La expropiación del tiempo
Solemos pensar que el tiempo es un concepto universal, uniforme y consistente, pero cada sociedad le da un significado distinto. La socialización influye, como es el caso de los nativos norteamericanos. En vez de tener un concepto linear del tiempo, para ellos se trata de un fenómeno circular, como las estaciones, que se repite una y otra vez infinitamente -de ahí que varios de sus dialectos no contemplen tiempos gramaticales. En una diferencia menor, los latinoamericanos sin duda vemos el tiempo de una manera diferente a la mayoría de los europeos o norteamericanos: la puntualidad sencillamente no es lo nuestro.
Para Katherine Verdery, antropóloga política especializada en Europa del Este y transformaciones socialistas y postsocialistas, el tiempo no es solo un constructo social/cultural, sino también un constructo político, que se va forjando a través del conflicto entre las personas (y la negociación de las relaciones de poder) que quieren establecer nuevas disciplinas temporales y las personas que están obligadas a sujetarse a dichas disciplinas. La autora argumenta que dado que en un espacio x de tiempo se podrán hacer x cantidad de cosas, debemos encarar constantemente la decisión de cómo administrarlo. De ahí que el tiempo es un medio de actividad que se manifiesta mediante lo que decidimos hacer con nuestros cuerpos, y muchas veces nos vemos impedidos de tomar esa decisión.
Verdery utiliza el ejemplo de la Rumania de Nicolae Ceaușescu para ilustrar este argumento. Por tratar de “liberarse de la injerencia extranjera”, la dictadura comunista rumana decide, a principios de la década de los ochenta, pagar la deuda externa de forma adelantada, sometiendo a sus ciudadanos a significativas medidas de austeridad: masivas exportaciones e importantes reducciones en importaciones para evitar las fuga de divisas, todo esto, claro está, en conjunto a un aparato represivo para callar a cualquiera que no estuviera conforme.
La escasez no tardó en llegar y con ella los siguientes escenarios: Los obreros llegaban a su trabajo (muchos viajando incluso hasta dos horas) para ser enviados nuevamente a casa, ya que no podían trabajar debido a la falta de electricidad o la escasez de suministros. Otras veces, sin embargo, eran obligados a trabajar tiempo extra (sin paga, por supuesto) para suplir la falta de productividad que se había forzado en primer lugar.
Los habitantes urbanos no podían decidir cuándo cocinar o hervir agua ya que el suministro de gas se apagaba precisamente en los tiempos de uso normal, a efectos de evitar el “consumo excesivo”. Las mujeres usualmente se levantaban a las 4 de la mañana para poder cocinarle algo a su familia. Si bien el ciudadano urbano podía decidir cuándo ir al baño, no podía decidir cuándo descargar el inodoro, ya que el suministro de agua también se apagaba. Si eran precavidos, podían arreglar el problema con baldes de agua previamente almacenada, pero esto no les servía para bañarse, por la falta de gas. Tampoco podían decidir cuándo llegarían al trabajo ya que el transporte público no era nada fiable (la gente esperaba horas enteras a los trenes y a los buses o incluso, debía caminar hasta su casa) y los carros propios no eran una opción dado el racionamiento irrisorio de gasolina.
Por otro lado, los habitantes rurales no podían decidir cuándo realizar sus plantaciones (cuya decisión hubiera sido en el tiempo natural óptimo para dichas plantaciones) dada la falta de asignación de combustible para los tractores. Las mujeres no podían decidir cuándo planchar o lavar la ropa dado que el suministro de electricidad era apagado de las áreas rurales, usualmente en horarios no anunciados. Por la misma razón, tampoco podían ver las dos horas de televisión a las que fue reducida la programación rumana.
Los rumanos, en general, no podían ni siquiera decidir cuándo hacer el amor. A causa de la política pro-natal del gobierno toda forma de contracepción y los abortos fueron prohibidos (para así, acrecentar el número de futuros obreros y trabajadores). Por tanto, los rumanos debían sujetarse a la abstinencia y a los ritmos naturales. La utilización de los cuerpos y el uso del tiempo, era centralmente (des)planificado.
Sin embargo, el control que el gobierno comunista realizaba sobre el tiempo de los ciudadanos no sólo era consecuencia de las malas políticas económicas. También se utilizaba el tiempo de los rumanos como mero despliegue de poder político: masivas movilizaciones de personas (que habían sido sacadas de escuelas o fábricas) eran organizadas para seguir la ruta de Ceaușescu y algún otro visitante importante. Miles de personas eran congregadas a las 6 de la mañana para desfiles que no empezaban sino a las 10 u 11 de la mañana, lo que dejaba un mensaje claro del gobierno hacia los ciudadanos: su tiempo es nuestro.
La Rumania de Ceaușescu comparte con la Venezuela de hoy la inmovilización de masas debido a las largas filas para poder comprar bienes de primera necesidad. Por mi parte, en Ecuador he vivido en dos ocasiones importantes racionamientos de energía eléctrica. Pero no es necesario mencionar situaciones tan extremas. Piensen en todo el tiempo que hemos desperdiciado en trámites impuestos por el gobierno (la gran mayoría de veces, completamente absurdos). Piensen en las veces que nos hemos visto obligados a repetir un mismo proceso, dos, tres y hasta cuatro veces por la ineficiencia burocrática, o en el tiempo que nos ha tomado adecuar nuestros negocios a los requisitos de las entidades gubernamentales de control (peor aún si éstos cambian frecuentemente).
Ahora, piensen en una utilización alterna a ese tiempo: ¿ustedes qué hubieran hecho si hubieran podido decidir completamente sobre ese tiempo? Producir en sus negocios, compartir con sus seres queridos, leer un libro, ver televisión, dormir, incluso, no hacer nada. Cualquiera que fuera su opción, lo cierto es que se vieron impedidos de hacerlo por decisión estatal. Los controles a los que nos obliga someternos el gobierno, en muchos casos, destruyen nuestra iniciativa y nuestra posibilidad de planear nuestros días. Y así, de manera silenciosa y casi inofensiva, se lleva a cabo la expropiación de un recurso tan escaso e importante como lo es nuestro propio tiempo.
La autora es Presidenta del Consejo Ejecutivo de EsLibertad.
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