Desigualdad salarial: ¿es justo que ellos ganen más que ellas?
Hace algunos meses atrás, Novak Djokovic, número 1 en el ranking ATP (Association of Tennis Professionals), generó polémica al opinar que los hombres debían ganar más dinero que las mujeres en el tenis.
A lo cual, Serena Williams, en ese momento también número 1 en el ranking de la WTA (Women’s Tennis Association) respondió “Si tuviera una hija que jugara al tenis no le diría que mi hijo merece ganar más dinero porque es hombre. Si ambos comienzan a la misma edad, diría que se merecen ganar lo mismo.”
¿Es justo, acaso, que la número uno del tenis gane menos que el número uno? Mi respuesta sería: “Tan justo como es que Giselle Bundchen, la modelo más reconocida del mundo gane mucho más por desfile que Sean O’Pry, su versión masculina.” Mientras ella recauda alrededor de US$ 40 millones al año, él debe “conformarse” con US$ 1.5 millones. Y hasta el momento, no se ha escuchado ninguna voz masculina quejándose, ni voz femenina saliendo en defensa de la igualdad de resultados en el modelaje.
Lo que Serena -y los defensores de su postura- parecen ignorar, es que lo que define cuánto deberían ganar unos y otros, no es el esfuerzo involucrado, la edad a la que comenzaron, ni el capricho o machismo de un empresario. Es el público y sus preferencias.
Cuando Djokovic, Murray, Federer o Nadal juegan, atraen más espectadores que Williams, Kerber, Muguruza o Radwanska. Cuando Bundchen, Adriana Lima y Alessandra Ambrosio caminan por la pasarela de Victoria’s Secrets el mundo se detiene. No sucede lo mismo con un desfile de ropa masculino. Todos nos paramos frente a la pantalla cuando corre Usain Bolt, pero pocos recordamos el nombre de la mujer más rápida. Lo mismo sucede entre Lionel Messi y Carli Lloyd.
No se trata de enfrentar un sexo contra el otro, como sostiene Serena. Se trata de respetar las elecciones que las personas realizan frente a la oferta de un producto o servicio.
Esta diferencia de ganancias se extiende a todas las esferas y no solo a los diferentes sexos. Los integrantes del mejor equipo de fútbol americano ganan más que los integrantes del mejor equipo de remo norteamericano, porque la gente consume más al primero que al segundo.
Si aplicáramos el criterio de Serena y los integrantes de ambos equipos se esforzaron del mismo modo, comenzaron a la misma edad y llegaron al primer puesto, ¿acaso no deberían ganar lo mismo? ¿Por qué detenerse solamente en los casos que enfrentan a los hombres y a las mujeres que se dedican a lo mismo?
Es un error el de Serena -y quienes piensan como ella-, asumir que hay una bolsa de dinero preexistente para repartir, que se distribuye injustamente. Esa bolsa se llena con el dinero de la gente que compra tiquetes para ver a sus deportistas preferidos, o con el dinero de los auspiciantes que invierten sabiendo que irá gente a verlos. Y, en el caso del tenis, los hombres generan mayor atracción que las mujeres.
No estamos cuestionando aquí si el público elige bien o mal, si sus decisiones son racionales o caprichosas. Solo decimos que en una economía libre, lo que uno gana depende de cómo el mercado valora lo que uno ofrece.
Si no nos gusta como el mercado responde a lo que ofrecemos, podemos tratar de cambiar la opinión de la gente promocionando nuestra actividad, o mejorando nuestra oferta para hacerla más atractiva. Pero lo que no deberíamos intentar, es imponer nuestros valores al resto, obligándolos a ver más remo, menos fútbol, más Radwanska y menos Federer, o peor aún, haciendo lobby para que se distribuyan los resultados en partes iguales cuando no se generaron de igual modo.
¿Existen ciertas injusticias? ¿Mujeres que ejercen su profesión mucho mejor que sus colegas hombres, pero que al momento de una promoción o un aumento de sueldo, ellos llevan la delantera? Sí, así es. Quizás el jefe que decide es machista, o teme los potenciales embarazos, o se siente amenazado por una mujer inteligente. Podemos tratar de hacerle ver su error o sugerirle un psicólogo. Podemos expresarle nuestro desacuerdo. O podemos irnos si no lo toleramos. Pero no podemos ni debemos hacer más que eso. Él tiene derecho a tomar su decisión y condenar a su empresa a una peor performance, si así lo desea.
Las escalas de valores son personales y subjetivas. Cada uno valora lo que, en determinado momento, le ofrece mayor satisfacción, consciente o inconscientemente.
Con esto en mente, cada uno puede armar su estrategia de “seducción” para atraer público y dinero, si esa es su meta. Anna Kournikova, con un tenis más pobre que el de muchas de sus colegas, lograba llenar estadios y ganar más dinero en publicidad, gracias a su carisma y belleza.
Si queremos competir por las preferencias del público, debemos ofrecer al mismo, algo para que nos elijan por sobre los demás. No se trata de vencer o igualar al otro apelando al lobby y forzando una distribución artificial. Se trata de desplegar lo mejor que uno tiene, jugar limpio y aceptar el veredicto del jurado, que en este caso es el consumidor.
Si por otro lado, como consumidores, consideramos que las mujeres tenistas merecen ganar igual que los hombres tenistas, pues vayamos a ver más de sus partidos. Si creemos que los modelos masculinos deben ganar más, compremos más entradas para sus desfiles. Si creemos que un investigador merece ser más rico que Messi, dejemos de ver sus partidos, e invirtamos nuestro dinero en algún centro de investigación.
Son nuestras elecciones las que llenan o vacían las arcas ajenas. No pretendamos luego, que alguien, coactivamente, corrija los resultados que nosotros mismos generamos.
La autora es licenciada en Comunicación Social, guionista y libertaria. Es la directora ejecutiva de la Fundación para la Responsabilidad Intelectual (FRI).
- 28 de diciembre, 2009
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- 4 de septiembre, 2015
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