Macri lidera dos transiciones: la de una economía subsidiada y la de la hegemonía política
En las elecciones del año pasado la mayor parte de la ciudadanía montó un experimento singular. Puso al frente del Poder Ejecutivo a una agrupación que carece de mayoría en el Senado, pero también en Diputados. Con una peculiaridad adicional: ningún bloque puede controlar la Cámara baja por sí solo. El electorado quitó la endiablada provincia de Buenos Aires de las manos del PJ, y la depositó en las de Cambiemos, que tampoco controla la Legislatura. Cambiemos es una coalición recién formada, en un país poco acostumbrado a las coaliciones. Y está centrada en Pro, un partido nuevo, surgido del derrumbe del año 2001, que lleva en su genética la marca del malestar con la política que acompañó aquella crisis colosal. Como obliga esa carta natal, al frente de esa fuerza figura un empresario, rodeado de colaboradores formados en la cultura corporativa, más que en la del comité o la unidad básica. Por si faltaran novedades, la de Macri es la primera administración que accedió al poder a través de un ballottage. Parte del consenso en el que se sostiene no se debe al propio encanto, sino a la animadversión al kirchnerismo. Por eso le resulta tan difícil garantizar "la unidad de los argentinos".
En este marco inédito, Macri está liderando dos transiciones. La de una economía subsidiada, gracias al alto precio de las commodities, a otra que, para que mejoren los estándares de vida, debe volverse muchísimo más competitiva. Y la de un orden político hegemónico-autoritario a otro pluralista, en el que ningún actor puede resolver en solitario el rumbo de la navegación.
Estas mutaciones estuvieron siempre en las promesas de Pro. Pero también están determinadas por el agotamiento de la experiencia populista. Por eso casi todas las decisiones del Gobierno se orientan a poner en el centro de la economía, allí donde el kirchnerismo había entronizado al consumidor, al inversor. Éste es el reordenamiento que le toca encabezar a Macri. Éste es el ajuste. Con perdón de la palabra.
A la luz de esta agenda resulta más natural que la mayoría del electorado haya apostado a una tecnocracia empresarial. Y se entiende con toda claridad el realineamiento occidental que gestiona Susana Malcorra, y que Macri lidera con un entusiasmo que no se le conocía.
A diferencia de los Kirchner, que confiaban en las relaciones interestatales con Venezuela, China o Rusia, el oficialismo mira el mundo como una red infinita de inversores privados. El veto a la doble indemnización, o la salida de la Anses de los directorios privados, es un homenaje para ellos.
El Presidente optó por atenuar el costo social de esta reconversión apalancándose en la única ventaja material que dejó Cristina Kirchner: la capacidad de endeudamiento. Es decir, intenta evitar la dramática reducción del gasto que reclama el déficit fiscal heredado a través del financiamiento internacional. Esta opción se entiende más por las restricciones que impone la política: Cambiemos está en minoría en el Congreso, y tiene frente a sí a un club de gobernadores poco dispuesto a compartir limitaciones.
Facilitar la receta
Las dos operaciones más importantes de Alfonso Prat-Gay en estos meses apuntaron a facilitar esta receta. El cepo cambiario, que era presentado, sobre todo por Daniel Scioli, como un monstruo inmanejable, se levantó en menos de cien horas, tal cual lo prometido. Y el precio del dólar se mantuvo estable desde entonces.
El desafío más exigente es absorber el traslado de la devaluación a precios, aun cuando es mucho menor que el que provocó Axel Kicillof en enero de 2014. El otro éxito fue la salida del default a través del acuerdo con los holdouts, negociado por Luis Caputo y aprobado con la colaboración del peronismo.
El blanqueo que se discute ahora en Diputados tiene la misma orientación: el plan fiscal se sostiene en el financiamiento externo. No quiere decir que no haya recortes en el gasto. Su capítulo principal, el más costoso, es la quita de subsidios, que aumenta el precio de los servicios públicos. Y la reducción de los giros discrecionales a las provincias, que explican la parálisis de la obra pública.
Estas decisiones desnudan algunas disfunciones del Gobierno. Al diagramar su equipo, Macri incurrió en dos audacias. Prescindió de un jefe de Gabinete clásico, como fue Horacio Rodríguez Larreta en la ciudad. Marcos Peña, el colaborador que más aprecia el Presidente, sigue siendo, antes que nada, un jefe de campaña. Con todo lo que eso significa para Pro, un partido que se sostiene en la opinión pública más que en su inserción territorial. Ese sesgo de Peña se compensó con dos segundos: Mario Quintana y Gustavo Lopetegui. No se puede entender la acción oficial sin la tarea de este dúo.
Pero Quintana y Lopetegui ¿coordinan o lideran? Mientras se resuelven estos enigmas, Macri se ha convertido en el árbitro de todas las decisiones, lo que significa una carga impresionante de trabajo. Se entienden las arritmias.
