Para los cubanos, la larga espera ha terminado
En un viaje a Cuba a finales de los años 90 conocí a un joven que trataba de ganar dinero en moneda extranjera como guía en la Vieja Habana. Era obvio que no estaba capacitado para el trabajo. Pero no me importó. Quería escuchar a los habitantes de la isla y, como descubrí, él quería ser escuchado.
A lo largo de varios días caminamos por la derruida ciudad mientras le bombardeaba con preguntas sobre la vida en la isla. Me habló largo y tendido sobre el absurdo de la Cuba revolucionaria, la privación, la frustración y la alienación.
Estaba molesto. Pero cuando se trataba de hablar sobre la hipocresía de Fidel Castro, del cual todo el mundo sabía que vivía extravagantemente mientras sus súbditos pasaban apuros para sobrevivir, mi guía fue más cuidadoso. Una noche, mientras cenábamos, susurró: “María, no pongas lo que digo en tu periódico o Fidel me…”. Esto lo dijo mientras ponía sus manos alrededor de su cuello simulando el gesto de estrangulamiento. Estaba asustado.
El sábado a eso de las dos de la madrugada me enteré de la noticia de que el déspota de 90 años finalmente había fallecido. Pensé en ese joven y muchos de los otros veinteañeros que conocí y quienes querían que supiera lo mucho que anhelaban la libertad.
Estos jóvenes con aspiraciones nacieron mucho después de la revolución de 1959 y el “máximo líder” o su mítico paraíso socialista no significaban nada para ellos. Por muchos años fueron testigos de un auge de turistas europeos y sabían que el mundo los estaba dejando rezagados.
Probablemente sean ahora hombres maduros, quizás con hijos. Cuando los conocí, las cosas parecían imposibles, pero mantenían vivos sus sueños. Estaban esperando que muriera Fidel.
Una mañana me senté en una cafetería en uno de los elegantes hoteles solo para extranjeros que la gente de Hollywood suele visitar. Mientras un atractivo joven barista me servía un espresso, lo miré a los ojos y le pregunté inexpresivamente: “Entonces, ¿cómo va la revolución?” Se echó a reír, pero no dijo más. Sabía que yo entendía que él consideraba todo como una mala broma. Pero seguía la corriente, esperando a que Fidel muriera.
Me fui de Cuba con la firme convicción de que nadie menor de 30 años creía en la propaganda de la “amenaza yanqui” de Castro o la falsa promesa de una utopía comunista. Sus esperanzas estaban en la solución biológica.
El momento ha llegado. Sin embargo, las perspectivas para su liberación no son muy buenas.
Ahora son gobernados por Raúl, el hermano de 85 años del comandante, y detrás de él la siguiente generación de los Castro y los militares. Esta despiadada banda de delincuentes es dueña de todo en la isla y no tiene incentivos para cambiar. La normalización de las relaciones y el levantamiento de facto de la prohibición de viajes a la isla por parte del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ha canalizado nuevos recursos hacia ellos, fortaleciendo su poder.
La gente no está armada y tiene pocas formas de organizarse. La comida escasea. Es una situación comparable a la de Alepo, en Siria, sin el beneficio de contrabandear a países vecinos. Si los disidentes salen a las calles, pierden sus raciones y son golpeados, encarcelados, torturados y exiliados.
La comunidad internacional podría ayudar. Presionó a Sudáfrica para que pusiera fin al apartheid. Cuba está dividida de una forma similar, con los cubanos de piel oscura sin oportunidades, mientras que unos pocos blancos dirigen el país, sin contar con que el gobierno es mucho más represivo. Pero es poco probable que eso suceda pronto, como lo demuestra el flujo de notas de simpatía hacia la dictadura que enviaron los líderes mundiales.
Que el líder del Partido Laborista británico, Jeremy Corbyn, el presidente ruso, Vladimir Putin, y el presidente chino, Xi Jinping, hayan lamentado la muerte del conocido mafioso no es una sorpresa. Pero que los sentimientos de solidaridad provengan del presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, y del primer ministro canadiense, Justin Trudeau, quien escribió que Castro tenía “una enorme dedicación y amor por el pueblo cubano”, va más allá de la parodia.
El presidente Obama podría haber denunciado el racismo patrocinado por el Estado de Castro y las millones de vidas arruinadas y familias destruidas. Podría haber dicho algo sobre la exportación del terrorismo a todo el mundo. En cambio, escribió: “La historia grabará y juzgará el enorme impacto de esta figura en la gente y el mundo”. Cobarde.
Por otro lado, Raúl es odiado y las condiciones económicas de la isla están empeorando. La bloguera cubana Yoani Sánchez captó los sentimientos de millones cuando tuiteó sobre Fidel: “Su legado: un país en ruinas, un país donde los jóvenes no quieren vivir”. También observó que “la represión contra los activistas había aumentado, especialmente en los últimos días” y que el régimen ahora se prepara para una “canonización”.
La aparición de la calma y la reverencia en la isla es para el consumo de Obama y sus amigos. Pero un régimen que ha vivido en el miedo ha cremado a su mayor símbolo de terror. Esa es la mejor razón para tener esperanza en un futuro mejor.
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