América Latina: Se terminó la fiesta: sin dólares, no hay populismo
Fundación Libertad, Rosario
En esta época festiva del año, resulta ilustrativo comparar al Estado populista con Papá Noel: un simpático y carismático personaje que viene a regalarnos todo aquello que necesitamos y que por derecho creemos merecer sin más esfuerzo que la excusa de “portarnos bien” y creer en él. El cuento termina cuando volvemos a la realidad y recordamos que Papá Noel no existe y que detrás de esa fachada son los padres y abuelos (simples mortales) los que financian la farsa.
¿Qué es el populismo? En forma breve y práctica, son aquellas políticas económicas llevadas a cabo con el objetivo de redistribuir ingresos a través del Estado, aunque esto no tenga como respaldo una actividad productiva y competitiva sostenible en el tiempo. Se manifiesta en los tantos subsidios y planes sociales que otorga y en un excesivo incremento del empleo público que suele tener por contrapartida la militancia política fanatizada tras un líder que, lejos de ser un mero administrador de lo público, se convierte en un salvador y mesías. Pero la realidad es que ni el Estado es Papá Noel ni los bienes y servicios llegan en trineo desde algún país más ordenado, frío y lejano; hay que producirlos. Y para producir, se necesita capital, es decir, ahorro y luego inversión. Sin embargo, el populismo favorece el consumo por encima de cualquier otra variable en la economía y crea condiciones insostenibles de bienestar pasajero y cortoplacista.
El 2015 fue un año histórico para América Latina, en lo que refiere al ocaso de estos regímenes políticos en varios países. En Guatemala, el populismo de Manuel Baldizón y el de Sandra Torres no llegó a concretarse; en Argentina, ganó el balotaje presidencial Mauricio Macri –dejando atrás la era de los Kirchner-, y, en Venezuela, la oposición de Nicolás Maduro consiguió el control de la Asamblea Nacional. Además, los índices de aprobación de Dilma Rousseff no paran de caer en Brasil tras el escándalo de corrupción que involucra a la petrolera estatal Petrobras, a los principales empresarios de la construcción y a primeras figuras del gobierno del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva. En este escenario, muchos –entre ellos la revista británica The Economist- se animan a aventurar el fin del populismo en Latinoamérica.
¿Será, entonces, que Latinoamérica está despertando después de años de pesadillas, dispuesta a patear el populismo que la agobia? Los más esperanzados e idealistas responderían que sí sin dudarlo. Los escépticos, en cambio, dirían que este giro en la llamada “marea rosa” de los movimientos políticos populistas no se debe tanto a un cambio cultural e ideológico, sino al derrumbe de los precios de las materias primas o commodities. Es innegable que otros factores potencian el descrédito de estos líderes mesiánicos: los escándalos de corrupción y la mala gestión económica. Pero resulta inquietante que este deseo de cambio de los votantes se manifieste al mismo tiempo en que las economías latinoamericanas se desploman. Para Brasil se espera una contracción del 3% este año según el FMI; en Argentina, la economía creció sólo un 0,5% en 2014 y se espera una expansión de un modesto 0,4% en 2015; Venezuela atraviesa su peor contracción económica tras caer 4% el año pasado y se estima un 10% de caída de su PIB este año. La inflación venezolana es la mayor del mundo, seguida por la argentina. En estas dos últimas economías, el Estado intervino todos los sectores alterando el sistema de precios vigente en el mercado, lo que generó desabastecimiento y mercados negros. A todo esto se le suma el fin del formidable ciclo de laxitud monetaria de la FED, la desaceleración de la economía China, el fortalecimiento del dólar y la consecuente tendencia bajista del precio de los commodities. En particular, del barril del petróleo y la soja: el oro negro y verde que financió a Venezuela y Argentina respectivamente durante todos estos años.
En respuesta a la pregunta que titula este artículo, todo parece indicar que cuando falta dinero, sobra populismo. Estos gobiernos se quedaron sin su arma principal: los dólares. El desmanejo y la ineficiencia los desfinanció y en el contexto internacional vigente será impracticable la política de subsidios indiscriminados y el excesivo gasto público, soportado –o ya no- por la emisión monetaria, la inflación récord y el endeudamiento. Los regímenes populistas que Latinoamérica ha votado en el pasado han rifado por completo los dólares frescos que entraban en la cuenta comercial por el boom de commodities, que se sucedió para financiar nada productivo sino… ¡aún más populismo! Se aferraron a ese shock de precios abandonando al mismo tiempo, y con la misma intensidad, su calidad institucional. Conocidos son los casos de corrupción que tocan al saliente gobierno argentino de Cristina Fernández de Kirchner y sus funcionarios, el descrédito moral del partido de Dilma Rousseff, por el ya mencionado escándalo vinculado a Petrobras, y el autoritarismo que ya exhibe sin pudor Nicolás Maduro que días atrás en su cadena nacional amenazó al pueblo con no otorgar más viviendas porque no le dieron su apoyo en las elecciones legislativas; por citar algunos ejemplos.
En este contexto, y por causalidad –no casualidad-, varios países de América Latina le dicen adiós a la experiencia nefasta de estos gobiernos personalistas y autocráticos que los han gobernado por años. Pero todavía queda mucho camino por transitar –otros como Cuba, Ecuador y Bolivia todavía tienen arraigados al poder gobernantes populistas-. Resulta menester que América Latina comprenda la verdadera esencia de esta fiesta del consumo y que nunca más se confunda un “boom de materias primas y suerte” con una gestión exitosa. El éxito de una nación depende de la cultura de trabajo, las reglas claras, el respeto, el imperio de la ley, la fortaleza institucional, el mercado, la libertad de comerciar, la transparencia administrativa, la competencia, la innovación, la productividad y la confianza.
Se fueron los dólares y se cargaron algunos gobiernos. Pero, al mismo tiempo, hay un incipiente regreso de las instituciones. Hay que trabajar para que de una vez y para siempre esto no sea algo pasajero y atado a la coyuntura económica global. Es hora de dejar atrás las divisiones ideológicas entre la izquierda y la derecha, el discurso crispado y las emociones, y enfocarse en lo que funciona: el sentido común y el respeto irrestricto por las instituciones y la vida de los demás.
La autora es Licenciada en Economía e Investigadora de la Fundación Libertad.
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