Bonnie y Clyde en Centroamérica
América Latina, Nicaragua en particular, tiene su Bonnie y Clyde en la pareja presidencial que integran Rosario Murillo y Daniel Ortega, dignos personajes de una novela de ficción, si no fuera por los graves perjuicios que el protagonismo de ambos ha significado para el pueblo nicaragüense.
Las vidas políticas de los caudillos que ha padecido América apenas recogen los nombres de sus esposas; sin embargo, es imposible hacer referencia al despotismo de Ortega sin hacer mención de su Rosario, que le ha sido muy útil aunque no precisamente para rezar, sino en su afán de llegar al poder y conservarlo.
La poetisa Murillo, la mujer más poderosa del país, es sin lugar a dudas una especie de Eva Perón, cónyuge de otro déspota, Juan Perón, porque gusta de las riquezas y disfruta del poder, al extremo que hay quienes señalan que en el país gobiernan los dos, aunque uno solo ostente el cargo de presidente.
Rosario Murillo fue jefa de las campañas presidenciales del 2007 y 2011. En la Cumbre del Celac, que se efectuó en Costa Rica, estuvo acreditada como canciller en funciones y hasta su marido, el presidente, ha llegado a decir que es una especie de primera ministra.
La Primera Dama es coordinadora del Consejo de Comunicación y Ciudadanía, una dependencia similar a un ministerio, que controla la publicidad del gobierno y la comunicación interdepartamental, dirige el protocolo y organiza los viajes oficiales. También maneja los Consejos de Poder Ciudadano, un aparato que controla los programas sociales.
El generoso acuerdo petrolero que Hugo Chávez suscribió con Nicaragua solo ha favorecido a la familia Ortega. Todos se han hecho ricos y Doña Rosario en particular. Hay investigaciones que señalan que en los últimos ocho años cientos de millones de dólares han terminado en los cofres del clan. La familia maneja las arcas del estado como si fueran cuentas personales y han establecido empresas particulares con los bienes malversados de la nación.
Aunque Ortega ha controlado el país por los últimos ocho años, sin olvidar los once que gobernó disfrazado de sandinista justiciero, se apresta para aspirar en los próximos comicios. En caso de no hacerlo, se supone que la candidata seria Doña Rosario, lo que les haría una vez más la dupla más exitosa en política de todo el hemisferio y que repetiría a carbón la práctica somocista de cambiar la cara y el nombre del presidente, para que el gobierno siguiera igual.
La pandilla de Managua controla todos los poderes del estado tal y como ocurre en los regímenes surgidos bajo la inspiración del Socialismo del Siglo XXI, condición que pone en situación muy difícil a los sectores que se enfrentan al gobierno en términos electorales. Una situación similar se presenta con las Fuerzas Armadas, porque el Presidente dispone de amplios poderes sobre las mismas.
El régimen tiene la voluntad y recursos para infundir inseguridad y miedo en la ciudadanía y dificultar la labor de la oposición. Capacidad legislativa para instrumentar leyes que legitimen la represión y la intimidación, por tal de no enfrentar las serias consecuencias que se derivarían si perdieran el poder.
La oposición nicaragüense enfrenta los mismos retos que sus pares de Venezuela, Ecuador y Bolivia, cuyos respectivos gobiernos, al tener el control del Poder Judicial, limitan legalmente la capacidad operativa de sus rivales, una situación que solo puede ser superada si la ciudadanía se involucra en acciones cívicas que demuestren al régimen que existe una voluntad de cambio que de ser ignorada, podría conducir a la ingobernabilidad y a una ruptura en la que tendrían que saldar todas sus depredaciones.
El autor es periodista de Radio Martí.
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