Brasil: El agujero negro de eludir las elecciones
Entre otras cuestiones que habría que despejar detrás de la polvareda que enturbia este resonante impeachment en Brasil, es que no es resultado de un duelo entre izquierdas y derechas como sostiene una narrativa oportunista y justificatoria. Se trata de una batalla de intereses en un juicio político estirado hasta sus extremos. Al no existir en el presidencialismo una escisión entre jefatura de gobierno y de Estado se forzó la maquina legislativa para sostener un procedimiento de quite de confianza y derribo de un gobierno que ha sido ineficiente para sostener un ajuste que nadie en esos vértices discute. En términos sencillos, se aprovechó una circunstancia de poder dominante para trasladar la responsabilidad de elección de una mayoría nacional a un puñado de medio centenar de senadores, en un excelso modelo de voto calificado.
Hay un trasfondo concreto detrás de esta maniobra. Dilma Rousseff inició su segundo mandato en enero de 2015 girando sin atenuantes hacia políticas ortodoxas apremiada por el combinado desastre de las cuentas públicas y la caída de la economía. Pero lo hizo de modo tardío, después de haber fallado en tomar medidas que hubieran sido menos dañinas en su primera gestión cuando el país perdió el ímpetu que le brindó la primarización por el alza del precio de los commodities. En otras palabras, el segundo gobierno de Rousseff y el cuarto del PT, no tuvo la iniciativa para utilizar su poder relativo y recomponer las cuentas de Brasil. Nunca fue un litigio de puntos de vista, sino de capacidades.
En cuanto ganó por un mínimo la reelección, la heredera de Lula da Silva, reclutó a un funcionariado eminentemente pro mercado que no fue muy diferente a los su mentor eligió en Hacienda y Banco Central en las dos presidencias de la “década ganada”.
Claro que una cuestión es gestionar con la billetera llena y el elogio internacional de las que disfrutó Lula y la otra con las carencias del viento de frente, que es el punto donde de verdad se revela si existe habilidad para comandar el viraje. En esa disyuntiva esta la respuesta a la incógnita inicial de por qué se desplazaba a Rousseff si, despejada de cualquier controversia ideológica, piloteaba contra sus propios votantes en el sentido que demandaban los mercados. Sin poder real y destruida su imagen todo era demasiado poco, demasiado tarde frente a la ambición de una reestructuración sin contemplaciones.
El propio Congreso que ahora la derriba es el que trabó todas las medidas de austeridad que llevó adelante el monetarista de Chicago Joaquim Levi en 2015 que instauró al frente de Hacienda. Las denuncias e investigaciones por corrupción fueron una herramienta de esa batalla, como lo ha sido el propio impeachment. Por eso también es probable que a partir de ahora el resonante proceso judicial del Lava Jato se opaque y diluya ausente del sentido político que tuvo en sus orígenes.
La economía es expectativas y el cambio de poder está generando un horizonte diferente. Este año aparece como el último de los dos de recesión y ya en 2017 el país posiblemente vuelva a crecer ligeramente pero ya sin retracción, según el diagnóstico del FMI. Sin embargo, eso dependerá de la habilidad de Michel Temer y su gente para sostener el cambio. Ahí hay dudas y sombras. La expectativa sin un consenso nacional puede ser efímera sobre todo porque la cirugía requerida es socialmente explosiva.
El vicepresidente ahora devenido en mandatario, que acompañó a Rousseff en todos sus fallidos por un periodo y medio nada menos, esta tan desgastado como la jefa a quien traicionó. Debería atender a los antecedentes. Los brasileños se movilizaron en las calles desde antes del mundial de Fútbol cuando detectaron que la economía macro estaba fracasando y su situación individual se complicaba inevitablemente. Ahora tienen ese mismo escenario pero agravado por el recorte que implicara atacar un déficit fiscal de dos dígitos, el legado más envenenado del pasado gobierno cuyos responsables se levaran las manos desde este momento aprovechando políticamente su victimización. Eso es lo que sembró y anticipó en el Senado el alegato sin autocríticas de la presidente sancionada.
Aquí son todos culpable. Pero el error institucional de haber sacado a Rousseff de este modo, y el inquietante precedente de fragilidad democrática que derrama sobre la región, tiene un solo agravante. El de no haber profundizado el camino para convocar a elecciones adelantadas que erigieran un gobierno votado para pilotear una tormenta que no terminará mañana y se agravará inevitablemente.
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