Argentina: Con voluntarismo esto no se arregla
La semana pasada el presidente Macri, dirigiéndose a un amplio grupo de empresarios, les dijo que ellos tienen que arriesgar e invertir porque hay un tercio de la población que la está pasando muy mal. Textualmente les pidió “que se rompan el traste” para que la economía empiece a crecer porque hay que empezar a crecer y “rápido”.
Es obvio que Macri no les ordenó que invirtiesen, solo les pidió enfáticamente que lo hicieran, el problema es que los empresarios no invierten por amor o por benevolencia. Como dice Adam Smith en La Riqueza de las Naciones: &"No es por la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interés&". En otras palabras, el interés del carnicero, el cervecero y el panadero por ganarse el favor del consumidor los lleva a producir algo que la gente necesita. No nos regalan nada, sino que producen bienes a precios y calidades que son los que busca el consumidor.
Cuando un gobierno tiene que pedirles a los empresarios que inviertan, es porque algo mal está haciendo dado que el empresario no invierte porque se lo pida un gobierno sino porque les conviene invertir porque ven una oportunidad de ganancias.
En una economía competitiva, el empresario busca permanentemente satisfacer la demanda insatisfecha del consumidor. Es más, el empresario busca obtener rentas extraordinarias, que son rentas que superan la tasa de rentabilidad promedio de la economía. El primero que descubre una demanda insatisfecha e invierte es el que mayor demanda recibe porque el resto de los empresarios todavía no invirtió en el sector y, por lo tanto, el primero se lleva el grueso de la demanda.
A medida que otros empresarios van descubriendo esa renta extraordinaria, en una economía sin restricciones al ingreso de nuevos competidores, van invirtiendo en el sector. Al invertir en el sector aumenta la oferta del bien en cuestión, bajan los precios y la tasa de rentabilidad del sector tiende a igualarse con relación al resto de los otros sectores de la economía. Una economía eficiente es un proceso dinámico y que requiere de la suficiente libertad de acción para que los empresarios desarrollen su capacidad de innovación.
Es en ese proceso de inversión para obtener rentas extraordinarias que se van creando nuevos puestos de trabajo, aumenta la demanda laboral, suben los salarios y, por lo tanto, disminuyen la pobreza y la desocupación. Además, una economía que recibe una fuerte corriente inversora, incrementa la oferta de bienes, cuyos precios tienden a bajar y es por esa razón que los salarios tienden a subir. El incremento del salario real se da cuando con el mismo salario nominal la persona puede acceder a una mayor cantidad de bienes y servicios y eso se logra con estabilidad monetaria y con aumento de la oferta de bienes que proviene de la competencia (una economía abierta) y de las inversiones.
Claro que en este proceso de inversiones, el empresario tiene que poder hacer cálculo económico, es decir, estimar la tasa de rentabilidad que puede obtener de su inversión. Y recalco la palabra estimar porque en un mercado libre no hay certeza sobre el éxito de la inversión. Solo en los corruptos mercados regulados por el estado es que al empresario se le asegura una rentabilidad restringiendo la competencia y dejando al consumidor a merced del empresario. Ejemplo Lázaro con la obra pública.
Ahora bien, al hacer el cálculo económico, el empresario necesita tener una unidad de cuenta. Para eso necesita una moneda que tenga la característica de servir como medio de intercambio y reserva de valor. Si cumple con la función de reserva de valor, entonces sirve para hacer cálculo económico. Como el peso no es reserva de valor, no sirve como unidad de cuenta, por lo tanto, no se puede hacer cálculo económico, estimar una probable rentabilidad de una inversión y la misma queda postergada hasta que se pueda hacer una estimación razonable. Es decir, hasta que haya estabilidad de precios.
El segundo obstáculo que existe hoy para invertir es la carga impositiva. Si el estado va a seguir repartiendo el fruto del trabajo ajeno, es muy difícil que el director de una empresa logre convencer a los accionistas que inviertan porque tiene que decirles que si ellos invierten, asumen el riesgo empresarial de ganar o perder, y que si ganan, entonces el estado se queda con buena parte de las utilidades para “redistribuirlas” a terceros, ¿quién va a invertir en esas condiciones?
En tercer lugar, la legislación laboral debe inducir a las empresas a contratar personal, no a evitarlo. La legislación laboral argentina protege a los que están dentro del mercado laboral y dejan a la intemperie a los que están fuera del mercado laboral. La legislación laboral condena a la miseria a los que no tienen trabajo. Por lo tanto, el empresario va a evitar contratar personal o bien intentará reemplazar lo más que pueda mano de obra por máquinas. Una máquina no hace huelgas, ni se convierte en delegado sindical o alguno de esas supuestas conquistas sociales.
En definitiva, luce a puro voluntarismo el encendido discurso de Macri llamando a la inversión para terminar con la pobreza. Me parece que Macri está siendo muy mal asesorado en el campo de la economía y peor guiado en las medidas que hay que adoptar.
Este destrozo económico que dejó el populismo progresista k no puede ser resuelto con más progresismo de buenos modales. Argentina requiere de un cambio en las reglas de juego. No digo que de un día para otro se logre la prosperidad, pero podrán hacerse mil discursos. Podrán realizarse mil apelaciones a invertir. Pero si no se crean las condiciones institucionales para atraer inversiones, difícilmente pueda terminarse con la pobreza.
No está aquí en discusión el qué. Lo que está en discusión es el cómo. Y en el cómo, por ahora, se insiste con la medicina populista progresista k. Porque no nos engañemos, el haber eliminado los controles y medidas más absurdas del kirchnerismo no significa haber terminado por completo con el estado sobredimensionado y expoliador que en los últimos 70 años destruyó la economía argentina y sumergió a la población en un grado de pobreza que nunca pensamos llegar a ver en nuestro país.
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