La sucia tradición de los Chanel
“Westminster” fue el nombre que la Abwehr, la agencia de inteligencia militar de Alemania nazi, le asignó a Gabrielle Bonheur “Coco” Chanel. Su número de agente fue F-7124, según documentos de la dictadura nazista, desclasificados en 2014 por el Departamento de Defensa de Francia. Estos fueron engavetados como un secreto por más de siete décadas. La apreciación de muchos investigadores fue que la fundadora de la casa de modas multimillonaria francesa, Chanel, estuvo bajo las órdenes del General Walter Schellenberg, jefe de la inteligencia de las SS (las Schutzstaffel “Escuadrones de Defensa”) quien fue sentenciado en los juicios de Nuremberg, a seis años de cárcel por crímenes de guerra, tras la caída del despotismo fascista en Europa.
¿Qué fue lo que llevó a Coco Chanel simpatizar con los ocupadores nazis? Hay que tomar en cuenta que los biógrafos, Hal Vaughan y Henry Gidel (entre otros), señalan que ella fue, no sólo una cómplice tácita, sino una colaboradora activa que tuvo la misión secreta de intentar de convencer a Winston Churchill (Chanel lo conocía a él y su hijo, Randolph, bien) para que aceptara una tregua en 1943 que la dictadura hitleriana buscaba desesperadamente. Entre las especulaciones que pudiera explicar la colusión de Chanel con los verdugos del nacional socialismo, se le podría atribuir a su romance canicular con Baron Hans Gunther von Dincklage, un alto oficial de la Gestapo. Para otros investigadores, como Tilar Mazzeo y Franck Ferrand, la razón predominante era económica.
Chanel entró en un arreglo para financiar, mercadear y distribuir una rama de su imperio de moda, los perfumes Chanel No. 5, con los hermanos Pierre y Paul Wertheimer en 1924. Por muchos años después intentó recuperar todos los derechos de su marca lucrativa de perfume infructuosamente. El hecho de que los hermanos Wertheimer eran judíos y que la programación nazi contenía leyes antijudías donde propiedades y empresas judías fueron confiscadas, ha convencido a muchos biógrafos que Chanel tenía su corazón y su moralidad bien pegada a su billetera. Lo cierto es, sin embargo, que nunca sabremos de todo las motivaciones para que esta exitosa modista y empresaria de alta costura se encamara tan grotescamente con los nacionalsocialistas que ocupaban su país.
Chanel no estuvo sola en esa exhibición nauseabunda de sumisión y colaboración con el nazismo. Hugo Boss, la casa de moda de lujo alemana, formó parte de la maquinaria nazi afiliándose al Frente Alemán de Trabajo y a la institución, Bienestar Popular Nacional Socialista, ambas entidades claves del arreglo corporativista que sirvió al Führer. Hugo Ferdinand Boss, su fundador, fue miembro del Partido Nazi. Su empresa diseñó los uniformes de las SA (Sturmabteilung), las SS (Schutzstaffel), la Juventud Nazi y otras organizaciones de terror del partido nacionalsocialista, utilizando, incluso, mano de obra esclava compuesta de prisioneros de guerra.
La lista de casas de moda y artículos finos colaboracionistas, es extensa. Louis Vuitton, la marroquinería de lujo francesa, operó servilmente en el régimen de Vichy. Christian Dior, otra marca de artículos de moda fina importante, vistieron en Francia ocupada a las esposas y las amantes de la alta jerarquía fascista foránea. Pudiéramos seguir ofreciendo los nombres de otras tantas empresas que han demostrado una crónica inercia moral, a la hora de conducir sus actividades comerciales frente a regímenes tiránicos. Es gracias a este contexto empírico de relativismo de principios que nos ofrece las empresas mencionadas, que podemos mejor comprender el espectáculo tragicómico que es el desfile de Chanel en Cuba.
Este encuentro de contradicciones y convergencias aparentes, une la tragedia y la comedia. Lo trágico primero. El tener un desfile de la moda de alta costura en la Cuba de hoy y en plena vía pública, equivale a tener un festival de comida de gourmet en Etiopía, en medio de la hambruna. Si Cuba fuera una democracia, sería algo simplemente de un muy mal gusto: tanta opulencia entre tanta miseria a la luz del día. El hecho de que rige en la Perla de las Antillas un régimen dictatorial de dominación total, con todo lo que esto implica: la ausencia de libertades básicas, los crímenes de Estado sistemáticos, la persecución política, religiosa y social, etc., convierte el evento en una procesión de fantasmas que han adornado de telas caras para encubrir el lodo ensangrentado. Es un cataclismo deontológico de altas proporciones. Vemos a un país manejado como un negocio particular que sus amos ponen a la disposición del que mejor pague y en moneda dura claro.
Lo cómico es ver al comunismo cubano prostituirse tan magnánimamente. ¡El verdadero burdel cubano está en el poder político dictatorial! Tantos años de movilizaciones de masas para llenar plazas, para escuchar descargas ideológicas sobre igualitarismo, voluntarismo, moralidad socialista, etc., todo eso para al final terminar con un show carnavalesco para entretener al enemigo burgués, a la élite en el poder (al final burgués también) y todo esta hazaña para poder llenar, obligatoriamente, las arcas estatales por la incapacidad de su modelo anacrónico subvencionar sus costos y las necesidades básicas de un pueblo. El tener que soportar a un excéntrico como el modista Karl Lagerfeld pasearse por el Paseo del Prado como el nuevo rey de La Habana, era presenciar el surrealismo en acción. Las vías públicas cerradas para acomodar los caprichos de los que vienen de afuera y llevan una moral esquelética, pero con la posibilidad de engrosar la imagen que quieren proyectar y a la vez, dar beneplácito a la casta anfitrión, esa cúpula dictatorial con sus familiares, allegados y a los cortesanos de siempre, esos que prototípicamente representan la definición de los guatacas tradicionales, esos que sin decoro o vergüenza se arriman a cualquiera que esté en poder. Todo parecía una novela de fantasía. Un Disneylandia de ropa para los ricos en el supuesto paraíso de los trabajadores y humildes. ¡Increíble!
De pronto el cantico de “La Internacional” parece haber quedado enmudecido permanentemente por la banalidad de los motores de Fast and furious, y la chancletearía de modelos al servicio de modistas capitalistas que venden ropa para adinerados y buscan el acomodamiento con el poder político. ¡Qué ridículo ha quedado el socialismo! ¡Qué diría la vieja comunista española Dolores Ibárruri, “la pasionera” de sus proles cubanos! La intransigente apologista de la barbarie roja no creo que encontraría cómico este espectáculo melodramático.
Quién mejor que la marca Chanel para prestarse para esta gesta penosa. Tiene de sobra la experiencia y la médula para negociar con tiranos un espacio para mercadear sus telas para el mundo libre desde una isla comunista, pobre y explotada. Con alta probabilidad, “la pasionera” no creo que aprobaría del ridículo desfile de la marca francesa en Cuba. La empresa Chanel, sin embargo, sí ha sabido seguir la tradición indigna que trazó su fundadora.
El autor es escritor, politólogo, conferenciante y Director de Patria de Martí (www.patriademarti.com). Su último libro es Dictaduras y sus paradigmas: ¿Por qué algunas dictaduras se caen y otras no? Nació en La Habana, Cuba y reside en los EE UU.
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