Argentina: Cómo se gestó la tragedia de Once
(Puede verse también Argentina: Populismo asesino por Roberto Cachanosky)
En los primeros días de Néstor Kirchner en la Casa Rosada se empezó a gestar la tragedia de Once; todos sabían que iba a suceder. Y entonces esperaron pacientes, arropados por la complicidad, la corrupción y la mansa resignación de los pasajeros. La sentencia que hace minutos se leyó es la culminación de un proceso que identificó a los ferrocarriles como una maravillosa caja de dinero discrecional y no como un lugar para mejorar la vida de los argentinos.
Fueron años de desidia y millones en los que se construyó una gran mentira que sólo la muerte evitable de 52 argentinos pudo desmoronar. Hacía tiempo que se anunciaba que irremediablemente las vías serían un escenario de tragedia.
El sistema ferroviario de aquella época se basaba en dos pilares. El primero era una tarifa a precio de monedas; el segundo, compensar con subsidios llenos a de ceros a los empresarios. Fue en aquel 2003 cuando Kirchner detectó al transporte como una fenomenal caja para la financiar la política y los políticos. Entonces tomó la primer y trascendental decisión: colocó sobre esa montaña de dinero a uno de sus alfiles, Ricardo Jaime, supervisado por su gerente favorito, Julio De Vido.
Jaime y De Vido, y más tarde Juan Pablo Schiavi, fueron los teloneros de la fiesta que duró hasta esa mañana de febrero en Once. Desde la tribuna se declamaba la revolución ferroviaria y en la Casa Rosada se anunciaban proyectos majestuosos como la fábula del tren bala o el plurianunciado soterramiento del tren Sarmiento. Se inauguraron trenes fantasmas con formaciones prestadas y hasta un servicio a Uruguay que dio un par de vueltas para la foto. Debajo de aquella cascarilla de chatarra habitaba la desidia y los subsidios. Los anuncios fueron sólo eso; las obras a veces se iniciaron pero pocas se terminaron. Los trenes eran los mismos y a veces los pintaban. La inversión y los planes a largo plazo fueron los grandes ausentes.
El trípode compuesto por Kirchner, De Vido y Jaime no estuvo sólo. Los gremios acompañaron alegres, matizados por enormes fondos públicos y beneficios para sus afiliados que se canalizaron mediante los subsidios. Los concesionarios, pieza fundamental en el esquema, mantuvieron la distancia que pudieron o quisieron del núcleo del poder y del dinero. Las concesiones se desvirtuaron y las empresas quedaron como gerenciadoras de los pedidos -de todo tipo- del Gobierno. Claro que en ese universo algunas fueron más prolijas que otras. Mario Cirigliano fue el mejor alumno del credo ferroviario que dictó el kirchnerismo.
A Néstor le sucedió Cristina Kirchner y todo siguió igual. Las cuentas fueron poco claras y los millones se multiplicaron. El dinero del ferrocarril sirvió para pagar jet privados, viajes, lujos, casas y hasta terminó en alguna cuenta suiza en la que todos los meses, al menos un ferroviario, se encargaba de solventar. Las compañías corrían los trenes como podían mientras alzaban oraciones para que no pasara nada. Pero pasó, y con una formación abarrotada de gente, como sucede a diario. Y allí quedaron 52 vidas.
Entonces llegó el silencio y el cambio. La ex presidenta jamás condenó a sus funcionarios por la tragedia pero le sacó a De Vido la manija del transporte y se la dio a Florencio Randazzo. El nuevo ministro jamás miró para atrás, quizá fue esa su mayor virtud, y se puso al frente de la renovación de trenes, estaciones y vías.
Había pasado un año desde aquella mañana de febrero y la ex presidenta ya había pronunciado 98 discursos y 464.584 palabras. El fútbol fue mencionado en 28 oportunidades y los medios, 101. Al accidente ferroviario, apenas lo tocó con sus dichos en un par de ocasiones. Fue una muestra de la atención que le prestó al asunto y que terminó hoy con dos secretarios de su gobierno condenados y con un pedido de investigación a Julio De Vido, otro de sus ministros en sus ocho años en la Casa Rosada.
La Justicia hizo lo suyo y la memoria de los pasajeros que terminaron con su vida en Once quedó más tranquila después de la sentencia. Hay una deuda más con ellos: no permitir nunca más que la corrupción y la desidia se apoderen del Estado como lo hicieron durante años con el transporte. Será una manera de honrarlos.
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