Inmigración (XXIX): parábolas de Enzensberger
“La inmigración es un reemplazo organizado de nuestra población. Esto amenaza nuestra propia supervivencia. Nosotros no tenemos los medios para asimilar a los que ya están aquí”. Marine Le Pen.
“Las gentes de a pie piden protección para el Pueblo frente a la mundialización y sus consecuencias (inmigraciones, deslocalizaciones masivas…), y ello es absolutamente normal”. Jorge Vestrynge.
“Sobran un millón y medio de inmigrantes en España”. Jorge Vestrynge.
“En realidad, el hombre no ha logrado librarse aún por completo de ciertas reminiscentes actitudes derivadas de la época tribal, en la que todos entre sí se conocían, ni han sido sus instintos neutralizados ni “ajustados” en la medida en que realmente lo exige nuestro relativamente reciente modelo de cooperación en un orden extenso”. Hayek.
Hans Magnus Enzensberger es un escritor y ensayista bávaro que ha abordado casi todos los géneros. Haré referencia en mi comentario de hoy a dos parábolas suyas que aparecen en uno de sus ensayos sobre las migraciones internacionales titulado Die Große Wanderung (La gran migración) publicado en 1992.
Los pasajeros de un compartimento de tren
Esta primera parábola transcurre en un compartimento de tren donde inicialmente hay solo dos pasajeros. Éstos se han instalado cómodamente en él. Han acaparado mesitas, colgadores, portaequipajes y han esparcido periódicos, abrigos y bolsos por los restantes asientos. A la llegada de dos nuevos pasajeros los primeros no dan muestras de bienvenida, más bien de una secreta irritación. Pese a no conocerse previamente, se da una sorprendente solidaridad mutua entre los dos primeros pasajeros y un rechazo común frente a los foráneos. Su actitud –nos dice Enzensberger- es propia de indígenas que reivindican la totalidad del espacio disponible. Es irracional pero está muy arraigada en las mentes de los humanos. Por suerte, su instinto territorial queda refrenado por las normas implícitas de cortesía y, sobre todo, por las normas explícitas de las compañías ferroviarias que obligan a que los compartimentos no sean acaparados por los primeros en llegar. Tras unas breves miradas y petición de disculpas entre dientes, los enseres se recogen y los recién llegados acaban siendo tolerados. Por supuesto, están estigmatizados pero cada vez menos. Lo enjundioso de esta historia es que, en el momento en que aparecen otros dos nuevos pasajeros en el compartimento, el status de quienes les precedieron varía. Ya no son intrusos; se convierten en aborígenes y los patrones de comportamiento se repiten exactamente igual que los dos primeros, defendiendo su territorio “ancestral” que apenas acaban de ocupar. Se comportan como si hubieran estado allí desde el comienzo del viaje. Forman ya parte del clan de los “sedentarios” y, como tal, rechazan a los recién llegados. Sorprende el rápido olvido de su propia procedencia. Los patrones de comportamiento de los nativistas son precisamente éstos.
Bote salvavidas abarrotado de náufragos
En esta segunda parábola Enzensberger nos sitúa en un bote salvavidas rebosante literalmente de náufragos acechado por un fuerte oleaje y otros náufragos nadando y manteniéndose a flote a duras penas alrededor de la pequeña embarcación. Ante esta situación límite surge el dilema de si impedir la subida de más personas al atestado bote por riesgo de hundimiento recurriendo a la violencia (el escritor habla incluso de cortar la mano si es preciso) o si izarlos a bordo y asumir el riesgo. A primera vista, este caso recuerda a la parábola anterior de los pasajeros del compartimento de tren pero existe una importante diferencia: ya no se trata de conservar un poco de confort sino la vida misma. Cualquier reflexión de moralistas o filósofos es vana, según Enzensberger, porque se hace en secano y nadie puede afirmar de forma creíble cómo se comportaría llegada la hora de la verdad ante semejante situación trágica. Pero sirve para denunciar que los discursos políticos frente a la gran migración hagan uso de esta imagen (el bote, la nación, está hasta los topes) pues es falaz de cabo a rabo. Evocan temores imaginarios entre los nativistas. Resulta sorprendente que muchos occidentales se imaginen estar amenazados de muerte por la llegada de inmigrantes comparando su situación a la de unos náufragos. Invierten tramposamente la metáfora. En este caso son los asentados los que creen ser los boat people en plena huida, como si fuesen vietnamitas, albaneses, cubanos o africanos hacinados en una embarcación frágil y abarrotada. Es no solo exagerado sino completamente incierto. Sólo hay que fijarse en la densidad poblacional de la mayoría de los países. La temerosa imaginación de los nativistas distorsiona la realidad.
Los ineludibles límites de nuestra mente
Las cifras actuales de la población humana en el planeta son tan abrumadoras que desbordan nuestra capacidad imaginativa. La empatía natural que pudiera surgir ante unos pocos casos concretos de necesidad humana queda bloqueada ante semejante número.
Es tan escasa y limitada la comprensión de nuestra mente de los fenómenos complejos tal y como se dan en el orden extenso de cooperación voluntaria y en los procesos de mercado que le es difícil concebir su sorprendente capacidad de absorción de un número cada vez mayor de individuos. Es normal, por consiguiente, que haya un rechazo instintivo muy fuerte a la idea de flexibilizar las fronteras para dejar pasar a los venidos de fuera.
Tanto el egoísmo de grupo como la xenofobia son constantes antropológicas previas a cualquier justificación. Su difusión universal nos permite pensar, junto a Enzensberger, que fueron anteriores a cualquier otra forma social conocida. Las culturas poco evolucionadas nos dan pistas de los mecanismos mentales primigenios del hombre. Es curioso que la mayoría de las lenguas antiguas no tengan una palabra o un término que signifique ser humano. Por regla general, hay un nombre específico que se refiere a los miembros del mismo grupo o de la tribu; para los demás se les reserva una palabra que habitualmente significa animal, demonio o algo similar. Esto no habla muy bien de dichas culturas atrasadas, con permiso del antropólogo Lévi-Strauss y sus seguidores.
La Ilustración supuso una cesura clara en la concepción del hombre y de las formas sociales. Sin embargo, persisten no pocas resistencias atávicas a dicho cambio de paradigma.
La imaginación, carente de otras ideas que contrarresten los temores “aborígenes”, proyecta la imagen apocalíptica de una “invasión” de hordas de inmigrantes sin ningún tipo de integración o acomodo en el mundo desarrollado.
Cuando se traten estos asuntos sería bueno recordáramos estas parábolas del agudo escritor bávaro para estar precavidos de las numerosas trampas que suele tendernos nuestra mente inquieta y primitiva. Hagamos esfuerzos por hacer prevalecer la razón y la empatía. De esta forma estaríamos favoreciendo el respeto, la tolerancia y los acuerdos libres y voluntarios entre personas, señas de identidad esenciales todas ellas del liberalismo.
Hans Magnus Enzensberger retrata con sobriedad en dos sencillas parábolas las contradicciones y severas limitaciones con la que nos guiamos a veces los humanos.
(Este comentario es parte de una serie acerca de los beneficios de la libertad de inmigración. Para una lectura completa de la serie, ver también I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI, XVII, XVIII, XIX, XX, XI, XII, XXIII, XXIV, XXV, XXVI, XXVII y XXVIII)
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