Las novelas del siglo XXI
Afortunadamente no todo se centra en la maléfica corriente del socialismo del siglo XXI que impulsó Hugo Chávez. Hay, también, una tendencia mucho más benéfica, que es la de las nuevas novelas de este siglo. Novelas, por cierto, que transcurren en la pantalla de la televisión y no sobre el papel de los libros que parecen menguar en esta era audiovisual.
Y hablando de papel, fue en la revista semanal del mismo nombre que publica el diario español El Mundo, donde hace poco leí un artículo de Eduardo Fernández titulado Las series son las nuevas novelas de los cuarentañeros. Con buen tino, el autor explica que los tiempos han cambiado, pero la novela decimonónica (pensemos en Dumas, Balzac, Dickens) que aparecía por entregas continúa viva, sólo que la vemos por folletines en las series de cable.
Bien, soy uno de los millones de televidentes que se rinden ante las producciones de HBO, Showtime o USA Network, por citar sólo tres plataformas de una industria que le hace la competencia al mejor cine de Hollywood. No obstante, debo aclarar que me colé como polizón en la generación de los que están en los cuarenta. Ya peligrosamente cerca de los sesenta, las series que ofrecen las cadenas de pago han despertado en mí la pasión que en el pasado sentí leyendo novelas como Madame Bovary, Fortunata y Jacinta, Cien años de soledad, Conversación en la Catedral o Una mujer difícil.
En los últimos años he leído con admiración la obra de Philip Roth y con entusiasmo adolescente la saga de Lisbeth Salander que nos regaló el desaparecido Stieg Larsson. Compartí la llama encendida con Los detectives salvajes del también fallecido Bolaño, y leyendo memorias de personas extraordinarias como Patti Smith y Oliver Sacks sentí una profunda nostalgia por otros tiempos que ya no volverán.
Pero tal vez a los lectores nos ocurre algo parecido a lo que les sucede a muchos escritores: con los años esa pasión que te consume ya no es tan intensa, y se refleja en los libros que se abandonan a medias y en las propias páginas de novelas que ya no tienen la potencia de antaño.
Sencillamente, el imperio del sentido audiovisual, con sus sucursales en las redes sociales, ha conseguido conquistar nuestras pupilas y cerebro. Buscamos solaz frente al magnetismo de la pantalla que ahora es una historia interminable de tramas que se cruzan y se confunden entre sí con series que son vasos comunicantes.
En un fin de semana (como en The Lost Weekend con Ray Milland y las series como sustitutas del delirio etílico), se pasa de los albores de la revolución sexual con Masters of Sex y Mad Men, a la post revolución del adulterio transformado en suspense con la tórrida The Affair. Pero antes de estas clases magistrales que nos llevan de los encorsetados años 1950 en la suburbia que atormentaba a John Cheever al desorden sentimental del novelista Noah Solloway en The Affair, hacemos un detour en las alcantarillas del espionaje, con la formidable Carrie Mathison a modo de guía bipolar en Homeland.
Malas noticias para el protagonista de The Affair: la Gran Novela Americana ya la escribió el guionista de Los Soprano y aquel primer capítulo, en el que Tony Soprano sufre una crisis existencial rodeado de patos en el jardín de su mansión, fue el anticipo de que los grandes relatos ya no había que buscarlos entre páginas que amarillean, sino en la íntima comunión con la pequeña pantalla, madre de las novelas del siglo XXI.
Los personajes de estos relatos por entregas saltan de una serie a otra como seres fugados. Hoy podemos ver a Brody de nuevo en Showtime vengándose de Carrie y toda la CIA, ahora reencarnado en un truhán de Wall Street. O podemos dejarnos deslumbrar por una novela de papel trasladada a la televisión como The Leftovers. Nunca leí la obra de Tom Perotta, pero entro y salgo de la enigmática serie como uno más de los departed o desaparecidos de este mundo.
En algún momento los libros se nos cayeron de las manos y resucitaron en la imagen y el sonido de la novela del siglo XXI.
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