El Presidente que le susurró al Emperador
Han sido muchos años de impotencia para el exilio cubano y de desesperanza para quienes han permanecido en Cuba. Dos sentimientos que producen una piel encallecida en la que a duras penas permean las sensaciones de cambios.
Ahora, con esta visita del Presidente Obama que por su brevedad supo a poco pero fue intensa por ráfagas, la coraza de unos y otros se vio sacudida y algo se removió en lo más hondo. Su llegada a La Habana fue como la irrupción a una casa tomada desde hace décadas por un maltratador que tiene como rehén a una familia, que en este caso es el pueblo cubano.
Lo irónico es que quien el pasado domingo tomó suave pero firmemente por asalto a una nación secuestrada, fue nada menos que el mandatario de los Estados Unidos. Un vecino que durante más de medio siglo ha estado apuntando con el dedo a un régimen abusador. Fidel Y Raúl son los “padrecitos” inclementes de unos hijos arrinconados.
A lo largo de estos accidentados 57 años las tácticas de Washington han sido diversas (y no siempre afortunadas) para tratar con estos dos personajes arbitrarios. La propia política de Obama, que es la del “abrazo” al enemigo con el fin último de generar cambios, no es infalible. Ni tan siquiera certifica un avance verdaderamente bilateral. Y, por supuesto, está demostrado que tener las mejores relaciones comerciales con un sistema autoritario no garantiza la transición a la democracia. O sea, el fin del embargo a Cuba no es la clave de la esencia del problema. En todo caso es un asunto lateral, pero ni justifica ni deshace el entuerto de una longeva dictadura.
Ahora bien, la presencia de Obama en la isla y sus gestos calculados al milímetro (salvo, a mi juicio, la gansada innecesaria de “Qué, bolá” en su Twitter, tal vez mal aconsejado por algún asesor cool), han servido para poner de manifiesto una vez más la naturaleza perversa de los Castro. Los maltratadores le abrieron la destartalada casa y él, como un psicólogo entrenado para abordar casos de violencia doméstica, aprovechó el momento histórico recetándoles el tratamiento que liberará a los cubanos: los cambios fundamentales los tiene que hacer el gobierno cubano si se quiere progresar. Y los cambios pasan por un modelo democrático y plural. Estados Unidos puede levantar el embargo, llenar Varadero de turistas, atraer inversores golosos y animar a Google a tener la paciencia que gasta con el régimen chino a la hora de combatir la censura, pero si Raúl tiene miedo a dar el paso ineludible, él y su estirpe se pudrirán en la casona con sus hijos maltratados.
¿A qué le puede tener miedo un caudillo como Raúl Castro? En realidad le tiene miedo a casi todo y Obama se lo dijo bien claro en un teatro copado por la nomenclatura castrista: no debes temer ni a Estados Unidos ni a las voces diferentes del pueblo. Con aplomo y serenidad, el presidente estadounidense desenmascaró la pantomima belicista de la revolución cubana. Hoy nadie está interesado en atacar a un enemigo esclerotizado que se ha convertido en una molestia, pero ya no constituye una amenaza.
El meollo de la cuestión, lo que pone a temblar literalmente a Raúl, son “las voces diferentes” que desafinan en el coro domesticado de la represión. Solo así se explica ese momento tan revelador en la rueda de prensa que el gobernante cubano celebró con Obama. Fue una trampa bien hilada por parte de su homólogo estadounidense. Los Castro no están habituados a responderle a una prensa libre que todo lo cuestiona. Y fue el propio Obama quien forzó a su interlocutor a contestar. Así fue cómo vimos a un Raúl desencajado y con el mentón trémulo cuando el corresponsal de CNN le preguntó si liberarían a más presos políticos. Se le salió todo ese miedo que lleva por dentro, ese terror a las voces disidentes que escupen las verdades de sus atropellos y de sus crímenes.
Desde el momento en que el teatro de la diplomacia se desvío por la improvisación de periodistas acostumbrados a precisar a los políticos, Raúl era un fantoche herido y desnortado al que sus asesores tuvieron que asistir al menos en dos ocasiones para salir al paso de las incómodas preguntas. Bien valió la pena el viaje de Obama para ver al emperador desnudo. Su único traje ha sido cosido con la sangre de fusilamientos, golpizas, actos de repudio y presidio político.
Obama fue a Cuba a hablar, como el hombre franco de Martí, con el corazón en la mano. Les habló a los hijos maltratados y a quienes abusan de ellos desde hace casi seis décadas. Hay que abrir las puertas del encierro y sanar las heridas de las víctimas que se quedaron y de las que lograron huir. Un caso clásico de violencia doméstica. Tarde o temprano el abusador ha de asumir el horror de sus actos. Los maltratadores son Fidel y Raúl. Sus hijos son los cubanos.
©FIRMAS PRESS
- 28 de diciembre, 2009
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