Inmigración (XXXII): La iniquidad del cabo Adolf
“Cualquier inmigración posterior de no ciudadanos debe ser evitada. Exigimos a todo no alemán que haya inmigrado a Alemania desde el 2 de agosto de 1914 que sea obligado a abandonar inmediatamente el Reich”. Octavo punto del programa del NSDAP, febrero 1920.
“En comparación con la vieja Europa, que había perdido una cantidad infinita de su mejor sangre a través de la guerra y de la emigración, la nación norteamericana aparece como gente joven y de raza selecta. La propia nación americana, inspirada por teorías de sus propios investigadores raciales, (tiene) criterios específicos establecidos para la inmigración…”. Adolf Hitler, alabando las cuotas raciales en la ley de inmigración de los EE UU de 1924.
“…se requiere poder, incluso más hoy día en que los Estados se sellan herméticamente para librarse de elementos incómodos de la inmigración. Cuanto más crezcan las dificultades económicas, más se verá a la inmigración como una carga. Los trabajadores nativos se han de blindar como medio para erigir un muro protector contra la mano de obra barata”. Adolf Hitler, mitin de Nuremberg de 1927.
“Lo que le ocurra a un ruso y a un checo no me importa lo más mínimo. Lo que pueden ofrecernos las naciones con buena sangre lo tomaremos, si es preciso, secuestrando a sus hijos y educándoles aquí nosotros. Si las naciones viven en prosperidad o se mueren de hambre me atañe sólo hasta el punto de que necesitemos esclavos para nuestra Kultur, en lo demás no me interesa […] Deseo que la SS adopte esta actitud frente a todos los pueblos extranjeros no alemanes…”. Heinrich Himmler, discurso de 4 de octubre 1943.
El deseo inicial del ex cabo Adolf, nativista acérrimo, era deshacerse de los judíos y sellar su país de la influencia perniciosa de inmigrantes no deseados. Una vez se hizo con el poder absoluto de Alemania, a medida que la contienda mundial se le fue complicando, ese segundo objetivo de aislar la nación germana de trabajadores extranjeros hubo de atemperarse.
Desde mediados de los años 30 hubo ya escasez de mano de obra en Alemania, lo que supuso una amenaza para el régimen nacionalsocialista. Tuvieron que echar mano de nacionales extranjeros y de las mujeres alemanas. Ambas soluciones iban en contra de la ideología nazi y de una buena parte de la población de aquellos años (extranjeros fuera, mujeres en el hogar). Por eso antes empezaron a utilizar en labores forzosas a los declarados como “enemigos del Estado” (disidentes políticos, homosexuales, delincuentes y otros). Esta experiencia prebélica fue un pequeño aperitivo de la orgía de deportados que vendría después de estallar la guerra.
Durante la misma, los jerarcas nazis fueron mucho más allá de los meros controles a la inmigración: además de los prisioneros de guerra, capturaron a cientos de miles de civiles caprichosamente en los territorios ocupados y los trasladaron como trabajadores forzosos (Zwangsarbeiter) fundamentalmente a Alemania según necesidades del momento.
Fue el periodo más siniestro y totalitario de la historia alemana. A parte de los inmensos sufrimientos y muertes provocados por el régimen nacionalsocialista como consecuencia de sus agresiones bélicas y de la persecución/exterminio de los judíos, se añadió un tercer acto de vil planificación y coacción menos mortífero pero digno también de recordarse: la utilización masiva y sistemática de trabajadores-esclavos. El hecho de que fueran en muchos casos trabajos remunerados no disminuye un ápice su gravedad. Se estima (pues no hay datos del todo fiables) que los dirigentes nazis pudieron mandar secuestrar para esos menesteres durante la guerra entre 12 y 15 millones de personas provenientes de una veintena de países europeos (fundamentalmente URSS, Polonia, Francia, Holanda y Bélgica).
La economía de compulsión nazi acabó totalmente dependiendo de aquellos trabajadores sometidos a esclavitud. Debido a que buena parte de su propia población masculina en edad laboral estaba movilizada en el ejército, los prisioneros de guerra del bando aliado y otros muchos civiles (hombres y mujeres) de los países conquistados fueron deportados a la fuerza para trabajar en las labores agrícolas, en las minas, en las fábricas y en las empresas teutonas. Al principio el sector agrícola y manufacturero fueron los que más peso tuvieron, pero a medida que avanzó la contienda el grueso de la fuerza esclavizada se destinó a la industria de guerra para dar apoyo al esfuerzo bélico.
Muchos de ellos murieron a causa de la malnutrición o de las pésimas condiciones de vida a las que se vieron sometidos; otros perecieron como meras bajas civiles en suelo alemán durante los ataques de los Aliados. Algunos judíos que, en vez de ir directamente a campos de exterminio, fueron destinados a guetos o campos de trabajo forzoso pudieron pensar que su suerte iba a ser mejor si colaboraban con el régimen, pero se equivocaron: fueron exprimidos físicamente con saña antes de morir penosamente (Vernichtung durch Arbeit).
Casi dos tercios de los Zwangsarbeiter fueron de la Europa del Este (Ostarbeiter), es decir, de raza eslava. Sus miembros fueron catalogados por los antropólogos del III Reich como Untermenschen (subhumanos). Se les daba menos alimento o de peor calidad, peores alojamientos, no tenían derecho a cupones de racionamiento o a comprar en determinados establecimientos y recibían menor salario que los trabajadores forzados de los países aliados. Además de retenerse parte del salario en concepto de impuesto, estaban obligados a pagar tasas especiales discriminatorias (Ostarbeiterabgabe). Debían llevar brazaletes con la palabra “OST”. Sólo los judíos y los negros tuvieron peor clasificación que los trabajadores/as del Este.
Es casi imposible determinar el número de trabajadores forzosos fallecidos. Lo que sí hay constancia es que tras la capitulación de la Alemania nazi se pudieron liberar en total a unos once millones de extranjeros (denominados por entonces “personas desplazadas”). Tal vez perecieron unos dos millones de infelices en régimen de esclavitud; en cualquier caso fue otra brutalidad más de aquel perverso régimen que no tuvo necesidad de nacionalizar las propiedades puesto que de lo que se apoderó fue directamente de las personas.
La soberbia colectiva y el desvarío de dicha época al tratar a los seres humanos no nativos peor que a animales fue resultado de creencias y dogmas criminales felizmente hoy desterrados de las mentes de las personas. A diferencia del liberalismo, el nacionalismo y el socialismo (aún hoy ideologías dominantes) no parten del individuo sino de categorías colectivas por lo que dichas ideologías están fatalmente inclinadas –con mayor o menor intensidad- a conculcar los derechos individuales si los objetivos a perseguir son “superiores” y así se justifican.
El mercado es un orden demasiado complejo. Quedó más que patente con la experiencia nazi que no cabe organizarlo a golpe de órdenes como si fuese un simple cuartel.
(Este comentario es parte de una serie acerca de los beneficios de la libertad de inmigración. Para una lectura completa de la serie, ver también I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI, XVII, XVIII, XIX, XX, XI, XII, XXIII, XXIV, XXV, XXVI, XXVII, XXVIII, XXIX, XXX y XXXI)
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