Inmigración (XXXVI): parte de nuestra inteligencia colectiva
“La libertad de inmigración hacia un país libre desde países menos libres o tiránicos es un forma vital de desbloquear el talento humano y de aumentar los beneficios de la pirámide de habilidades”. G. Reisman.
“Una política de inmigración sin restricciones nos traería algo más que mano de obra barata no cualificada. Nos traería una avalancha de nuevas habilidades, en particular la capacidad emprendedora que ha convertido a los emigrantes indios y chinos en las clases comerciantes de Asia y África”. David Friedman.
“El conjunto de la política de inmigración del gobierno es muy perjudicial para la economía. Los inmigrantes son más propensos a trabajar, usar menos servicios y demandan menos beneficios. Nuestra propia investigación muestra que los empleadores contratan muchas veces a inmigrantes debido a sus habilidades, no porque cuestan menos”. John Wastnage.
“Immigrants not only take jobs, they make jobs”. Julian L. Simon.
“El intercambio es a la evolución cultural lo que el sexo es a la evolución biológica”. Matt Ridley.
La llegada de inmigración voluntaria está compuesta básicamente bien de personas poco cualificadas (la mayoría) o bien de trabajadores muy cualificados (los menos) por lo que es el complemento idóneo para los países desarrollados cuyo grueso de población se ubica en la zona intermedia.
Desgraciadamente no se podrá nunca acabar con la inmigración ilegal. Sin embargo es conveniente legalizar al mayor número de inmigrantes que sea posible siempre y cuando se ponga el muro en el lugar adecuado. Es decir, a condición de que se limiten las prestaciones sociales a los recién llegados para no castigar a los contribuyentes nativos con más carga fiscal.
Hernando de Soto demostró en su libro El misterio del capital que éste no puede emplearse adecuadamente en los países subdesarrollados (y en los que salían entonces del comunismo) al no poder dar sus mejores frutos por carecer de un entorno institucional adecuado y porque la burocracia gubernamental hace costoso a los individuos y negocios obtener defensa legal de sus derechos de propiedad. El alto coste que supone el acceso al sistema legal da como resultado un mercado negro extralegal donde la tierra y los bienes son poseídos de manera informal. Los negocios extralegales sufren a causa de su incapacidad para crecer y usar sus activos como garantía de préstamos y a causa de su recelo a invertir ante los numerosos riesgos e inseguridades jurídicas que afrontan. Se bloquea el flujo normal de comunicación sobre los activos y su potencial en red. Lo normal, pues, es que acaben operando en una dimensión pequeña alejados de las economías de escala, es decir, en el “mugriento sótano del mundo pre-capitalista” tal y como lo definió gráficamente dicho economista arequipeño.
De modo semejante a lo que denunciaba Hernando de Soto, se puede también decir que no puede emplearse adecuadamente la inteligencia laboral extranjera en los países desarrollados porque se le pone un sinfín de barreras burocráticas que empujan a muchos inmigrantes a pasarse a la clandestinidad por lo que no pueden dar sus mejores frutos. El alto coste que supone el acceso al sistema legal de su nueva residencia da como resultado que trabajen en un mercado negro extralegal donde el “ilegal” sufre a causa de su incapacidad para prosperar e integrarse en la economía donde interactúa y por no tener incentivos para la inversión en su propia formación al vivir en una especie de apartheid social.
Vivir en una sociedad que tenga, al menos, más liberalizados los requisitos de entrada y regularización de inmigrantes puede maximizar dichos flujos. Asimismo desbloquearía el potencial innovador de muchos de ellos que, de otra manera, queda desaprovechado en su lugar de origen o en su trabajo informal. Incluso si en la mayoría de los casos la formación de la primera generación de inmigrantes no alcanza el mismo nivel de la población autóctona, está constatado en los países de acogida que los hijos de inmigrantes nacidos fuera no sólo logran una mayor integración que sus progenitores sino que tienen más probabilidades que los hijos de los nativos de conseguir un titulo universitario o profesional.
El inmigrante es una persona activa, sacrificada y emprendedora. Hay una asombrosa similitud del patrón de comportamiento de todos los inmigrantes, no importando dónde se encuentren y de dónde procedan. Llegan más lejos en su desarrollo y cooperan más en la sociedad de acogida que si se hubiesen quedado en su lugar de nacimiento. Son gente excepcional, tal y como reza el libro de Ian Goldin, Geoffrey Cameron y Meera Balarajan, Exceptional People: How Migration Shaped Our World and Will Define Our Future.
