¿Cambiará Canadá a un conservador por un liberal?
El estilo de gestión del primer ministro de Canadá, Stephen Harper, parece haber irritado a mucha gente de su propio partido durante los nueve años y medio que ha permanecido a la cabeza del gobierno conservador. La reputación de ser un tipo poco simpático le podría costar a él y a su partido, así como a los canadienses, un futuro próspero en las elecciones de hoy lunes.
Se prevé que ninguno de los tres principales partidos nacionales de Canadá salga de las elecciones con una mayoría para gobernar. Durante buena parte de la campaña, los conservadores tuvieron oportunidades razonables de ganar una pluralidad de escaños en el Parlamento. De ser así, Harper tendrá que gobernar a través de la búsqueda de aliados sobre una base de votos individuales hasta que se vea obligado a convocar otras elecciones.
En los últimos días, sin embargo, sondeos internos empezaron a sugerir que el Partido Liberal, de centro izquierda, encabezado por Justin Trudeau, el hijo mayor del ex primer ministro Pierre Trudeau, podría salir victorioso con las suficientes curules para conformar un gobierno de minoría. Esto es, en parte, resultado del reciente descenso del Nuevo Partido Democrático (NDP por sus siglas en inglés), que se ubica más hacia la izquierda. Una mayoría de los liberales es poco probable, pero no imposible. Se dice que la última palabra la tienen los distritos electorales en los suburbios de Vancouver y Toronto.
Harper es muy consciente de su déficit de carisma. En 2002, cuando todavía era un líder de la oposición, bromeó durante una cena con la prensa que estudió economía porque no tenía la personalidad para ser un contador. Hoy, incluso sus aliados ideológicos se quejan de que el introvertido político, a quien le fascina inmiscuirse en los detalles de las medidas del gobierno, se ha vuelto cauteloso y cada vez más propenso a centralizar el poder.
Sin embargo, Harper no es ningún inepto en el frente político. Desempeñó un papel protagónico en la unión del Partido Reformista de Canadá y el tradicional Partido Conservador, alianza que le ayudó a la derecha a recuperar el poder en febrero de 2006. Como primer ministro, se ha granjeado una reputación de hacer las cosas de forma incremental y por cumplir sus promesas.
Su gobierno no ha sido radical. Ha reducido el crecimiento de las trasferencias federales a las provincias para el gasto en salud y realizado algunos recortes en los impuestos a la renta, con el uso de créditos tributarios. Pero recortar el crecimiento del gasto no es lo mismo que reducir el gasto, y los alivios tributarios son substitutos débiles para una disminución generalizada de las tasas marginales para estimular la economía.
La política fiscal de Harper ha sido la continuación de la reforma que empezó el primer ministro liberal Jean Chrétien (1993-2003) y su sucesor, el primer ministro liberal Paul Martin (2003-06). Después de que los liberales redujeron la tasa tributaria corporativa a nivel nacional de 28% a 21%, los conservadores de Harper la llevaron a 15%.
El legado más importante de Harper puede estar en el comercio. Como subraya Jason Clemens, vicepresidente ejecutivo del centro de estudios económicos Fraser Institute de Canadá, bajo su mandato, “Canadá negoció un gigantesco acuerdo de libre comercio con la Unión Europea y más de 30 pactos bilaterales”.
Trudeau no ha prometido retrocesos en materia de libre comercio y ha dicho que el impuesto a las empresas está “bien”. Su campaña se ha basado en un llamado a un cambio de liderazgo y se ha beneficiado de una obsesión de los medíos de comunicación con la personalidad poco atractiva del primer ministro. Su apellido es muy reconocido y, a los 43 años, ofrece un perfil más enérgico que el aburrido Harper, de 56 años.
La ironía es que mucho de lo que Trudeau ofrece como cambio de política implicaría un retroceso hacia la Canadá poco competitiva y con un papel preponderante del Estado que gobernó su padre en los años 70. El candidato promete registrar déficits de hasta US$10.000 millones al año durante tres años de modo que el gobierno pueda “invertir” y posteriormente, en el cuarto, lograr un superávit fiscal.
Si eso no es lo suficientemente angustiante, Trudeau también le dijo el mes pasado a Peter Mansbridge, periodista de la Canadian Broadcasting Corp., que como primer ministro su primera iniciativa económica sería “llamar a una reunión a los dirigentes de las provincias para hablar del cambio climático y luego ir a París a fines de noviembre con un plan para reducir las emisiones en forma responsable”.
Para una economía basada en los recursos naturales y con cientos de millones invertidos en crudo y gas natural esto significa problemas. Pero es exactamente lo que los verdes y los liberales esperan de un cambio en el poder. Eso y una agenda de seguridad nacional vaga y sin compromiso cuyo objetivo sería degradar a Estado Islámico, sin explicar cómo.
La economía canadiense sufre un descenso de los precios de los commodities y el cansancio con Harper es natural después de casi una década en el poder. Los conservadores albergan la esperanza de que su mensaje de gobierno limitado aún atraiga y que sus bases salgan a votar. También tienen que esperar que los electores que no están comprometidos con ningún partido acepten el argumento de que Trudeau no tiene experiencia para gobernar y que el cambio simplemente por el cambio es un riesgo.
Cualquiera que haya visto como un senador que recién estaba en su primer término en Estados Unidos con mucho atractivo pero poca sustancia embaucó al electorado estadounidense en 2008 sabe que no siempre es un mensaje fácil de aceptar.
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