Enseñanzas liberales con socialistas confesos
Ocurrió hace ya algunos años. Un militante del PSOE, amigo mío, vivía haciendo frente a un dilema moral causado por la aparente contradicción entre sus principios políticos y su modo de vida. Me lo confesó un día, e incluso me pidió ayuda al respecto. Más o menos, lo que dijo fue esto:
Soy socialista, pero me gusta usar ropa cara, de marca, y se supone que no debería ser así. Tú, que eres liberal, seguro que puedes darme algún argumento que me permita vestir de esta manera y no traicionar mis principios.
A grandes rasgos, le expliqué que el hecho de que él hubiera comprado esa camisa y esos pantalones tan caros que llevaba puestos en ese momento había ayudado a mucha gente. Le dije que había numerosas personas que tenían trabajo en una fábrica en algún país gracias a que había que producir esas prendas, y que su transporte hasta España y, una vez aquí, hasta la tienda también generaba empleos. Añadí que el establecimiento donde adquirió esa ropa estaba abierto, y con dependientes que se ganaban la vida atendiendo a los clientes, gracias a él y a todos sus compradores.
A modo de conclusión, vine a decirle algo así como: “Puedes estar tranquilo, gracias a que usas esa ropa cara hay mucha gente que tiene trabajo”. La cara de mi amigo tras mi breve alegato por el libre comercio era de satisfacción. Simplemente me contestó: “Pues tienes razón, ahora estoy más tranquilo. Gracias”. Y pasamos a otro tema.
Tras aquella conversación mi amigo siguió siendo militante del PSOE, pero su respeto hacia los liberales y ese sistema de intercambios voluntarios que es el mercado había crecido. No era para menos, es una persona honesta y lo que le permitió dejar de sentir que vivía en una contradicción moral fue una explicación de los beneficios del comercio.
Otra historia real. Es también de hace unos años, aunque menos. Ignacio Escolar presentaba en sociedad el periódico del que es fundador y director desde entonces, eldiario.es. El ambiente era el previsible. Había mucho gafapasta con ínfulas de intelectual junto a pijillos y, sobre todo, pijillas disfrazados para salir por Lavapiés y sentirse solidarios tomando Mecca-Cola en vez de Coca-Cola. No faltaba algún perroflauta auténtico, con perro incluido, y pinta de ser okupa, y todas las demás variantes del izquierdismo anticapitalista español (acudió al acto hasta un condenado por colaborar con ETA reconvertido en abogado, supuestamente de Derechos Humanos).
Escolar, como buen orador que es, estuvo fluido en toda su intervención. Sin embargo, hubo un momento en que se le vio más incómodo. Fue cuando tuvo que explicar el motivo por el cual habían constituido una empresa y no una ONG, o cualquier fórmula similar, para editar el entonces nuevo periódico digital. Tuvo que confesar. Vino a decir algo así como: “Aunque no nos guste, para ser viables económicamente, la mejor manera es ser una empresa”. Al final, el capitalismo termina siendo el camino elegido para hacer un periodismo en el que se carga día sí y día también contra el capitalismo.
De un modo u otro, las ideas de la libertad terminan calando en muchos sin que ellos se den cuenta. Les ocurre hasta a muchos de los grandes detractores de los valores que defendemos los liberales. Y eso es una buena noticia si sabemos cómo usarla a nuestro favor.
Renunciemos a que mi amigo del PSOE se convierta al liberalismo (si lo hace, mejor), basta con que difunda parte de nuestras ideas e influya a favor de ellas dentro de su partido. No lograremos que los Ignacio Escolar del mundo defiendan el capitalismo, pero hemos avanzado mucho cuando lo practican al poner en marcha una empresa. Y, así, sin darse cuenta, ellos también ayudan a su difusión al mismo tiempo que lo combaten.
El “apostolado liberal” (en expresión tomada de José Carlos Rodríguez) no debe ser una cosa de todo o nada. Obsesionarse con lograr conversiones no lleva a ninguna parte, nuestro mayor éxito es cuando alguien defiende o pone en práctica nuestras ideas sin darse cuenta de que son las de la libertad.
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