Ningún país ha favorecido la innovación de manera tan intensa como los EE UU (país de inmigrantes). De acuerdo con la Fundación Kauffman, los inmigrantes tienen el doble de probabilidades de iniciar un nuevo negocio que las personas nacidas en los EE UU. Algunos inmigrantes, incluso, aportan habilidades emprendedoras notables que la sociedad de acogida necesita al competir en un entorno globalizado. Por otro lado, la diversidad y dinamismo que aportan los inmigrantes son fuente de innovación y crecimiento económico pues, al pensar y enfocar los problemas muchas veces de forma diferente (pensamiento divergente), sus ideas confrontadas a las nacionales pueden solventar desafíos de forma totalmente inesperada. Véase, si no, los casos de Intel, Yahoo, eBay, Google, Facebook, Cisco Systems y muchas otras empresas que fueron co-fundadas por descendientes de inmigrantes que llegaron a los EE UU sin grandes habilidades o estudios en sus inicios.
Según un reporte de 2011 rubricado por la Asociación para la Nueva Economía Americana, más del 40% de las primeras 500 empresas listadas en Forbes fueron fundadas por inmigrantes o por sus hijos; asimismo, siete de las diez marcas americanas más reconocidas en el mundo provienen de empresas americanas fundadas por inmigrantes o sus descendientes. Por otra parte, de acuerdo con la Oficina de Patentes de los EE UU, los inmigrantes registran el doble de patentes que los no inmigrantes. Decididamente, el ingenio americano es el producto de la apertura y diversidad de esta sociedad.
Recordemos por otra parte que 21 británicos galardonados hasta la fecha con algún premio Nóbel son de origen inmigrante; un cuarto de todos los premiados americanos con dicho galardón desde 1901 han sido otorgados también a inmigrantes o a sus hijos.
Asimismo, una mayor inmigración mejoraría las relaciones con el mundo exterior. A modo de mero ejemplo, EE UU tiene ya un número importante de inmigrantes chinos en su interior lo que le sitúa en una posición privilegiada para acrecentar aún más las relaciones comerciales o profesionales con el país asiático en el futuro. Mises escribió en su Acción Humana que bajo un régimen de libertad económica y migratoria el individuo se desinteresaría por la extensión territorial de su país y eso favorecería la paz y la prosperidad. En cambio, la autarquía, el proteccionismo nacionalista y las restricciones a la inmigración obligan a cada ciudadano a fijarse excesivamente en sus fronteras y puede desembocar en un nacionalismo agresivo que genere penosos conflictos territoriales entre naciones. Los problemas artificiales del nacionalismo divisorio no deben ser resueltos sino “disueltos”.
Tal y como nos sugiere el economista británico Philippe Legrain (de padre francés y madre estonia-americana), miremos a Londres: es ahora una ciudad global y cosmopolita. El 35% de los londinenses actuales han nacido fuera del Reino Unido. Es un lugar excitante donde no sólo la oferta profesional, cultural o gastronómica es enorme sino que son muchas las oportunidades para enriquecerse laboral o personalmente mediante la interacción permanente con gentes de otros lugares. La diversidad actúa como catalizador de talento. Atrás quedaron los días en que se producía con carácter únicamente local. Hoy tenemos el desarrollo de productos y servicios enriquecidos con las ideas y las aportaciones de personas con diferentes perspectivas y culturas sirviendo a una misma civilización.
Las relaciones transnacionales de los inmigrantes están produciendo una compleja y vasta red de interacciones y vínculos interpersonales a lo largo del mundo más allá de las fronteras. Como el economista Robert Guest describe en su libro más leído, la movilidad de las personas nos hace a todos más inteligentes. Andrew Carnegie emigró de Escocia junto a sus padres a EE UU y creó una de las empresas de acero más importantes de su época y destinó su fortuna a la filantropía y educación en su país de acogida. Steve Jobs, uno de los empresarios más innovadores americanos, fue fruto de dos jóvenes desplazados a los EE UU como estudiantes universitarios (un inmigrante sirio y una estadounidense de ascendencia suiza-alemana) y adoptado enseguida por una pareja americana de origen armenio. Los hermanos Reuben, dos de los hombres de negocios e inversores más acaudalados hoy del Reino Unido, nacieron en Bombay en el seno de una muy pobre familia judía de origen iraquí. Mike Lazaridis, emigrante griego nacido en Estambul que llegó a Canadá junto a su familia con 5 años, fue el que hizo posible el nacimiento del smartphone a través de su empresa RIM creadora del Blackberry. Prem Watsa, emigró de la India a Canadá con solo 8 USD y acabó siendo un gran inversor y uno de los filántropos más importantes de Canadá.
Si un emigrante polaco, Paul Baran, no hubiese viajado a los EE UU no habría podido investigar en una red segura de comunicaciones capaz de sobrevivir a un ataque con armas nucleares ni habría devenido en uno de los “padres” de Internet. Si Serguéi Brin (en ruso: Серге́й Брин) no hubiese emigrado con su familia desde Moscú a los EE UU no habría conocido a Larry Page, de origen judío, y no habrían podido alumbrar conjuntamente el motor de búsqueda Google. Si un francés de origen iraní no hubiese emigrado a los EE UU con su familia no existiría eBay. Si un ucraniano estudiante en los EE UU se hubiese quedado en su país no habría tenido oportunidad de crear su pequeña empresa (WhatsApp). Todos hubiésemos perdido sin esos desplazamientos… La lista es interminable, esto no son más que unos pocos ejemplos.
