La ansiedad alienta a los partidarios de Donald Trump
ELBERTA, Alabama. EE.UU.—La década pasada dejó a Joey y Tina Ellis al borde de perder su condición de clase media. Han tenido que soportar despidos, salarios volátiles, crecientes costos de salud y un país que creen ha dado la espalda a los blancos de clase trabajadora como ellos.
Para los Ellis, Donald Trump es la salvación.
“Hemos luchado muy duro por lo que tenemos, y no vamos a dejar que se pierda”, dijo Joey Ellis, de 46 años.
Los Ellis no son republicanos antimpuestos ni fanáticos del Tea Party (un movimiento de derecha centrado en una política fiscal conservadora). Como muchos otros en la multitud que rodea a Trump, están preocupados por la pérdida de terreno económico, enojados con los políticos que en su opinión ponen los intereses personales por encima de los intereses del país, convencidos de que el gobierno de Barack Obama quiere sacarles sus armas y dejarlos indefensos en un mundo inseguro, e inquietos por un Estados Unidos al que ven alejarse de sus raíces.
Este mes, los Ellis asistieron a un mitin de Trump en Pensacola, Florida. El lugar era un caldero de resentimientos. La multitud, que agitaba pancartas a favor de su candidato, rugió cuando éste arremetió contra la “gente muy estúpida” que dirige el país. “Ya no ganamos más”, dijo Trump a la multitud de 12.500 personas.
“Quiero volver a ganar”, dijo Tina Ellis, de 44 años. “Quiero un presidente que se preocupe por su pueblo, que sepa cómo hacer dinero para el país”.
La resistente candidatura de Trump, un empresario devenido estrella de reality show, es una de las mayores sorpresas de la primaria del Partido Republicano en 2016. La masa de sus seguidores ha sido igualmente sorprendente. Ellos representan una franja en ebullición, mayormente blanca, que no tiene ataduras con ningún partido político y que está en busca de una voz en el debate nacional.
Trump “va derecho al grano”, aseveró John Pohlmann, un vendedor de equipos de música de Pensacola de 37 años, que dice que nunca ha votado en una elección presidencial. “Él te da una respuesta de una sola oración. Cuando un político de carrera llega a su tercera oración, ya olvidé cuál era la pregunta”.
Pohlmann hizo cola desde temprano para entrar al acto en Pensacola. Estaba detrás de Rick Snowden, un hombre de Tennessee de 64 años que supo ser dueño de un restaurante y un club nocturno; en su caso, este era el acto número 17 de Trump al que asistía. “Todos creemos que es el tipo de líder dinámico que necesitamos en este momento”, explicó Snowden.
Los Ellis, por su parte, son los típicos partidarios de Trump, según una reciente encuesta de The Wall Street Journal/NBC News. Dicen que creen en Dios, pero rara vez van a la iglesia; los partidarios de Trump son menos religiosos que otros republicanos. En cuestiones sociales polémicas, la pareja tiene una actitud de “vive y deja vivir”; los partidarios de Trump están menos preocupados sobre el aborto que los conservadores sociales que respaldan al senador Ted Cruz.
Cerca de 62% de los partidarios de Trump, entre ellos los Ellis, no tiene título universitario, comparado con 45% de los que respaldan a Jeb Bush o al senador Marco Rubio. Más de 80% de los seguidores de Trump piensa que la inmigración perjudica más que ayuda a EE.UU., en comparación con 45% de los partidarios de Bush o Rubio. Y 55% de los partidarios de Trump cree que el libre comercio —un clásico del Partido Republicano— es malo para EE.UU., 27 puntos porcentuales por encima de la franja de Bush y Rubio.
Trump, dicen los Ellis, ha llegado en un momento en que tanto ellos como el país más lo necesitan.
“La clase media es lo que hace que este país siga adelante”, señaló Joey Ellis durante el viaje hacia al acto en Pensacola. “Y lo que están tratando eliminar”, añadió su esposa.
