Trump revive la secesión en los Estados Unidos
El recuento ha acabado por desmentir a los medios de comunicación, que habían explicado profusamente los motivos de la victoria de Hillary Clinton y la derrota de Donald Trump. Su victoria ha desatado en los Estados Unidos una oleada de protestas. Son tres días seguidos de ocupar las calles con mensajes contrarios a la elección del nuevo presidente, con carteles que dicen, entre otras cosas, que no le reconocen como tal. Hay, según el último recuento, 225 detenidos, de los que 185 se han producido en la ciudad de Los Ángeles. En Miami, uno de los carteles decía: “Toda opresión crea un estado de guerra”, lo cual, vistas las circunstancias (Trump todavía es un presidente electo sin poder alguno), es una defensa de la guerra preventiva.
Se ha descrito a Donald Trump de tal manera que parece que fuera a ser un dictador y vaya a implantar una dictadura militar y a acabar con la democracia. Dejemos en suspenso si esos temores responden a la verdad o no. Lo interesante es que hay una parte de la sociedad, minoritaria pero importante, que lo cree. Y los movimientos políticos que ha desencadenado esa convicción.
Uno de ellos es la resurrección del movimiento secesionista. El origen del país está en la secesión. De hecho, dice la Declaración de Independencia: “Que cuando cualquier forma de gobierno se convierte en destructiva a tales fines, es derecho de las personas alterarla o abolirla e instituir un nuevo Gobierno, que siente su fundación en tales principios y organice sus poderes de tal manera que sea para ellas el más adecuado para hacer efectiva su seguridad y su felicidad”.
El Estado de Massachusetts invocó su derecho a la secesión nada más arrancar la Unión, cuando se repartía el reparto de la deuda, y luego con la compra de Louisiana. Cuando Jefferson autobloqueó al país, The Bay State aludió a su derecho a comerciar para amenazar de nuevo con la secesión. En el contexto de la guerra de 1812 contra Gran Bretaña, varios Estados del norte, anglófilos, convocaron una convención en Hartford, Connecticut, con la secesión como horizonte. Massachussetts invocó su derecho a salirse de la Unión en 1848, cuando ésta se anexionó Tejas.
El norte era secesionista cuando era el sur quien dominaba la política nacional. Pero eso iba a cambiar muy pronto. Con la aprobación del “arancel abominable” de 1828, que beneficiaba al norte y perjudicaba al sur, Carolina del Sur recordó el derecho de cualquier Estado de anular una ley federal y, en última instancia, a la secesión. El líder de este movimiento era el vicepresidente John C. Calhoun, y fue el presidente Andrew Jackson (un antecedente de Trump en algún sentido) quien lo detuvo. La secesión llegó, finalmente, y originó una guerra civil de consecuencias desastrosas.
Una de ellas fue el fin, bien que no definitivo, del movimiento secesionista. Lo recuperó, aunque sólo en las ideas, el Partido Libertario, ya en los 70. Hawái, Georgia y, sobre todo Tejas, han dado muestras de tener en la memoria el derecho de secesión de los Estados. También California. Un PAC llamado “Yes California” lleva más de un año buscando desunir al Estado del resto, y se ha creado una formación llamada California National Party con ese objetivo.
Ahora, ese secesionismo ha recobrado fuerza con la elección de Trump, y Calexit recorre las redes sociales. “Yes California” declara, por ejemplo: “Como la sexta economía del mundo, California es más poderosa, económicamente, que Francia, y su población es mayor que la de Polonia. Punto por punto, California se compara y compite con otros países, no sólo los otros 49 Estados”. Planean convocar un referéndum en 2019 (un año antes de las elecciones de la reelección de Trump). No son los únicos. En Oregón ha habido un intento por proponer un referéndum de secesión en 2018, y la celebración de una nueva Convención constitucional. La izquierda, en los Estados Unidos, ha vinculado falsamente al secesionismo con la traición y con el racismo. Si estos intentos van lo suficientemente lejos, luego le será mucho más difícil insistir en ese mantra.
No será fácil. En el contexto de la guerra civil se produjo el fallo del Tribunal Supremo Texas vs. White, en el que asertaba: “Cuando Tejas se convirtió en un miembro de los Estados Unidos, entró en una relación indisoluble. La unión entre Tejas y los otros Estados es tan completa, tan perpetua y tan indisoluble como la unión entre los Estados originales. No hay lugar para la reconsideración o la revocación, excepto por medio de la revolución o por el consenso de los Estados”. Estas palabras tienen mucha miga. Es cierto que esa unión es igual de indisoluble y perpetua que la que tenían los Estados originales, pero eso quiere decir que no lo es en absoluto.
¿Cuál sería la vía práctica a la secesión? Lo más fácil, y es prácticamente imposible, sería que el Estado propusiese una enmienda a la Constitución que facilitase esa desunión. Pero tendría que ganar el apoyo de dos tercios de la Cámara de Representantes, y luego de otros dos tercios del Senado. Aún tendría que ganar la aquiescencia de 38 de los 50 Estados de la Unión. Otro camino es la celebración de una convención de Estados. La secesión tendría que ganar el apoyo de dos tercios de los delegados de esos Estados.
El de la secesión es un camino muy difícil. Pero hay un instrumento perfectamente legal, y políticamente muy conveniente, que apenas se ha mencionado y que es el de anulación de las leyes federales por parte de los Estados, a la que hice mención en otro comentario del Instituto Juan de Mariana. Los elementos más libertarios del Partido Republicano, y los que están fuera de él, harían bien en alentar este debate, en previsión de los peligros que puedan entrañar futuros presidentes, y no sólo el número 45.
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