Carta abierta al presidente Mauricio Macri
Señor Presidente, le escribo como un argentino que, como usted, quiere que el nuestro sea un gran país y no solo un anhelo simple y llano como lo ha sido en tantos otros momentos de la bicentenaria historia. Para ello, resulta esencial recordarle sus propias palabras, "Lo que sueño es estar a la altura de liderar a todos los argentinos”. En particular, me refiero a uno de los ejes esenciales que presentó como plan de gobierno "Pobreza cero en la Argentina".
Las grandes “empresas”, valga la comparación con la primera magistratura que le ha tocado comandar, requieren de convicción y coraje; coraje que es tan necesario para resistir halagos, o muy fuertes críticas, como para mitigar las influencias del poder −lo que incluye, en beneficio de la república, el caso límite de separar de su cargo a aquellos miembros del gabinete que no estén a la altura de las circunstancias−.
Para trabajar en pos de un ideal es preciso que haya hombres que se mantengan fieles a sus principios y que estén dispuestos a bregar por ellos (para lograr que se alcancen plenamente), aunque el momento de llegar a poseer lo que se busca se considere remoto.
Aquellos que solo se preocupan por lo que aparece en la superficie, tal como ocurre con la opinión pública del momento, comprueban que hasta las ideas fundantes se convierten rápidamente en “políticamente imposibles” debido a que no han sido capaces de soportar las presiones sociales.
Ese parece ser el caso del Jefe de Gabinete de Ministros, Marcos Peña, quien por alguna razón que no se ha explicado realizó declaraciones en contra de su propio Gobierno: admitió como "inalcanzable" el objetivo de gobierno de "Pobreza Cero", en un evento que se llevó a cabo en la Casa Rosada con motivo de la celebración del día del periodista.
¿Acaso una desatinada ocurrencia de Marcos Peña puede justificar que se siembren dudas acerca de la opinión que prevalece en su fuero íntimo, Señor Presidente?
¡Tiempos difíciles exigen hombres mejores! Como usted sabe, la pobreza cero es posible, pero, para ello, es necesario comprometer a los miembros de su entorno y proporcionar un marco institucional que haga posible incrementar la tasa de capitalización de la economía. Solo mediante un escenario propicio para la inversión se alcanzará el tan deseado incremento de los salarios en términos reales y, como consecuencia de ello, la disminución de la pobreza. En efecto, la razón por la que un trabajador de la República de Mali percibe una remuneración menor que la de otro asalariado de Dinamarca, bajo “similares” condiciones, es porque el capital que lo soporta es definitivamente inferior.
Pero la solución no es mágica ni inmediata: requiere tiempo. La puesta en marcha de procesos con un más dilatado período de producción y superior período de espera necesita incrementar la cantidad de bienes de capital disponible. Si se pretende alcanzar objetivos temporalmente más distantes habrá que acogerse, necesariamente, a períodos de producción más dilatados.
Toda estructura dada de la producción, es decir, un estado de equilibrio, debe corresponder al tipo de interés ahorrado del consumo corriente y puesto a disposición de la inversión, en cantidad necesaria para mantener dicha estructura de producción. Pues no es cierto que el capital per se genere beneficio, sino es fruto necesario de una acción deliberada y se puede malograr si los cálculos en los que se funda adolecen de pericia, virtud o adecuadas estimaciones de las condiciones futuras. Los bienes de capital son productos intermedios que, tarde o temprano, en el devenir de los procesos productivos terminan por transformarse en bienes de consumo. En verdad, todo bien de capital se consume, incluso aquellos que no suelen calificarse de perecederos. Circunstancia que opera ya sea por el desgaste provocado en los procesos productivos o porque algún acontecimiento lo priva de interés económico. Son, por tanto, transitorios.
La contabilidad del capital oficia de rosa de los vientos marcando el rumbo de la producción en la economía de mercado, constituida por un continuo e ininterrumpido devenir de variados procesos parciales, formando nuevos capitales o desvaneciendo los acumulados en el pasado por acción del consumo, proceso que no se detiene jamás.
Para tener éxito en la gran tarea que le ha tocado, y salir de la pobreza, el único método legítimo es incrementar el ahorro (interno o externo), ya que es el primer paso obligado para cualquier alargamiento del período de producción. Aquél que resulta del excedente entre lo producido y lo consumido, y conduce hacia un mayor bienestar material o la condición esencial del progreso.
Ya hemos vivido, durante la última década, la fiesta del consumo y su consecuencia: la destrucción del capital. Según cifras oficiales, el gasto público consolidado pasó de 20,5 puntos porcentuales del producto, en el año 2003, al 44% en el 2015, sin contar, por supuesto, el 9% del déficit del PBI. Por esta vía, los salarios reales tienen un solo camino por recorrer, y ese camino es a la baja.
Señor Presidente, no se deje disuadir ni cometa los mismos errores, pues no hay manera de generar trabajos genuinos y transferir al fisco más de la mitad de lo que se produce. Solo a través de ofrecer condiciones favorables al ahorro y la inversión se podrá estimular la creación de riqueza. El famoso Leviatán de Thomas Hobbes no es parte de la solución, sino del problema. Como dijo Thomas Jefferson “Es mejor mantener al lobo lejos del redil que llevarse sus dientes y garras una vez que haya entrado”.
El autor es Doctor en Economía y máster en Economía y Administración de Empresas (ESEADE), Lic. en Economía (UCALP), profesor titular e investigador en la Universidad Católica de La Plata y egresado de la Escuela Naval Militar.
- 23 de enero, 2009
- 23 de diciembre, 2024
- 24 de diciembre, 2024
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