Religiones seculares e intramundanas
Desde el punto de vista del análisis institucional, el premio Nobel de Economía, Hayek (2006: 109) observó que: “la mayor parte de las utopías pretenden rediseñar radicalmente la sociedad y adolecen de contradicciones internas que hacen imposible su realización”.
De hecho, entender adecuadamente la realidad del ejercicio del poder sobre un territorio requiere incorporar también el análisis del marco institucional que introdujo Robert Michells en 1910 con su obra Los partidos políticos: un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna y sobre el que insiste el Dalmacio Negro en su nuevo libro La Ley de Hierro de la Oligarquía que se presentará al público el próximo lunes, 21 de diciembre de 2015.
1. Ley de Hierro de la Oligarquía
Recomiendo la lectura de ésa obra de Dalmacio Negro porque ilustra a los ciudadanos que quieran observar la realidad desde la prudencia de un sabio y, por tanto, advierte sobre la posibilidad real de caer bajo las redes ideológicas de las utopías que pretenden alcanzar la felicidad en la Tierra y que tanto daño hacen a la civilización por los procesos de destrucción de los derechos y libertades, la pobreza, el hambre, la miseria y las muertes que provocan en los países donde se imponen.
Sin duda, es importante llamar la atención sobre la imposibilidad de las teorías políticas universales, la imposibilidad de cálculo económico en el colectivismo y el peligro para la libertad de las utopías constructivistas y deconstructivistas como fuentes de destrucción de la sociedad civilizada, abierta y libre. Desde la erudición, su obra exhorta a la prudencia política, a la regeneración institucional, a la defensa los derechos individuales y al establecimiento de fuertes límites al ejercicio del poder político.
Constituye una explicación imprescindible para entender los procesos de evolución o de involución del marco institucional de las regiones y de los países. La evolución institucional se produce cuando prevalecen los líderes que actúan de un modo inclusivo de todos los ciudadanos e integrador de todas las regiones en un país. Por el contrario, la involución institucional se produce cuando el gobierno de los asuntos comunes cae en manos de perversos, sátrapas y tiranos como disertaban los escolásticos españoles de los siglos XVI y XVII y, entre otros, advertía el sabio Juan de Mariana en su obra De Rege et Regis Institutione (1599).
2. Religiones Seculares e Intramundanas
La ley de hierro de la oligarquía aplica en todo momento y en todo lugar, por lo que se encuentra siempre en todos los procesos de colectivización de la sociedad, dado que éstos se producen como consecuencia de la llegada al poder de oligarquías perversas que imponen una concepción radical al resto de la población asaltando las instituciones democrática o violentamente y distinguiéndose por la construcción cientificista de una religión secular e intramundana en donde pueden distinguirse: a) un falso Mesías, b) un texto sagrado, c) una simbología (banderas, himnos, vestimentas, ritos), y d) una fe colectiva expresada por las emociones que produce la integración en un grupo social superior, una unión colectivista expresada como la hermandad en la tierra, el lenguaje, la etnia, la raza, la religión…
Inicialmente, las religiones seculares e intramundanas nacen como grupos intelectuales reducidos que, liderados por una o varias personas sectarias, con capacidad de liderazgo y con ansias de poder, van consiguiendo adhesiones incondicionales de una masa creciente de seguidores que propagan el mensaje y que, en épocas de crisis económica, pueden lograr la adhesión incondicional de una mayoría de la población envilecida y resentida, buscando soluciones utópicas que les provean la felicidad inmediata en la Tierra y que terminan cayendo en las redes de una oligarquía perversa con sus propia.
El proceso de colectivización conforma una nueva ekklesia, entendida como un pueblo constituido como unión con el mensaje de una persona histórica (Mesías) y como comunidad de lengua, costumbres, cultura y valores morales “nuevos”.
Por ello, el colectivismo político como fenómeno no es sólo político y moral sino que, esencialmente es religioso, dado que hunde sus raíces en lo más profundo de la psicología, tocando los rincones más recónditos del alma humana, cuando busca una guía en medio de la oscuridad que produce el proceso de secularización y ateismo que se inició con la Revolución Francesa de 1789.
De hecho, el colectivismo político es la principal amenaza para el arraigo y la permanencia de una sociedad civilizada, abierta y libre. La lucha contra el colectivismo no puede producirse sólo en el plano ético, sino que deben estudiarse la base psicológica y la raíz espiritual del mismo problema para desentrañar su perversión intrínseca.