La migración internacional no es un juego de suma cero por mucho que nos digan lo contrario. Pese a sus costes, enriquece a todos: trae beneficios tanto a los países de origen como a los de destino, así como a los propios inmigrantes. Son catalizadores indudables del crecimiento económico y del cambio.
Aunque la tendencia del Estado es a ejercer su poder en un determinado territorio y a controlar quién entra y sale de sus límites y pese a que el meritorio acuerdo Schengen esté en peligro y ciertos políticos aboguen por levantar nuevos muros, la lenta disolución de las fronteras a través de los innumerables intercambios comerciales o culturales y su traspaso continuo por parte de la gente, hará que con los años las barreras actuales se conviertan tal vez en una suerte de “smarts borders”. No se trata en absoluto de que las fronteras entre Estados desaparezcan (seguramente no lo hagan nunca) sino que con el tiempo los países desarrollados y más libres acaben flexibilizándolas de alguna manera. Sólo así se hará honor verdaderamente a la denominación de sociedades abiertas tan cara a Karl Popper.
Ese es el porvenir que deseo y preveo, aunque puedo equivocarme debido al fuerte recelo que alberga aún la mente humana frente al cambio y al extranjero en general. En cualquier caso, no tengo muchas dudas en cuanto a que la fuerza económica de un país, ciudad o enclave concreto será determinada en el futuro por dónde quiera vivir y trabajar la gente, antes que por cuántas personas hayan nacido en él.
El cambio económico, tecnológico y cultural que opera en el mundo humano no puede detenerse pese a los numerosos reaccionarios, ecologistas, antiliberales o nativistas diseminados por doquier. La especie humana es distinta a las demás. El fenómeno colectivo que se da en ella mediante el incesante intercambio de bienes, servicios e ideas entre individuos es único (se sabe que los chimpancés o las orcas, por ejemplo, poseen cierta cultura grupal pero ninguna de ellas se puede expandir porque no hay intercambio de ideas entre miembros de diferentes grupos, que permanecen siempre aislados).
En Occidente millones de inmigrantes han unido ya su suerte a la de los países de acogida; este hecho es un rasgo distintivo y valioso que no se da con tal intensidad en otras partes del mundo. Además, muchas decisiones que antes (en época antaño de escasez y población estabulada) eran necesariamente colectivas y/o centralizadas, ahora (con la abundancia, pluralidad y diversidad) han pasado a ser individuales y/o descentralizadas, lo que no implica que sean aisladas, sino interdependientes.
Durante centurias la enorme interconexión humana ha permitido la especialización, la división del trabajo, la acumulación de capital y conocimiento y, por tanto, una creciente innovación. Esta inteligencia colectiva está en marcha y es ya imparable a pesar de la tosquedad de nuestros actuales instrumentos políticos. El zoólogo y periodista británico Matt Ridley, con acierto, afirma que las buenas normas recompensan el intercambio y la especialización; las malas, la confiscación y el politiqueo. Es ponente de la muy recomendable charla TED “Cuando las ideas tienen relaciones sexuales”.
Hacemos cosas que rebasan ya la capacidad de la mente humana. Lo relevante para una sociedad no es cuán inteligente son sus individuos que la conforman sino qué tan bien cooperan entre sí, se comunican o intercambian las ideas. Mediante el “apareamiento” (combinación y recombinación) de las ideas entre los humanos de diferentes grupos y culturas se crean, a su vez, nuevas ideas y se acelera el ritmo de la innovación, la productividad y el progreso.
Esto es más decisivo hoy incluso que en el pasado porque la tecnología cambia más deprisa que en épocas pretéritas. Los países desarrollados si aceptasen a más inmigrantes tendrían una oportunidad notable para impulsar aún más su avance tecnológico y elevar su nivel de vida en general.
El proceso evolutivo de las sociedades abiertas es potencialmente ilimitado y sus efectos en un momento dado son impredecibles. En ese proceso lo verdaderamente importante son las normas formales y también las informales, los marcos institucionales y las regularidades pautadas que proporcionen un entorno seguro y fiable en el que la cooperación libre de los hombres tenga el más amplio campo de acción posible y no tanto que las personas sean de un origen o de una idiosincrasia concreta.
Aquellas sociedades que carezcan de todo lo anterior serán definitivamente más desadaptativas que las que sí cuenten con ello. Estas últimas estarán mejor preparadas para el ignoto futuro donde la inteligencia colectiva será cada vez más necesaria.
(Este comentario es parte de una serie acerca de los beneficios de la libertad de inmigración. Para una lectura completa de la serie, ver también I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI, XVII, XVIII, XIX, XX, XI, XII, XXIII, XXIV, XXV, XXVI, XXVII, XXVIII, XXIX, XXX, XXXI, XXXII, XXXIII y XXXIV y XXXVI)
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