Bicentenario de Argentina: completar la emancipación
En 1837, Juan Bautista Alberdi escribió el Fragmento Preliminar al Estudio del Derecho. En el mismo, reflexionó sobre la diferencia que existe entre la independencia exterior y la independencia interior. El autor sostiene que en 1816 se consiguió la independencia del dominio español, pero que quedaba por conseguir algo que era mucho más importante: la independencia interior. Alberdi denunciaba los abusos que se venían dando durante el segundo gobierno de Juan Manuel de Rosas (1835-1852). Por este motivo, en el artículo 29 de la Constitución de 1853 se estableció que todo aquel que otorgara Facultades Extraordinarias o Suma del Poder Público sería considerado infame traidor a la patria.
Estimamos que, en estos días en los que se celebra el Bicentenario de la Independencia, es importante volver sobre la distinción que hizo Alberdi, ya que no solo debemos ser libres de la dominación extranjera sino también de los abusos del poder de terceros, ya sean estos autoridades legítimamente constituidas, individuos o grupos particulares.
Esta independencia interna se fue construyendo desde mediados del siglo XIX hasta comienzos del XX, cuando gracias a la ley Sáenz Peña nos convertimos en una república verdadera, en la cual cada vez más individuos pudieron progresar y gozar de sus derechos civiles y políticos. Lamentablemente, desde 1930 en adelante nos alejamos de esa república y, aunque continuamos siendo independientes en lo exterior, hemos perdido la independencia interior como consecuencia de los reiterados quiebres institucionales que han limitado nuestras libertades.
Quizá esta sea una buena oportunidad para retomar la búsqueda de la libertad interior. La democracia no implica necesariamente libertad, sino que es un sistema de elección de representantes que, si ejercen el poder abusivamente, violan nuestros derechos aunque los hayamos elegido. Por eso, no alcanza con votar cada dos años para que una nación sea considerada libre y soberana, sino que se debe fomentar y desarrollar el potencial humano que cada uno de los habitantes posee y, sobre todo, controlar férreamente a las autoridades de turno. Afortunadamente, hace doscientos años nuestros padres fundadores no dudaron en lanzarse a la búsqueda de un cambio que implicó grandes sacrificios y riesgos, poniendo en peligro sus vidas y las de sus familias. Si hubieran sopesado el peligro que corrían, quizá la emancipación se hubiera tomado muchos más años. Sin embargo, dejaron de lado la comodidad personal y se embarcaron en la gesta emancipadora que recordamos en esta fecha. En honor a aquellos hombres, debemos continuar con la tarea inconclusa y retomar la senda de la república verdadera de hombres libres. La libertad no es un lujo sino un derecho que nos ganamos cada día.
El autor es profesor de Historia (Universidad del CEMA).
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