El burkini, que cubra o descubra pero que no limite libertades
Francia ha entrado en razón: el Consejo de Estado ha levantado este vienes el veto al uso del burkini en playas y lugares públicos, devolviéndoles a las musulmanas el derecho a usarlos.
Después de los recientes ataques terroristas perpetrados en Francia por islamistas radicales se comprende la defensa a ultranza de los valores seculares de la república. Sin duda, es fundamental que se mantenga intacta la libertad que Occidente se ha ganado a pulso con modelos democráticos en los que los asuntos de la religión no se imponen a los asuntos de estado y en los que no hay cabida para las teocracias.
Ahora bien, defender el laicismo frente a los embates del fanatismo religioso no debe precipitarnos en la persecución de la libertad religiosa, siempre y cuando ésta no atente contra los derechos de los demás. En Francia, hasta hace muy poco, era habitual encontrar en la playa a musulmanas que visten el burkini –una suerte de túnica de neopreno que las cubre de los pies a la cabeza–, mezcladas con otras en bikini o topless, práctica esta última admitida en gran parte de Europa.
Sin embargo, tras las masacres yihadistas que han asolado el país en los últimos meses, el gobierno prohibió a cualquier persona “hacer prevalecer sus creencias religiosas sobre el respeto de las reglas comunes”. De ese modo, se vieron imágenes de agentes en Niza, donde aún se recuperan de un atentado que dejó al menos 84 muertos, obligando a bañistas musulmanas con burkini a abandonar la playa si no acataban la nueva ordenanza.
En el siglo XIX hombres y mujeres se bañaban completamente vestidos, y no fue hasta finales de los años 1950 cuando las mujeres comenzaron a utilizar decorosos trajes de baño de dos piezas antes de atreverse con el bikini, prenda que hasta el día de hoy condenan los estamentos religiosos.
La mayoría de las mujeres agradece los avances por los que luchó el movimiento de liberación sexual y el hecho de que en las sociedades abiertas del siglo XXI los mandatos religiosos los siguen quienes así lo desean y no se pueden imponer a quienes no sostienen o no se someten a estas creencias.
Pero en la playa, o en cualquier lugar público, no se debe multar o prohibir su presencia a aquellas mujeres que por motivos religiosos o culturales visten prendas que para ellas son virtuosas, por muy chocantes y retrógradas que les pueden parecer a los demás. De hecho, ¿qué habrían hecho en la playas de Francia con las amish o menonitas y con las bañistas hasídicas?
En el caso de las amish para meterse en el mar visten batas largas y se cubren la cabeza. En cuanto a las mujeres hasídicas (que en Israel se bañan en secciones separadas), hay sitios online en los que pueden adquirir unas prendas como las que usan los surfistas para cubrir casi la totalidad de su cuerpo. O sea, muy similares al burkini islámico.
Indiscutiblemente, en la sociedades modernas las mujeres defienden con uñas y dientes los logros que se han obtenido en lo que concierne a la equidad, la libertad del cuerpo, y el fin de los comportamientos atávicos y religiosos que durante siglos las arrinconaron.
Nadie desea un retorno a absolutismos dictados por la mano de Dios, de Alá o de Yahvé. Pero en un mundo laico y tolerante debe haber espacio para quienes se rigen por los dogmas del catolicismo, del judaísmo ortodoxo, del islam o de sectas cristianas, mientras no se cometan actos ilegales o criminales de acuerdo a nuestras leyes, como sucede con la poligamia, la ablación o prohibirles a las niñas el acceso a la escolaridad, por sólo poner tres ejemplos extremos. Es más, en una democracia secular debe haber mecanismos que protejan la integridad de las mujeres que desean apartarse de una imposición religiosa.
De lo que se trata es que nadie nos prohíba lucir el bikini más mínimo en nombre de una religión o de un dictamen moral. Y de lo que se trata es de que, por decreto, nadie les prohíba a otros cubrirse de los pies a la cabeza por los preceptos que observan. No olvidemos que desde tiempos inmemoriales las monjas se pasean con sus hábitos recatados “haciendo prevalecer sus creencias religiosas sobre el respeto de las reglas comunes”.
Hace bien Francia en defender el secularismo, pero no debe hacerlo a costa de estigmatizar una libertad de culto que incluye, cómo no, la de vestirnos de acuerdo con nuestras normas morales.
©FIRMAS PRESS
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