Economía colaborativa y libertad
Uno de los fenómenos que más ha desconcertado a los políticos, y no pocas empresas, es el de la denominada “economía colaborativa” (mala traducción del inglés sharing economy, que vendría a ser algo así como “economía del compartir”). Se trata de un modelo de negocio donde dos personas (profesionales o no) intercambian bienes y servicios (lo que incluye la compra o contratación de algo a cambio de dinero) contactando entre sí a través de medios electrónicos.
Desde determinados sectores ideológicos se ha celebrado este fenómeno como la superación de ese sistema de intercambios voluntarios que solemos denominar capitalismo. Es la postura de diversos economistas, periodistas y “activistas” de izquierdas. Y son muchos los que han aceptado esa idea como correcta. Sin embargo, se confunden del todo. Ese fenómeno, que algunos prefieren denominar “consumo colaborativo”, se inscribe a la perfección dentro de los principios del libre mercado.
Estamos ante un fenómeno excepcionalmente amplio dentro del que se incluyen infinidad de tipos de relaciones entre los agentes económicos. Y no todas de ellas son del agrado de quienes han tratado de apropiarse, al menos en España, de ese concepto. Dentro de la economía colaborativa cabe tanto el compartir los gastos de un viaje, contactando a través de una plataforma del tipo BlaBlaCar, como alquilar un piso a turistas usando Airbnb o HomeAway o vender una televisión de segunda mano mediante aplicaciones como Wallapop o Vibbo.
La duda sobre los límites estarían en fenómenos como Cabify o UberX (todavía no presente en España). En estos casos, un profesional autónomo con licencia VTC (alquiler de vehículos con conductor) es contratado a través del móvil por un particular. Los más radicales, quienes pretenden que estamos ante un fenómeno anticapitalista, dirán que eso no es economía colaborativa. Pero si se tiene en cuenta la definición original no ideologizada, sí es sharing economy. La relación es entre dos personas (no empresas) que se han puesto en contacto a través de una plataforma tecnológica. De hecho, hasta la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) española incluye las licencias VTC y su contratación a través de aplicaciones móviles en un estudio sobre esta materia.
Pero incluso aceptando la visión más restrictiva de la economía colaborativa, esta sigue sin ser algo contrario al sistema que solemos llamar capitalismo. Una de las características de este último es, precisamente, la libertad. Las personas pueden, o al menos lo harían si el Estado no se inmiscuyera de forma constante, relacionarse entre sí para intercambiar voluntariamente bienes y servicios de la forma que lo deseen. Eso incluye desde comprar acciones de una empresa, o adquirir tomates en la frutería, hasta cambiar un corte de pelo por una tarta de manzana o dar 14 euros a un desconocido para que te deje viajar con él de Madrid a Burgos y así se ahorre dinero en gasolina.
Los que sí han entendido que estamos ante algo que forma parte de la libertad económica son quienes más quieren restringirla. Nos referimos, por supuesto, a políticos y burócratas que actúan en beneficio de sectores ya establecidos y en defensa de importantes grupos de interés.
Quienes controlan la administración pública obstaculizan la actividad de las plataformas que permiten ofrecer pisos en alquiler para turistas, dificultando o impidiendo que un particular ofrezca viviendas o habitaciones con tal fin. Restringen la competencia en beneficio de un sector hotelero ya asentado y protegido con un férreo sistema de licencias frente a nuevos competidores. Lo mismo ocurre en el sector del transporte de pasajeros en las ciudades, donde todos los esfuerzos se centran en ayudar al sector del taxi frente a otros competidores.
Por mucho que les moleste a podemitas, okupas, cultivadores de huertos urbanos y similares, la economía colaborativa no se opone a la libertad económica, sino que forma parte de ella. Sólo puede funcionar cuando sus protagonistas participan de forma voluntaria, nunca a la fuerza. Por eso jamás será socialismo, aunque algunos crean lo contrario.
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