El día que hicimos enojar a los K

Había transcurrido poco más de un año desde la llegada de los Kirchner al poder en Argentina cuando, con motivo de una reunión del MERCOSUR, publicamos una columna en la cual reflexionábamos acerca de la farsa que esa asociación transnacional implicaba y sus perniciosas consecuencias para los consumidores de los países miembros.
Molesto por nuestros comentarios el gobierno a través de su Canciller exigió su derecho a réplica y se expresó sobre nuestra editorial.
A continuación reproducimos ambos artículos a modo de anécdota de lo que fue este régimen autoritario que en unos días llega a su fin.
El consumidor ya ni siquiera lo mira por TV
Por Gabriel Gasave
(15 de julio de 2004)
Al mejor estilo de los grupos mafiosos de antaño o de los cárteles de las drogas de la actualidad, cuyos jefes cada tanto se reúnen a fin de de limitar territorios y jurisdicciones, establecer a qué se dedicará cada una de las bandas, cuál será su tajada del mercado y cuánto habrán de pagar los ciudadanos comunes en concepto de "protección", ha tenido lugar en estos días en la ciudad de Puerto Iguazú la XXVI Cumbre de Presidentes del Mercosur, y un encuentro de ministros de Economía y cancilleres en lo que denominó la Reunión del Consejo del Mercado Común.
Por supuesto que la comparación resulta exagerada y sumamente injusta. No podemos dejar de admitirlo. Los mafiosos y los narcotraficantes actúan en contra de la ley y de las instituciones y en ningún momento pretenden estar obrando en aras del bien común ni de la prosperidad de sus pueblos, al tiempo que ellos mismos costean sus viajes y estadías y las de sus cófrades. En el caso de los "mercotraficantes" no solamente los ampara la legislación sino que también somos nosotros los ciudadanos quienes sufragamos toda esa escenografía en la que estos titiriteros bilingües deciden nuestro destino.
Fiel al principio que reza que mejor aún que ser miembro de un cártel es pertenecer al mismo y a la vez traicionar a los demás participantes en provecho propio, las autoridades argentinas anunciaron en estos días la imposición de restricciones a las importaciones de electrodomésticos fabricados en Brasil, fundamentalmente productos vinculados a la denominada línea blanca (a la que a partir de ahora le aguarda por cierto un negro futuro) y a los televisores, pudiéndoseles agregar próximamente otras limitaciones dirigidas a sectores históricamente conflictivos como son los textiles, el calzado, los lácteos, los pollos y los automóviles.
Las medidas propuestas no demoraron en generar repercusiones y en tal sentido la firma Sony ya procedió a interrumpir sus exportaciones de televisores de Brasil a la Argentina, tras la decisión de gravar a los mismos con un impuesto del 21%. Las ventas de la empresa en la Argentina, que totalizaron los 135 millones de dólares en 2001, se redujeron hasta unos 30 millones durante el período que comprende el 2003 y el primer trimestre de 2004.
Al mismo tiempo, los "empresarios" brasileños exigen una reacción más firme por parte de su gobierno para que éste endurezca su posición, criticando a la administración Lula por mantener hasta ahora según ellos "un exceso de diplomacia" frente a su principal socio en el Mercosur. La vieja y bastamente refutada "Teoría de las Represalias Aduaneras" cobra vida una vez más con este nuevo anhelo de vendetta entre vecinos.
Esto evidencia una vez más cómo los consumidores seguimos siendo rehenes de estos cárteles estatales, como el Mercosur, el Alca o la UE, pergeñados con el claro propósito de simplemente correr un poco el alambrado a efectos de que el terreno permita albergar a un rebaño más numeroso de indefensas víctimas.
Aquí no interesan en absoluto los derechos individuales, los gustos y preferencias de los consumidores, nuestras decisiones en el mercado y los premios y castigos que a diario manifestamos con nuestras compras y abstenciones de comprar.
Obviamente todo esto es justificado de una manera más sofisticada y técnica, afirmándose por ejemplo como lo expresara el Jefe de Gabinete que "Lo que tenemos que hacer, frente a un socio como Brasil, es ir corrigiendo las posiciones asimétricas para que la competencia se haga del mejor modo", para agregar que "Tenemos un problema con los productos de Brasil, que compiten de un modo difícil de sostener internamente".