El matrimonio, republicanos registrados que se consideran independientes, ha sobrevivido tiempos difíciles. En 2010, Joey fue despedido después de 19 años en una empresa de carteleras. Un trabajo de logística durante la limpieza del derrame de petróleo en el Golfo de México pagó bien pero duró tan sólo unos años. El hombre se encontró muy pronto manteniendo máquinas expendedoras, ganando un salario apenas por encima del mínimo.
A medidas del año pasado, Ellis consiguió un puesto como administrador del departamento de envíos en una compañía internacional, a US$14 la hora. Su mujer gana menos como directora adjunta de una guardería infantil.
Los padres de Joey nunca fueron propietarios de una casa, pero los Ellis siempre quisieron tener una propia. En 1995, compraron un lote en la pequeña Elberta, separado por un camino de tierra roja de sembradíos de algodón y maní.
Durante seis años, vivieron en una casa móvil de doble ancho mientras ahorraban y pedían prestado para construir una pequeña casa de tres dormitorios. La casa cuenta con porches en la parte delantera y trasera y una piscina con trampolín para sus hijos, Jade, una jugadora de fútbol de octavo grado, y Zach, un estudiante de último año de secundaria que planea alistarse en el Ejército.
Aun así, los Ellis no han podido relajarse en su estatus de clase media.
Cuando una inundación destruyó sus muebles en 2014, tuvieron que sacar plata de su fondo de jubilación. Los huevos que ponen sus gallinas ayudan a reducir la factura del supermercado y una chimenea reduce el uso de electricidad de un sistema de calefacción que la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés) reemplazó de forma gratuita después de la inundación.
Los vaivenes financieros, y el hecho de que la empresa de Joey Ellis despidió a algunos trabajadores a fines del año pasado, hacen que la perspectiva de perder el trabajo y de no poder pagar las cuentas no esté nunca demasiado lejos. “Todo el mundo tiene miedo de salir a comprar algo porque no sabemos lo que nos depara el futuro”, dijo Joey Ellis.
Su trabajo depende en gran medida del comercio internacional. Su compañía reacondiciona motores para aviones militares que EE.UU. vende en el extranjero.
Pero el hombre, quien dijo que votó por Bill Clinton en los años 1990, sigue desconfiando del comercio exterior. “Estamos recibiendo todo de todos los demás, pero nadie está recibiendo nada de nosotros”, lamentó.
Los Ellis se deleitan con la manera en que Trump grita las cosas que otros sólo pueden susurrar, ya sea deportar a inmigrantes o poner un alto a la entrada de musulmanes al país.
“Él sólo dice todo lo que siento”, explicó Tina Ellis.
El matrimonio ve amenazas de todo el mundo y espera que Trump reconstruya unas fuerzas armadas que, según ellos, Obama ha socavado intencionalmente.
“Trump va a enviar a nuestras tropas allá y decir: ‘Pateen traseros y tomen nombres’, mientras que Obama quiere que nuestras tropas regresen a casa en bolsas para cadáveres”, dijo la mujer.
También se sienten amenazados en casa por “la gente que Obama apoya,” agregó. Ella está tomando un curso de tiro y planea conseguir una pistola y un permiso para llevarla oculta. Los Ellis dicen que sus objeciones a Obama no están motivadas racialmente.
En Florida, Trump advirtió sobre los inmigrantes ilegales que tienen empleos en EE.UU. y comparó a los refugiados sirios con “serpientes viciosas” que se preparan para atacar a sus generosos anfitriones. Agregó que los ataques terroristas recientes en París y San Bernardino, California, habrían sido menos mortales de haber civiles armados. Se comprometió a llevar a las “mejores personas” a su administración.
Los Ellis dejaron el lugar sin saber exactamente cómo haría Trump para transformar a EE.UU., y a ellos mismos, en ganadores. Pero estaban seguros de que tenía un plan.
“No lo amaba antes”, contó Tina Ellis en el viaje de regreso a Alabama “Lo amo ahora”.
—Aaron Zitner contribuyó a este artículo.
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