Colombia, en campaña… en Estados Unidos
Hace pocos días el Presidente Obama tuvo ocasión de anotarse un triunfo parcial de política exterior, algo que suena rarísimo teniendo en cuenta que ese apartado, el del foreign policy, ha pasado a ser, a raíz del fin de la Primavera Arabe, el surgimiento del “Estado Islámico”, el envalentonamiento de Vladimir Putin y la pirotecnia de Pyongyang, una fuente de malas noticias y de percepción de fracaso.
Obama anunció el fin del Plan Colombia y su reemplazo por Paz Colombia, comprometiéndose a gestionar el envío de US$ 450 millones anuales para facilitar el desarrollo de los acuerdos con las Farc, cuya firma es inminente. La noticia fue intrascendente en Estados Unidos excepto para círculos directamente relacionados con esto, pero no importa: Obama no busca con ello la aprobación de las masas estadounidenses sino apuntalar su legado.
Surgen, de inmediato, los endiablados detalles. Santos necesita que Estados Unidos retire a las Farc de la lista de organizaciones terroristas, cosa que no es muy complicado, pero también que deje sin efecto el pedido de extradición de decenas de terroristas vinculados al tráfico de drogas, algo que la Casa Blanca, en un país con separación de poderes, tendrá enorme dificultad en lograr. Si, además, tenemos en cuenta el posible acceso al poder de un republicano tras los comicios de noviembre y el hecho de que es probable que ese partido retenga el control del Congreso, la dificultad se agiganta.
Para no hablar del vil metal: el Plan Colombia implicaba una entrega anual de unos US$ 300 millones y la cifra de que habla Obama implicaría un aumento del 50% a partir del próximo presupuesto. Las cuentas fiscales, obsesión de los republicanos, no ayudan nada en este momento a estimular la generosidad de los legisladores.
Todo lo cual indica que en esta campaña electoral el corazón de Juan Manuel Santos está decididamente con quien sea, finalmente, la candidata o el candidato demócrata. Un republicano no sólo sería un problema por lo antes mencionado: también porque probablemente surgirían en el partido voces muy alineadas con las críticas que, dentro de Colombia, hace el Centro Democrático de Alvaro Uribe a la negociación, pronto acuerdo formal, con las Farc. Ya Marco Rubio ha sido explícito a este respecto y algunos otros líderes conservadores mantienen en privado la misma postura crítica.
Hasta ahora, en los 15 años de relaciones estrechas fundadas en el interés común a propósito de las Farc, Bogotá y Washington han podido superar los escollos. Hubo algunos relativamente serios -la financiación del Plan Colombia, la “certificación” que antes se emitía desde Washington para dar certificado de buena conducta a los países en materia de narcotráfico- y otros francamente graves: la infartante demora de la ratificación del TLC fue uno de ellos.
Aquí puede producirse, por razones ideológicas, una adversidad relativamente seria o francamente grave, según cómo evolucionen las cosas dentro de Colombia, pero sobre todo en la campaña electoral estadounidense. Hasta ahora Santos había logrado marginar el discurso crítico de Uribe y compañía en el ámbito internacional. Pero un sector republicano muy influyente tiene posiciones más parecidas a las de Uribe que a las de Santos, a lo que se suma la voz muy crítica de medios que van desde The Wall Street Journal (implacable) hasta The New York Times (mucho menos aguerrido pero también con tendencia a expresar dudas).
Santos, pues, y en cierta forma Uribe, están en campaña nuevamente. Su batalla se dirime también en EE.UU. aunque pocos sean los estadounidenses que lo saben.
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