El propio presidente Kirchner manifestó "Cuando pensamos en el Mercosur, pensamos cómo formar el desarrollo industrial en todos los países, no que se desarrolle en uno solo, …" Seguramente los capos del Cartel de Cali o de Tijuana comulgarían con esta última idea.
En verdad la realidad es otra. Parecería que no contentos con los efectos del cóctel molotov que fueron la devaluación del 300% y la pesificación asimétrica de la economía argentina de comienzos del 2002 -la que no "se produjo" como dijera el entonces Presidente Duhalde, tal como si se tratase de un fenómeno meteorológico o de un suceso sobrenatural, sino que fue "producida" hábilmente por sectores que buscaban con desesperación mejorar a la fuerza su posición relativa y lograr una transferencia de recursos de acreedores a deudores- los parásitos de siempre ahora vienen por más.
El propósito de una medida como la que nos ocupa claramente es el de generar una escasez artificial de los bienes en cuestión para beneficiar a los eternos señores feudales, quienes sin correr riesgo alguno -condición imprescindible para que cualquier actividad se convierta en una empresa- siguen empleando el atajo que los gobiernos de turno les ofrecen para llegar a nuestros bolsillos. Situación que lamentablemente no tiene visos de cambiar mientras el marco institucional siga permitiendo que sea más fácil y más barato "convencer" a un burócrata que invertir en comercialización, en catálogos vistosos o en decorar una vidriera.
De la misma forma en la que los consumidores conocemos mejor que nadie cuáles son nuestras necesidades -dado que las mismas no tan solo son infinitas, sino también puramente subjetivas- también sabemos optar por la mejor alternativa para satisfacerlas. No precisamos que ningún burócrata o político en su afán de corregir "asimetrías" de poder nos aprisione en sus cotos de caza ad-hoc. Si realmente se desea, como se afirma hasta el hartazgo, que la gente viva mejor, no hay mejor medio para alcanzar ese objetivo que el de una apertura irrestricta de nuestras fronteras a fin de que compradores y vendedores, sean del origen que fueren, realicen los acuerdos contractuales que juzguen más convenientes.
Dejemos de darle connotaciones nacionales, o como en este caso supranacionales, a una de las más nobles actividades que se desarrollan en el seno de una sociedad y reconozcamos que el comercio es algo muy importante como para que los políticos jueguen de intermediarios entre las partes que actúan procurando su mutuo beneficio.
Gabriel Gasave es Investigador Asociado en el Centro Para la Prosperidad Global en el Independent Institute y Director de ElIndependent.org.
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El consumidor anarcocapitalista
(16 de julio de 2004)
Si algún mérito puede reconocerse al artículo "El consumidor ya ni lo puede mirar por TV", aparecido en Infobae del 15 del corriente, es la consecuencia del autor con sus ideas de siempre, que son, en buena medida, las del ultraliberal Independent Institute de Oakland, California.
El pensamiento de Gabriel Gasave, investigador analista en el influyente y sólidamente fondeado think tank del norte de California, y profesor visitante en el Departamento de Economía de la universidad estatal de San José, en el mismo estado norteamericano, profesa, a ultranza, el catecismo inspirado, antes que en los moralistas Adam Smith y Stuart Mill, en arúspices modernos como Von Hayek y Milton Friedman, cuyas doctrinas el mundo aprendió a través de las realidades del thatcherismo, las reaganomics y el anarcocapitalismo expresado en la "filosofía" objetivista de Ayn Rand: "La mutualidad de los seres humanos debe ser la de los mercaderes, trocando valor por valor y consentimiento por beneficio recíprocos. El único sistema social que pone a las relaciones humanas a cubierto de la fuerza es el capitalismo del laissez faire. Es un sistema basado en el reconocimiento de los derechos individuales, especialmente los de propiedad, y en el cual la única función del gobierno es asegurarles su protección".
Esta concepción del mundo no sólo rechaza toda forma de colectivismo, sino el derecho del gobierno a regular la economía y redistribuir la riqueza.