Los enemigos de la sociedad abierta son las múltiples formas de colectivismo político que sirven para la imposición del poder de una oligarquía sobre el hombre-masa del pueblo: comunismo, anarquismo, nacional-socialismo, nacional-socialismo, nacional-separatismo… Todos ellos intentan alcanzar utopías mediante la construcción inmanente de una nueva religión secular o intramundana que requiere de actos de fe y de la creencia en las bondades del supuesto hombre “nuevo” y, por tanto, en las ventajas de la pretendida “nueva” sociedad con valores morales creados ad hoc para servir a los deseos y las voluntades de los nuevos Mesías que “guían” al pueblo hacia el paraíso en la tierra pero que, sin embargo, acaban conformando un auténtico infierno donde los derechos individuales a la vida, la libertad, la propiedad y la igualdad de trato ante la ley quedan aplastados por la búsqueda de una utopía.
Es absolutamente recomendable la lectura del ensayo Las Religiones Políticas de Eric Voegelin porque desentraña de un modo espléndido la naturaleza oligárquica y perversa de las religiones políticas, seculares e intramundanas:
“La pregunta metafísica radical de Schelling: «¿Por qué hay algo en vez de nada?», expresa la preocupación de unos pocos, y no tiene importancia en la actitud religiosa de las grandes masas. El mundo como contenido suplanta al mundo como existencia. Los métodos de la ciencia, entendidos como formas de investigación del contenido del mundo, se convierten en universalmente vinculantes a la hora de fundamentar la actitud del hombre frente al mundo. Desde el siglo XIX, ha habido grandes periodos de tiempo en que la palabra metafísica ha sido declarada «opio del pueblo» y, en un nuevo giro, una «ilusión» de futuro incierto. Asistimos a la elaboración de toda una serie de consignas contra las religiones espirituales y su concepción del mundo, que se legitiman con la ciencia natural, interpretada como forma válida de conocimiento, en contraposición con el pensamiento místico: surgen así las «cosmovisiones científicas», el «socialismo científico», el «racismo científico» y los «misterios del mundo» quedan inventariados y resueltos. Simultáneamente, el saber en torno a las cuestiones fundamentales referidas al ser, y también en torno al lenguaje en que dichas cuestiones deben tratarse pierde ahora su carácter general y queda restringido a pequeños grupos. Indiferentismo, laicismo y ateismo se convierten en los rasgos distintivos de la imagen del mundo que se impone a la opinión pública.
Los seres humanos pueden dejar que los contenidos mundanos se desarrollen hasta borrar del horizonte los conceptos de mundo y Dios, pero lo que no pueden hacer es eliminar la problemática de su propia existencia. Esta continúa viva en el alma de cada individuo, y cuando Dios queda eclipsado por el mundo, son los contenidos del mundo los que devienen dioses. Si se destierran los símbolos de la religiosidad supramundana, otros nuevos vienen a ocupar su lugar, a saber, símbolos desarrollados, a partir del lenguaje científico intramundano”. Voegelin (2014: 58).
Antes de la Revolución Francesa de 1789, los escolásticos tardíos españoles de los siglos XVI y XVII, entre los que destacaba Juan de Mariana (1536-1624), defendían la soberanía del pueblo cedida en fideicomiso al rey, el principio de consentimiento, el derecho a la vida, el derecho a la libertad, el derecho a la propiedad privada adquirida por medio del trabajo y el derecho de rebelión frente a los tiranos que servían como un marco institucional de referencia que establecía límites al poder político y, según las últimas investigaciones académicas, sus obras influyeron sobre pensadores como John Locke y John Adams que, respectivamente, impulsaron las democracias parlamentarias de Gran Bretaña y de los Estados Unidos de América.
Sin embargo, desde la Revolución Francesa de 1789, surgen las ideologías que terminan conformándose como religiones seculares e intramundanas y que, aun siendo conceptualmente erróneas, sirven como instrumentos para el ejercicio del poder sobre un territorio, una región o una nación histórica porque, como advierte Dalmacio Negro, el gobierno es siempre ejercido por un determinado grupo de dirigentes u oligarquía.
En definitiva, los enemigos de la sociedad abierta se repiten una y otra vez a los largo de la historia de la humanidad. Si bien, una oligarquía no tiene que estar formada necesariamente por personajes perversos y puede haber líderes inclusivos e integradores.
Sin duda, debemos permanecer siempre atentos para saber desentrañar la naturaleza utópica y perversa de las ideologías como religiones seculares e intramundanas, y mantener en pie los contrapesos de poder y los límites institucionales que permiten el arraigo de las sociedades civilizadas, abiertas y libres.
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