Los Mesías políticos
Don Ramón del Valle Inclán (1866-1936) se inspiró en el callejón del Gato o calle de Álvarez Gato, que une las calles Núñez de Arce y Espoz y Mina de Madrid, para iniciar lo que denominaba el género de El Esperpento a partir de su obra Luces de Bohemia con base en los espejos cóncavos y convexos que deformaban la realidad del transeúnte y que le permitieron describir personajes grotescos.
Pues bien, como si se tratase de un esperpento propio del generalito de la obra Tirano Banderas, el pasado 15 de octubre de 2015 transitaba el ínclito Artur Mas por el Paseo de Lluís Companys (sic) para comparecer ante el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña por incumplir la ley y, sin competencias para ello, haber convocado un referéndum ilegal en contra del vigente ordenamiento jurídico que constituyen la Constitución Española de 1978, ratificada mayoritariamente por una inmensa mayoría de ciudadanos, y el Código Penal del que parece estar incumpliendo con reiteración los artículos 556 (Desobediencia) pero, también, los artículos 544 y ss. (Sedición), y 472 y ss. (Rebelión), que permitirían aplicar el artículo 155 CE.
Como un falso Mesías caminaba lentamente, ufano, engolado, pecho henchido, orgulloso, como si imitase a un nuevo Mussolini, como si emulase a un nuevo Führer, arropado por los vítores de 2000 acólitos y las loas de un séquito de 400 alcaldes que, blandiendo banderas y bastones cual lanzas, cantaban el himno els segadors del nuevo tiempo (Zeitgeist), de la nueva patria (Lebensraum) y de la nueva cosmovisión (Gleichshaltung), por la cual los políticos nacional-separatistas pretenden dirigir las voluntades de los ciudadanos de la región de Cataluña hacia un nuevo Paraíso en la Tierra.
No por casualidad, las religiones de la política buscan falsear los ritos cristianos y los lugares sacros (como la abadía de Monserrat), pretenden crear efemérides supuestamente míticas (la Diada del 11 de septiembre de 1714, el fusilamiento de Luis Companys del 15 de octubre de 1940) y promocionan la figura del falso «Salvador» de una «terra mítica» que debe escenificar su inmolación ante las autoridades del Estado como un sacrificio vital para la salvación de un pueblo supuestamente oprimido por «los otros», las regiones vecinas, la cultura y la historia.
Sin embargo, los intelectuales y los ciudadanos con pensamiento crítico saben discernir la majadería intelectual del nacional-separatismo que no es más que un intento tardío de unir sentimentalmente y engañar al pueblo con los conceptos antiguos y edulcorados de la Italia fascista y de la Alemania nacional-socialista.
La figura del falso Salvador vuelve a travestirse por medio de un comediante, un medrador de prebendas que encuentra su «misión» en la vida, guiando hacia la nueva arcadia de los «països catalans» o hacia la utopía de territorio con calles de mármol y farolas de oro que deslumbra a los ciudadanos con el sentimentalismo y la imaginería de un nuevo país donde parece ser que ni habrá que producir ni habrá que comerciar con regiones vecinas, donde parece ser que la nueva Cataluña será la región más próspera y menos corrupta del planeta, a pesar de que los directores del régimen nacional-separatista estén acusados de corrupción por comisiones de 3% más un 5% adicional para la famiglia.
Los casos de corrupción de la famiglia Pujol y del entramado político-empresarial nacional-separatista que les rodea ([1], [2], [3], [4], [5], [6], [7], [8], [9], [10], [11], [12], [13], [14], [15], [16], [17], [18]) ponen al descubierto como las ideologías políticas pueden estudiarse como meras religiones seculares que permiten el ejercicio del poder y el robo sistemático desde las instituciones públicas por parte de oligarquías extractivas y destructivas.
En la importante obra El Tercer Reich (2002), Michael Burleigh propone como exponentes destacados del estudio de las religiones de la política a los intelectuales católicos alemanes Waldemar Gurian (1902-1954) con su obra Hitler and the Christians. Studies in Fascism: Ideóloga and Practice (1936) y Eric Voegelin(1901-1985) con su obra Las religiones políticas (1938).
Después observa análisis análogos en los intelectuales Jacob Talmon (1916-1980) con The Origins of Totalitarian Democracy (1952), y Raymond Aron (1905-1983) con su artículo «Les religions séculières» en la obra Une Histoire du XXe siècle (1943) y su obra Democracia y Totalitarismo (1990).