Al profesor Gasave le parece ilegítimo -lo suficiente como para proponer indisimuladamente un parecido con los acuerdos entre mafiosos- que el Estado argentino, y quienes tienen el mandato de conducirlo, instrumente, en el contexto principista de una integración regional cuyos caminos se van haciendo al andar, medidas meramente ocasionales y apenas compensatorias que, al costo de neutralizar las distorsiones disparadas por asimetrías pasajeras, den lugar a la tregua necesaria para recrear el espacio de la libre y genuina competencia.
Sería para aplaudir
Uno debería suponer que un verdadero liberal, aggiornado y anoticiado de la debacle que dejó en todas partes -en todas- el anarcoliberalismo de los '90, aplaudiría esta actitud, o, al menos, la enjuiciaría con objetividad y en función de sus objetivos. Pero la fidelidad a las creencias tempranamente aprendidas, la coherencia de los que no creen que mudar de opinión tenga que ver con la sabiduría, es, en el caso de Gasave, dominante.
Hace años, cuando era aún prosecretario de la Fundación Atlas "para una sociedad libre" (la figura de Atlas ocupa un lugar central en la producción literaria de Ayn Rand, pletórica de héroes que regresan para fundar un nuevo y saludable orden social basado en los principios del capitalismo de laissez faire), criticó la tímida Ley de Defensa de la Competencia que por entonces había sancionado el Congreso argentino, diciendo cosas tan interesantes como éstas: "pretender prohibir y sancionar la aparición de monopolios en una sociedad es algo tan absurdo como intentar derogar la ley de gravedad, o querer alterar por decreto la órbita lunar".
"Un monopolista natural es aquel que detenta la exclusividad en la oferta o provisión de un bien o de un servicio por la sencilla razón de que los consumidores, mediante su votación en el mercado, lo han colocado en tal posición?… Nada de pernicioso o de negativo tiene esta clase de monopolios.
Son tales por nuestra propia voluntad, pues dado el contexto en que nos desenvolvemos y las ofertas que hemos recibido, el elegido ha resultado ser el mejor."
El discurso de Gasave, en su recentísima aparición periodística, es el del "mercado", o, en un nivel de menor abstracción, el de los "consumidores": los consumidores argentinos, que verán lesionados, por la fuerza de las disposiciones gubernamentales, sus sacrosantos derechos individuales a comprar heladeras, lavarropas y cocinas de industria brasileña, televisores "made (assembled) in Manaus", a precios inferiores, por esos milagros matemáticos de la economía internacional, a los de los fabricantes argentinos.
La ventaja para el bolsillo de los consumidores remanentes en nuestro país tendría como probable contrapartida la quiebra o el cierre de algunas de las fábricas "ineficientes" que se las arreglaron para sobrevivir a la catástrofe de los '90.
Defensa de las fuentes de trabajo
Pero las quiebras y los cierres de fuentes de trabajo, contra lo que afirman creer los devotos de Atlas, no sólo ni siempre las pagan los empresarios: sus consecuencias las sufren la economía nacional y, en un menor nivel de abstracción, los trabajadores… y los consumidores. Porque, si vamos al caso, los trabajadores también son -o eran- consumidores. Como lo fueron, alguna vez, los piqueteros. "Toda nación tiene derecho a tomar aquellas medidas defensivas que estime convenientes", escribió hace poco el profesor Gasave en un artículo que tituló "Ideas de bajo vuelo". La defensa, en el contexto de ese artículo, era contra el terrorismo, y el país cuyo derecho a defenderse se examinaba, los Estados Unidos. Pero no parece ilícito interpolarla en el contexto aquí tratado.
Seamos objetivos, profesor Gasave. También nosotros, los argentinos, tenemos derecho a defender a nuestras maltratadas industrias, a nuestros empobrecidos obreros, y, aunque usted no lo crea, a nuestros consumidores. Y a hacerlo en beneficio de las mayorías, no a expensas de alguien en particular.
Rafael Bielsa fue Ministro de Relaciones Exteriores de la Nación desde mayo de 2003, cuando asumió el presidente Néstor Kirchner, hasta diciembre de 2005, fecha en la que asumió una banca de Diputado de la Nación de la República Argentina.
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