de que el Pontífice los reciba. A principios de este mes, cinco activistas por la democracia se atrincheraron en la Catedral de San Rosendo, en la provincia de Pinar del Río, y difundieron un comunicado pidiendo derechos humanos y el apoyo de Francisco. Funcionarios de la iglesia los hicieron arrestar.
En el año en que los Castro asumieron el poder (1959) fusilaron a más de 1.000 hombres, muchos de ellos creyentes. Se dice que gritos valientes de “larga vida a Cristo Rey” resonaron en los patios de las prisiones justo antes de que se apretaran los gatillos. Poco después, sacerdotes y monjas fueron exiliados y Dios fue prohibido para abrirle espacio al marxismo.
La dictadura ha refinado sus métodos, transformando el martillo en un bisturí para controlar a la población. Ofensivas intermitentes contra individuos específicos y pequeños grupos para aterrorizar al resto son altamente eficientes. Sin embargo, gestionar su imagen internacional sigue siendo un reto.
A veces parece que la Iglesia estuviera siendo usada para ayudar a resolver este problema. El Vaticano desea enviar más sacerdotes a la isla para administrar los sacramentos y evangelizar. Los Castro pueden estar dispuestos a cooperar, pero a un precio: la autoridad moral del Papa no puede ser usada para condenar al Estado policial.
Es un intercambio desprolijo que no puede terminar bien para el Vaticano. El miércoles, el activista afrocubano Jorge Luis García Pérez “Antúnez,” que pasó 17 años en las mazmorras de los Castro, inició una huelga de hambre grupal llamada “Santo Padre, nosotros también somos Cuba” en su casa en la ciudad de Placetas. Para la tarde del domingo, el Papa se había reunido con Fidel mientras decenas de disidentes, incluyendo algunas mujeres del grupo católico Las Damas de Blanco, habían sido detenidos por tratar de ser reconocidos por el Papa.
Al cierre de esta edición, no había señales de que el Santo Padre extendiera su mano a almas marginalizadas como Antúnez. Las cosas podrían cambiar, pero de lo contrario, la partida del papa Francisco el martes dejará a muchos católicos decepcionados.
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