Una disculpa a un inmigrante
En la universidad tomé un curso sobre Curanderismo Mexicano (no preguntes cómo sucedió esto). Además de aprender que el ajo me sacaría de apuros como antiséptico, no puedo decir realmente que alguna vez haya utilizado mucho del material del curso. Todavía me falta recurrir a una telaraña como apósito, romper un huevo de gallina en una taza debajo de mi cama para diagnosticar una enfermedad, o emplear abundantes cantidades de canela como anticonceptivo.
Dicho esto, me quedó algo valioso de esa clase. No tenía nada que ver con el tema en cuestión, y no aprecié la lección hasta casi dos años después.
Como parte del curso, el profesor trajo a un orador invitado. No puedo recordar exactamente de dónde era, pero era un inmigrante. Era cálido, hablaba con un fuerte acento e irradiaba orgullo por el restaurante que había abierto en la ciudad. Nos habló acerca de su experiencia con la medicina y las tradiciones populares, y cómo su negocio no sólo atrajo a otros inmigrantes, sino también introdujo a otros miembros de la comunidad a los diferentes tipos de alimentos y costumbres.
Varias semanas después, nuestro profesor vino a la clase y anunció con gran tristeza que el orador de unas pocas semanas atrás había sido deportado por encontrarse ilegalmente en el país.
En ese momento, recuerdo sentirme conmocionada ante las reacciones de algunos de mis compañeros de clase. Ellos estaban molestos, incluso hasta enojados con la noticia. Yo no podía entender. Después de todo, era ilegal. Yo pensé: “Si él está aquí ilegalmente debería ser deportado”. ¿Quieres venir a los EE.UU.? Ponte en la fila.
No fue hasta estudiar la inmigración desde una perspectiva económica que descubrí cómo muchas de mis ideas sobre la inmigración eran simplemente erróneas. Todas las cosas que tomaba como un hecho, la noción de que los inmigrantes “roban” empleos, desvían recursos valiosos, y son en gran medida delincuentes no estaban tan solo un poquito desacertadas—eran ciertamente al revés.
He discutido antes en este blog las dificultades que enfrentan los inmigrantes al llegar a los Estados Unidos. Para aquellos con altas habilidades, el proceso es largo y prolongado, y complicado. Para aquellos considerados “no calificados”, es casi imposible conseguir una visa o la residencia permanente, mucho menos la ciudadanía.
La semana pasada, el Center for Immigration studies (CIS) publicó un informe afirmando que los inmigrantes hacen mucho más uso de los beneficios sociales que los nativos. Alex Nowrasteh del Cato Institute escribió una crítica al estudio sumamente elegante. Los problemas que señaló deberían ser suficientes para hacer que los autores se sonrojasen de vergüenza y que la gente sea altamente escéptica de sus conclusiones.
Durante el verano, el asesinato de Kate Steinle en San Francisco por un inmigrante ilegal con múltiples deportaciones en su haber hizo florecer en masa al contingente anti-inmigrante. Si bien el hecho es absolutamente trágico, muchos utilizan a este atroz crimen como un trampolín para criticar a los inmigrantes en su conjunto. Durante días las noticias discutieron la supuesta ola delictiva generada por los inmigrantes ilegales. Esto a pesar del hecho de que una y otra vez los estudios han encontrado que los inmigrantes de todo tipo–legales e ilegales–son menos proclives a cometer crímenes o terminar en la cárcel que sus contrapartes nativas.
Mientras que las afirmaciones de que los inmigrantes “parasitan al sistema” y son más propensos a las actividades delictivas son bastante malas, hay otro error aún por considerar. Es uno que cometí hace años en mi clase de la universidad. Consiste en que mucha gente no puede ver los beneficios que todos los inmigrantes, independientemente de su situación legal, generan. Los inmigrantes impulsan sustancialmente la economía, estimulan la creación de empleo, y aglutinan nuevas personas e ideas.
Para aquellos interesados en las cuestiones humanitarias, la inmigración ofrece una de las maneras más eficaces de blindar las personas de la violencia y sacarlos de la pobreza. Solo con mudarse desde un país más pobre a los Estados Unidos, por ejemplo, un hombre haciendo exactamente el mismo trabajo puede mejorar la calidad de vida de su familia muy rápidamente.
Así, que mientras pude no haber aprendido muchas habilidades médicas prácticas de mi clase de curanderismo, ella me enseñó una valiosa lección. Probablemente nunca sabré qué pasó con el hombre que habló en nuestra clase. Por desgracia, probablemente no esté tan bien hoy como lo estaba entonces. Por otra parte, la comunidad perdió su negocio y sus clientes perdieron un lugar que disfrutaban. Quizás lo más trágico de todo, es que este mismo escenario acontece una y otra vez de manera cotidiana. Cuando ello pasa, perdemos todos.
Así que, a aquel el hombre de mi clase, quiero aprovechar esta oportunidad para decir, “lo siento”.
Traducido por Gabriel Gasave
La autora es Investigadora Asociada en el Independent Institute y Profesora Asistente de Economía en la University of Tampa.
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