La oportunidad de Brasil para salvarse a sí mismo
Una desafiante Dilma Rousseff dejó el palacio presidencial por la puerta principal el jueves por la mañana, luego de que el Senado votó a favor de comenzar su juicio de destitución. Según la tradición brasileña, la salida elegida por la presidenta fue una declaración política de que planea regresar. El voto del Senado, en el que más de dos tercios de los 80 legisladores se manifestaron a favor de un juicio, sugiere otra cosa.
La mayor esperanza de Rousseff para regresar se cifra en el vicepresidente Michel Temer. Él es miembro del mayor partido de Brasil, el Partido Movimiento Democrático Brasileño, que había formado una coalición con el Partido de los Trabajadores de la mandataria desde su reelección en 2014. Temer tomará las riendas de la presidencia durante el juicio. Si Rousseff es hallada culpable, él permanecerá en el cargo hasta 2018.
Rousseff tiene que esperar que Temer tenga un mal desempeño como presidente interino y que el país pida su regreso, pero con su popularidad cercana a 10% y los miembros de su partido envueltos en un escándalo de corrupción que involucra a la petrolera de control estatal Petrobras, las probabilidades de que ello ocurra son bajas. Su mentor, el expresidente Lula de Silva, también está bajo investigación.
El nuevo gobierno ya cometió un error. El nuevo ministro de Finanzas de Temer, Henrique Meirelles, dijo el viernes que no descarta restaurar el impuesto a las transacciones financieras. En un país conocido por la complejidad de su código tributario y una economía informal directamente proporcional a ello, esa no es una buena movida inicial.
La Cámara de Diputados de Brasil votó a favor de enviar a Rousseff a juicio en abril, acusándola de infringir deliberadamente una provisión constitucional diseñada para asegurar la responsabilidad fiscal y de ocultarlo mediante la manipulación de los informes fiscales. El delito imputable fue la apertura de líneas de crédito en los bancos estatales y generar déficits sin aprobación del Congreso. Rousseff niega los cargos.
La mandataria no ha sido acusada formalmente de corrupción y sus partidarios señalan que la política brasileña está llena de escándalos de corrupción que sacuden a todos los partidos. Las encuestas indican que una abrumadora mayoría de los brasileños opina que toda la clase política está podrida.
Sin embargo, hay una gran diferencia de gobierno entre Rousseff y Temer. El PT es un partido ideológicamente de extrema izquierda, mientras que el de Temer es una máquina pragmática tradicional. Rousseff y sus compañeros del PT han soñado toda su vida con convertir a Brasil en un paraíso cubano. El PMDB de Temer quiere hacer lo que sea necesario para ganar las elecciones. Rousseff tiene una reputación de ignorar al Congreso, pero se cree que Temer reabrirá las líneas de comunicación.
El presidente interino hereda una crisis económica. La inflación superó el 10% el año pasado. Se cree que descenderá este año a cerca de 7% debido a que el banco central ha subido la tasa de interés de referencia a 14,25% y a recortes en la disponibilidad de crédito por parte de los bancos públicos. El crecimiento económico se estancó en 2014 y se contrajo en 3,8% el año pasado. Se prevé un retroceso similar este año, aunque lo peor de la recesión puede haber pasado. La tasa de desempleo ahora se ubica en casi 11%.
El éxito significaría restaurar el crecimiento al recuperar el atractivo de Brasil como un destino para el capital. Reducir la intervención estatal en la economía será crucial y es alentador que Temer ya hable sobre la privatización de algunas empresas. Pero junto a la propiedad estatal, la enorme carga regulatoria también es un lastre sobre el crecimiento. El proteccionismo aumentó durante la gestión del PT, que agregó reglas de contenido brasileño a los astilleros y equipos de perforación petrolera, reduciendo la competitividad en la exploración en aguas profundas.
Una prioridad del nuevo gobierno es recortar el gasto. Temer reducirá el gabinete presidencial de 32 ministerios a 22. También dijo que los 20.000 cargos gubernamentales usualmente nombrados por la rama ejecutiva son demasiados y prometió disminuir el número en miles. Es un buen inicio, pero no más que eso.
La llegada de Meirelles, ex presidente de BankBoston y ex presidente del banco central, otorga credibilidad al nuevo gobierno. El ministro de Finanzas ofreció algunas buenas ideas el viernes, asegurando que pondrá énfasis en la transparencia de los gastos y en una reforma al sistema de seguridad social, posiblemente al incluir un nuevo mínimo de edad necesario para recibir los beneficios de jubilación.
El gobierno de Temer tiene una oportunidad para generar una oleada de confianza que motive nuevos flujos de inversión. Pero eso no será automático y es probable que prevalezca una sensación de escepticismo. Brasil necesita una reforma tributaria, no nuevos impuestos. El gobierno federal impone grandes cantidades de impuestos, cargas y contribuciones obligadas. Los políticos se quejan de la baja tasa de pago, pero es improbable que cambie a menos que se reduzca la complejidad.
Meirelles envió un mensaje de que no entiende esa realidad cuando señaló el viernes que “preferentemente, no deberían haber alzas de impuestos, pero la prioridad es equilibrar las finanzas públicas”. Un contacto en São Paulo suspiró y melancólicamente indicó: “Estábamos tan felices ayer”.
Las lunas de miel no duran mucho, pero esta podría ser más corta que el promedio.
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