Análisis económico básico del Bitcoin (I)
Aunque pensaba que lo había hecho, al final no he podido evitar que mi atención se escape hacia la "moneda" de moda, por lo que las siguientes constituyen mi humilde aportación al análisis del Bitcoin como moneda.
Mi análisis se va a centrar, como digo, en ver qué posibilidades tiene Bitcoin de ser utilizado como dinero, y no en analizar si es una buena oportunidad de forrarse o no. Estoy seguro de que muchos avezados emprendedores ganarán cantidad de dinero mientras dure la discusión académica: de hecho, Bitcoin se incardina en el sector de Internet, particularmente proclive a la generación de burbujas más o menos llenas de aire.
Antes de nada, procede tratar de explicar qué es Bitcoin, lo que no es tan fácil como debería ser. El lector interesado puede encontrar aquí[1] todo el material para hacerse una idea. Sus creadores definen Bitcoin como "una red innovadora de pago y un nuevo tipo de dinero". En la práctica, la posesión de BTCs[2]se refleja en una clave que permite transferir la BTC entre "monederos" virtuales. Las BTCs se generan por los ordenadores que están colaborando en el proceso de cifrado que necesita el sistema para funcionar, que al parecer es mucho. Así, las BTCs recompensan esa dedicación de capacidad, pero lo hacen en proporción a la capacidad total de proceso de la red Bitcoin. La creación de BTCs está limitada a un cierto número, a partir del cual se supone que los ordenadores dedicados al cifrado encontrarán su recompensa en comisiones de pago. La recompensa antes referida es aleatoria, y todo este proceso de cifrado es lo que se conoce como minería. Insisto: cuantos más ordenadores hay trabajando, más difícil es que a uno concreto le toque una BTC, y llegará un momento en que ya no se encuentren BTCs.
Tras esta precaria definición, comencemos el análisis, para lo que acudiré a los conceptos económicos básicos: al valor, al intercambio directo, al precio, al intercambio indirecto y al dinero. Como es bien conocido, el valor de un bien depende de la utilidad que pueda proporcionar. Esta utilidad es subjetiva, en el sentido de que cada individuo es el único que conoce la utilidad que para él puede tener un determinado bien, por lo que el valor del bien es igualmente subjetivo.
En el origen de la sociedad y el mercado como lo conocemos hoy, cabe pensar que se produjeran intercambios de bienes (trueques) entre los individuos. Obsérvese que la existencia del trueque es una verdad empírica, y no previsible por la teoría económica. Lo que sí puede hacer la teoría económica es explicar por qué se produce y deducir consecuencias.
El intercambio se produce porque cada uno de los individuos involucrados considera que el bien que va a recibir le es más valioso que el que va a ceder, sea porque le es más útil o porque del cedido dispone de más unidades.
Cabe pensar que el primer tipo de intercambio fuera el llamado directo, en el que se intercambian bienes con usos diferentes, con la finalidad última de utilizar directamente el obtenido. Por ello, solo se intercambiaban bienes que tienen uso directo. Por definición, en el intercambio directo lo único que cuenta es el valor de uso del bien, no el valor de intercambio, pues éste solo aparece con el intercambio indirecto, como ahora se explicará.
Así pues, en el mundo del intercambio directo, la contraparte que estuviera dispuesta a aceptar BTCs se plantearía qué puede hacer con ellos, pregunta que abro al lector: ¿Qué se puede hacer con una secuencia de bits que representa un código aceptado por una mayoría de ordenadores? ¿Se pueden utilizar para una imagen, una película o un programa de software que nos proporcione utilidad? Parece difícil que alguien aceptara BTCs en un escenario de intercambio directo.
Prosigamos el análisis teórico. Las limitaciones del intercambio directo son patentes: para que se produzca es necesario un encaje de utilidades que lo dificulta enormemente. Necesitamos algún individuo que tenga algo que nosotros queremos, y que a su vez, quiera algo que nosotros poseemos. No solo eso, sino que además deben ser de valores comparables: por mucho que un albañil necesite fresas, no va a construir una casa a cambio de una tonelada de fresas.
Por ello, en algún momento los individuos empezaron a utilizar alguno de los bienes intercambiados como dinero, esto es, como bien intermedio para facilitar los intercambios. De esta forma, el albañil del ejemplo podía cambiar la casa por este tercer bien, del que dedicar parte a la compra de fresas. Por supuesto, este tercer bien, el dinero, resolvía el problema del encaje de utilidades, ya que a su valor de uso individual superponía ahora el de intercambio, siendo así válido para una mayoría de individuos en la comunidad.
De nuevo, es necesario recordar que la existencia de dinero es una verdad empírica, no es algo que se puede deducir mediante la praxeología. La teoría económica nos permite explicar la existencia del dinero, pero no prever su existencia. Por ello mismo, los atributos del dinero no se pueden determinar teóricamente, sino que se han de estudiar empíricamente, con la observación de las características del dinero usado por los individuos a lo largo de la historia.
¿Qué es lo que parecen haber en tenido en común todas las mercancías usadas (libremente) como dinero a lo largo de la historia del ser humano? Todas tenían un valor de uso inicial; todas se intercambiaban por su valor de uso con otras mercancías, lo que permitió una transición natural en el momento en que se generalizó su uso como medio indirecto de intercambio. Evidentemente, el nuevo uso de esa mercancía le confirió un valor adicional, haciendo que se multiplicara el valor del bien, lo que a su vez debió de desencadenar procesos de producción adicionales a los existentes para competir por el nuevo valor generado.
Como dinero se ha utilizado la sal, la pimienta, el ganado, la cebada, las conchas cauris e incluso megalitos; se ha utilizado el oro y la plata, e incluso los cigarrillos. Todas eran mercancías que, para aquellas sociedades y en aquel entonces, tenían valor de uso, y la mayoría de ellas lo siguen teniendo[3].
Sin embargo, no ocurre lo mismo con Bitcoin. Las BTCs se nos plantean desde el principio como una mercancía sin valor de uso directo, cuyo valor reside por tanto íntegramente en su valor de intercambio. Exactamente igual, por tanto, que el dinero fiduciario que domina el intercambio indirecto en la actualidad. La diferencia estriba en que el dinero fiduciario tiene un origen vinculado a un material con valor de uso (el oro), mientras que Bitcoin nace referenciado a un bien que únicamente tiene valor de intercambio, el propio dinero fiduciario.
Habida cuenta de la ausencia de valor de uso directo, lo que preocupa a los creadores de Bitcoin es remedar lo que constituyen buenas cualidades empíricas del dinero. Pero, ¿es esto suficiente para conseguir un dinero libremente aceptado? Trataré de seguir indagando en el tema en el próximo comentario, pero ya anticipo que la respuesta final solo se puede obtener en el libre mercado.
Lo otro que procede anticipar en estas señaladas fechas es mis felicitaciones navideñas y de Año Nuevo a todos los lectores y seguidores del Instituto Juan de Mariana. ¡Feliz Navidad!
[3] Sobre el dinero fiduciario creo que se ha escrito lo suficiente como para que sea necesario referirme a él. Baste decir aquí que el uso del dinero fiat está impuesto en la actualidad como moneda por los Estados. Es una cuestión empírica interesante saber qué hubiera pasado con el dinero fiat en ausencia de monopolio estatal del dinero. Posiblemente el futuro de Bitcoin pueda dar una pista.
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