El presidente Obama, el único hombre verdaderamente libre de la isla
Ha sido la crónica de un viaje anunciado. La Casa Blanca ha confirmado que el presidente Barack Obama viajará a Cuba en marzo. Será el capítulo final de la historia de un deshielo que hicieron público el presidente estadounidense y el gobernante Raúl Castro el 17 de diciembre de 2014.
Obama y Castro ya se dieron un apretón de manos en la VII Cumbre de las Américas que se celebró en Panamá. A lo largo de este proceso de acercamiento Washington y La Habana han mantenido numerosas conversaciones para “normalizar” las relaciones, y así dar por finalizada la Guerra Fría que a principios de los años 1960 se inició con el triunfo de la revolución y la instauración de la dictadura castrista.
Pero el mandatario estadounidense, que pertenece a una generación a la que las consecuencias devastadoras del comunismo le resultan lejanas, ha apostado por la política del abrazo, convencido de que tiene más efectos benéficos levantar las sanciones y estrechar lazos comerciales, que condicionar el acercamiento a un verdadero cambio que dé paso a una transición a la democracia.
Unos meses antes de que se fijara fecha para su inminente viaje, Obama afirmó que sólo visitaría la isla si tenía oportunidad de hablar con todo el mundo ya que, dijo, “no me interesa validar el estatus quo”. Bien, antes de este anuncio, con toda probabilidad los dos gobiernos han discutido los pormenores del viaje, incluidos los encuentros que sin duda el Presidente mantendrá con algunos miembros bona fide de la oposición, entre los que la contrainteligencia cubana intentará colocarle uno o varios agentes, como siempre ha sucedido con los regímenes comunistas. Asimismo, se habrá valorado el margen del que dispondrá para invocar el derecho de los cubanos a ser libres algún día.
Los Castro tragarán sapos cuando Obama (que nada tiene que perder) se pasee a sus anchas como el único hombre verdaderamente libre en la isla. La plana mayor de la junta militar comunista cantará la Internacional por lo bajo, a sabiendas de que su invitado se irá pronto y lo que prevalecerá es la posibilidad de una invasión, no de Marines, sino de inversores yanquis que saquen a flote la maltrecha economía nacional.
No en balde en vísperas del anuncio el ministro de Comercio de Cuba, Rodrigo Malmierca, por invitación de la Cámara de Comercio de Estados Unidos, ha visitado Washington para hablarles a los empresarios de los “atractivos de la economía cubana”. Malmierca, cuyo currículum incluye ser un oficial de la Inteligencia, insistió en que a pesar de que las medidas adoptadas por la administración Obama para suavizar las sanciones económicas son “positivas”, siguen siendo “insuficientes”. El funcionario cubano puntualizó que el objetivo de su gobierno es contar con $2,000 millones anuales en inversión extranjera directa.
Con tan apetitosa cifra en mente los dólares del “imperio” ya no constituyen una amenaza para la “soberanía” de la nación cubana, sino el balón de oxígeno a un fracasado modelo. Por esta razón los vetustos comandantes y todo su apparatchik sobrellevarán a un presidente estadounidense que dará una breve lección de democracia antes de partir ufano, por ser el primer presidente en funciones de Estados Unidos que visita la isla después de 88 años.
Cuando en 1963 Kennedy pronunció su célebre discurso en la Puerta de Brandeburgo, a poca distancia del muro de la vergüenza que lo separaba de Berlín Oriental, señaló: “Hay algunos pocos que dicen que es verdad que el comunismo es un sistema diabólico pero que permite un progreso económico. Decidles que vengan a Berlín”. Más de medio siglo después, pongamos que hablo de La Habana.
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