A esta innovación el Presidente agregó otra: temeroso de que le nazca un Carlos Bianchi, a quien en Boca llamaban "el Virrey", prescindió también de un ministro de Economía. De Prat-Gay se espera que doblegue la inflación. Pero las tarifas son fijadas por Juan José Aranguren y Guillermo Dietrich; la política comercial, por Francisco Cabrera, y la monetaria, por el Banco Central, con el que la coordinación es escasísima. Esta dispersión de autoridad se refleja en una dispersión discursiva: el Gobierno tiene dificultades llamativas para ofrecer una explicación sistemática y completa de su jugada económica.
El ajuste es inevitable. Y, para Macri, más traumático que para cualquier otro dirigente. Él debe demostrar que, dado que no conoció privaciones materiales, no es indolente ante las penurias económicas. Para decirlo con su eslogan: que sueña con "pobreza cero". Por eso, el Gobierno ha volcado en la gestión social y laboral más recursos que Cristina Kirchner. Es el testimonio de los sindicalistas que negocian con Jorge Triaca, que administra paritarias libres. O de los dirigentes sociales, hasta ayer talibanes kirchneristas, que tratan con Carolina Stanley. La reparación jubilatoria de la Anses se elaboró dentro de este marco.
Para llevar adelante su reforma económica, Macri cuenta con un auxilio estratégico: la crisis del PJ. El primer golpe, en 2013, fue la secesión de Sergio Massa. Ahora se agrega el deterioro de la señora de Kirchner.
Feligresía política
La feligresía política, social y judicial de la ex presidenta giró la cabeza hace seis meses hacia Jorge Bergoglio, a quien el liberal agnóstico Loris Zanatta acaba de definir como "el Papa populista". Bergoglio es un jefe invalorable: está lejos, lejano y permanece inmaculado.
El concepto de justicia social no se regula desde El Calafate ni en la CGT. Se administra en el Vaticano.
La fractura peronista ha eximido a Macri de enfrentar una mayoría unificada. Era un fantasma tan temido como el cepo. El bloque de senadores, que conduce Miguel Pichetto, disimula mejor una fisura. Los intereses de los gobernadores difieren de los del ultrakirchnerismo. Emilio Monzó, coordinado con Rogelio Frigerio, avanza en medio de ese archipiélago. Primero pareció que el Frente Renovador sería un socio principal. Pero las intermitencias de Massa, y la convergencia de intereses fiscales y financieros de los gobernadores, hicieron que Macri renuncie al matrimonio. Preservar la división del adversario fue y será su objetivo principal. Sobre todo para cruzar las grandes aguas: la elección del senador bonaerense del año próximo. La estrella principal de esa saga seguirá siendo, como anticipa la coreografía macrista semana tras semana, María Eugenia Vidal.
El Gobierno ha desarrollado su tarea sobre el telón de fondo de un gran espectáculo de corrupción. Y, lo que es más grave, de impunidad. Se liberó un caudal impresionante de información sobre delitos que no habían sido penalizados por la complicidad de la Justicia.
En contraste con este panorama se constituye la legitimidad del oficialismo. Cambiemos recibió un mandato de regeneración institucional, que vuelve más grave cualquier pecado propio. Panamá Papers, por ejemplo.
La falta de sensibilidad frente a ese mandato es, hasta ahora, la carencia más notoria del programa de Macri. Salvo por la calidad de los dos candidatos propuestos para la Suprema Corte de Justicia, su estrategia judicial no ha ido más allá de un balbuceo. Y lo que es peor, es cada vez más llamativa la continuidad con el orden que se pretende reemplazar, tanto en los organismos de Seguridad como en el aparato de Inteligencia. Es delicado, porque el Gobierno se ha comprometido a combatir el narcotráfico.
La única respuesta notoria de Cambiemos a la demanda de regeneración han sido las denuncias de la diputada Elisa Carrió. Por ahora son una esperanza. Pero pueden transformarse en un problema. La función del Gobierno no es agitar. La función del Gobierno es resolver.
Curiosidades de un semestre de alta intensidad
Faltaba poco para que el presidente Mauricio Macri se encontrara nuevamente con su par estadounidense, Barack Obama, en Bariloche. El mandatario argentino se bajó del Tango 01 en la ciudad rionegrina e inmediatamente se subió a un helicóptero rojo junto a su familia. ¿Quién era el propietario de esa nave? Joseph Lewis, dueño del club inglés Tottenham y de miles de hectáreas en la Patagonia.
En uno de sus primeros viajes al exterior, en el Foro Económico de Davos que tuvo lugar en Suiza, el Presidente sorprendió en una conferencia de prensa al contestar varias preguntas en inglés, diferenciándose de sus antecesores. Un detalle: el viaje a Davos estuvo en suspenso hasta último momento por una lesión que Macri sufrió en sus costillas por jugar con su hija Antonia.
Estaba de visita en el interior y Macri tuvo un pequeño percance: durante un acto en Formosa, la bandera argentina que decoraba el paisaje atrás suyo cedió ante una ráfaga de viento y terminó en la cabeza del Presidente. El gobernador de la provincia, Gildo Insfrán, fue el primero en socorrerlo.
Como un gesto más para diferenciarse del kirchnerismo, el Gobierno bajó los cuadros del ex presidente Néstor Kirchner y del venezolano Hugo Chávez de las paredes de la Casa Rosada. Fueron trasladados a un museo.
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