El giro a la izquierda de Canadá
Aún no está claro si el radical cambio político que ha tenido lugar en Canadá será también ideológico. Bajo el liderazgo de Justin Trudeau, el neófito de 43 años de edad que nunca ha ocupado un cargo ejecutivo, los liberales de centroizquierda han derrocado a los conservadores de Stephen Harper con una abrumadora mayoría parlamentaria que ninguna encuesta o comentarista había predicho. Tendrán prácticamente una carta blanca para gobernar.
Pero hay dos problemas. Uno: los canadienses no han necesariamente votado en estas elecciones, dominadas por el carácter y las cuestiones personales, por una mayor intervención gubernamental. Dos: Trudeau—que ha prometido preservar gran parte del legado de Harper, incluidos los recortes impositivos, los acuerdos de libre comercio y el apoyo a importantes proyectos relacionados con el petróleo, incluyendo el oleoducto Keystone XL que ha se ha topado con mucha resistencia a lo largo de la frontera—desea preparar el pastel y también comérselo. Su agenda por lo demás intervencionista es incompatible con el legado de Harper en la política fiscal, los impuestos y la libre empresa vinculada a los recursos.
No es que Harper fuese un campeón del libre mercado. Su retórica era a menudo mucho más audaz que sus acciones, obstaculizadas por el hecho de que tuvo que gobernar con una minoría parlamentaria durante la primera mitad de su mandato—y que, a raíz de la crisis financiera en 2008, fueron influenciados temporalmente por las ideas fiscales keynesianas.
Con todo, es justo dar crédito a Harper por bajar la tasa del impuesto de sociedades al 15 por ciento, la firma de decenas de acuerdos de libre comercio, incluido uno importante con la Unión Europea (ninguno fue perfecto, porque este tipo de acuerdos nunca lo son), y el mantenimiento de una decorosa restricción cuando la recesión relacionada con los commodities llevó a reclamos a favor de un masivo gasto público, sobre todo este año. (Canadá ha tenido cinco meses consecutivos de contracción económica).
Trudeau afirma que conservará la tasa del impuesto de sociedades y los acuerdos comerciales, mantendrá el apoyo para el oleoducto Keystone XL y la reducción de impuestos para la clase media, una medida que se financiará con un moderado aumento de impuestos que afecte al 1 por ciento más rico. En esto, en cierta medida mantiene la tradición liberal reciente—los primeros ministros liberales Jean Chrétien y Paul Martin también redujeron la tasa del impuesto de sociedades. Salvo que su programa gira en torno a un plan de gastos masivos relacionados con la infraestructura que él denomina una “inversión” pero que supondrá un desembolso gubernamental extra de 46 mil millones (billones en inglés) en concepto de gasto público. Admite que este esfuerzo va a generar un déficit fiscal de 25 mil millones (billones en inglés) durante los tres primeros años, pero promete alcanzar un superávit en su cuarto año.
Es fácil imaginar que el déficit se vuelva estructural, que las promesas de Trudeau de mantener la mayor parte de las tasas impositivas donde se encuentran sean arrogadas por la ventana y, a menos que los precios de los commodities repunten, al estímulo keynesiano expandiéndose. No me sorprendería si termina presionando al banco central para que le preste una ayuda monetarista. No se sabe dónde terminan estas políticas.
Trudeau es encomiable en algunas cuestiones sociales, incluyendo su propuesta de legalizar la marihuana, y parece prudente en cuestiones de política exterior, pero su visión de la economía está plagada de contradicciones. Tampoco está claro si va a proporcionar el liderazgo que será necesario para superar la presión de muchos miembros de izquierda de su partido que querrán echar por tierra parte del legado de Harper. (Se ha dicho, con respecto al Acuerdo de Asociación Transpacífico, que va a permitir que el Parlamento decida).
Que Canadá haga un verdadero progreso en los años venideros dependerá en gran medida de si Justin Trudeau decide emular a su padre, el fallecido primer ministro Pierre Trudeau, quien estuvo imbuido del Zeitgeist del gobierno grande de los años 70, o llevar el legado de Harper un paso más adelante por el camino de la liberalización.
Traducido por Gabriel Gasave
Álvaro Vargas Llosa es Académico Asociado Senior en el Centro Para la Prosperidad Global del Independent Institute.
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