Entiendo que, por su importancia, deben añadirse dos autores que escribieron análisis complementarios sobre los regímenes seculares totalitarios antes de que finalizase la segunda guerra mundial: Eric Fromm (1900-1980) por su obra Miedo a la Libertad (1941) que disecciona psicológicamente desde el individualismo metodológico las psiques perversas de un dictador y de los seguidores que se unen sentimentalmente a su causa para medrar dinero y poder públicos y, por supuesto, el gran liberal austriaco Friedrich Hayek (1899-1992) por su magistral obra Camino de Servidumbre (1944) donde se explica políticamente el proceso de guía política, de control social y de imposición legal de los movimientos totalitarios al servicio de dirigentes corruptos, relativistas e inmorales.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la investigación de las religiones políticas se centró inicialmente en el estudio de la tergiversación de la cultura y de la historia y en el análisis de la perversa utilización de la educación, las efemérides, los símbolos nacionales, los ritos y el leguaje sacro por los diversos regímenes totalitarios para lograr la unificación psicológica y la movilización social de las masas de población de un territorio, aborregadas al servicio de una clase dirigente.
Desde finales del siglo XX y especialmente en los últimos años, se están estudiando académicamente y con mayor detalle la perversa repercusión de las religiones políticas en la ética de la población y en el abandono de las instituciones morales, las reglas de conducta o, si se prefiere, los patrones de comportamiento que caracterizan una sociedad civilizada, abierta y libre como, por ejemplo, el respeto por el derecho a la vida, la libertad, la propiedad, la igualdad de trato ante la ley, el cumplimiento de los contratos, las leyes, los jueces, los tribunales…
El estudio de la Historia es importante precisamente porque puede permitirnos evitar que se repitan las coyunturas críticas y los episodios de deterioro institucional, destrucción de riqueza, pobreza, hambre, guerras y destrucción que imponen los políticos con personalidades psicopatológicas, perversas, extractivas y/o destructivas.
Michael Burleigh describe magistralmente el nacional-socialismo para enseñar a los lectores la barbarie totalitaria y para evitar que se repita la paranoia nacionalista y excluyente de las oligarquías destructivas, en otras épocas y en otros lugares:
…las elites y la mayoría de la gente normal y corriente decidieron renunciar en Alemania a sus facultades críticas individuales a favor de una política basada en la fe, la esperanza, el odio y una autoestima sentimental colectiva de su propia raza y nación. Es, por tanto, una historia muy del siglo XX [y, también del XXI]… el colapso moral progresivo y casi total de una sociedad industrial avanzada del corazón de Europa, muchos de cuyos ciudadanos abandonan la carga de pensar por sí mismos, a favor de lo que George Orwell describió como el ritmo de un tamtam de un tribalismo de nuestro tiempo. Depositaron su fe en malvados que prometían un gran salto hacia un futuro heroico, con soluciones violentas a los problemas locales y generales de la sociedad moderna… Pero las masas estimuladas por sectores irresponsables y egoístas de la élite, a los que el filósofo Eric Voegelin calificó memorablemente una vez como «una chusma malvada», arremetieron contra la caridad, la razón y el escepticismo, depositando su fe en un personaje por lo demás ridículo…
Los discípulos iniciales de estos falsos mesías eran poco más que sectas marginales de forajidos y creyentes, pero debido a los efectos de crisis ontológicas (es decir, crisis que afectaban al propio sentido del yo de las personas) se convirtieron en grandes masas, impulsadas por una entrega emotiva de una intensidad que no se veía desde la Revolución Francesa o desde los estallidos periódicos de fervor nacional de las épocas de guerra o de crisis. Los fascistas italianos y los nacionalsocialistas alemanes y muchos de sus émulos menores de toda Europa, propugnaban la política de la fe, y emplazaron sus ídolos, los símbolos dictatoriales y la cruz gamada, en altares nacionalistas que estaban ya parcialmente construidos y se apropiaron de gran parte del lenguaje del patriotismo para sus fines específicos [corrupción, dinero y poder absolutos]. Había suficientes elementos conocidos para atraer a los tradicionalistas y también a aquellos que buscaban la emoción de lo radicalmente distinto.
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