Ha muerto pero no se acabó la rabia, las víctimas señalan a Fidel como el mayor criminal
Las víctimas del castrismo superan los 85,000. Se incluyen 5,775 personas que perecieron frente al pelotón de fusilamiento, más de 2,000 en las prisiones, alrededor de 1,200 en asesinatos extrajudiciales y un estimado de 77, 833 que murieron en el mar tratando de escapar de la isla.
Miami es por defición la segunda patria de los exiliados cubanos y por ello la ciudad que más víctimas alberga y que más celebró la muerte de Fidel Castro. Cada cubano tiene una historia de injusticia que lo motivó a dejar su país: desde los pioneros que pusieron a marchar al sol repitiendo consignas hasta aquellos que tuvieron que posponer los planes de casarse o tener hijos por falta de una vivienda. Desde los padres que tomaron una de las decisiones más difíciles, enviar a sus hijos a un destino incierto a Estados Unidos sin saber cuándo volvería a reunirse la familia. De esa Operación Pedro Pan los más afectados fueron los niños, que celebraron cumpleaños y graduaciones sin el abrazo filial que les tocaba. También lo fueron los “marielitos” que enfrentaron actos de repudio en La Habana y luego rechazo en Estados Unidos cuando Castro tuvo la macabra idea de unirlos con los peores delincuentes arrojados de las cárceles cubanas.
Pero qué podemos decir los que solo tenemos para contar esas miserias de cada día ante un Orlando Zapata Tamayo o un Pedro Luis Boitel, que murieron de hambre y sed, después de ser golpeados y humillados en prisión, llevándose con ellos quizás la imagen más dolorosa, la de que su sufrimiento no solo los alcanzaba a ellos sino a sus familiares. Son esos padres e hijos de las víctimas los que no encuentran paz porque el responsable de todas las órdenes, de los fusilamientos, de asesinatos como el de Oswaldo Payá Sardiñas y Harold Cepero, o de Armando Alejandre Jr., Carlos Costa, Mario de la Peña y Pablo Morales, los cuatro pilotos de Hermanos al Rescate, no respondió nunca por sus crímenes ante un tribunal internacional.
El Nuevo Herald recogió testimonios de algunas de esas víctimas o sus familiares:
Carlos Eire, Pedro Pan, escritor y profesor de Yale University.
Lo que sentí [al saber de la muerte de Castro] fue una mezcla de rabia, alivio y alegría. La rabia por dos razones: primero porque se demoró tanto en morirse. Debía haberse muerto hace 60 o 70 años atrás, antes de que le hiciera daño a nadie. Segundo, porque una corte de ley nunca lo juzgó y castigó por todos sus crímenes. Debía haberse pasado años y años en uno de esos calabozos pequeños, totalmente oscuros y apestosos donde sus presos sufrieron tanto, cubierto de piojos de cabo a rabo, acosado por ratas y cucarachas. O quizá mejor amarrado a una balsa en alta mar, sin agua o comida, acosado por tiburones. Alivio porque la tierra de repente tuvo un diablo menos contaminándola con su presencia. La alegría fue un reflejo automático –como lo que pasa cuando el médico toca la rodilla con su martillito de goma. Pum! Brincó la alegría por haber estado esperando este momento desde 1959, cuando yo tenía ocho años de edad. Pero de estas tres, la emoción mas profunda fue la rabia. Una rabia incandescente.
El único recuerdo que saltó de mi memoria fue el de la pecera en el aeropuerto de Rancho Boyeros, el 6 de abril de 1962, donde estuve encerrado por horas y horas, con toda mi familia al otro lado del vidrio grueso que nos separaba. Hacíamos muecas y señales con las manos, pues el sonido no podía traspasar el vidrio. Fue la última vez que vi a mi padre, pues Fidel nunca lo dejó salir de Cuba. Fue también la última vez que vi a mis abuelos. Esa pecera fue uno de los instrumentos de tortura más diabólicos inventado por los fidelistas.
Eire salió de Cuba a los 11 años junto a su hermano mayor como parte de la Operación Pedro Pan. Recogió esas memorias en dos libros, ‘Waiting for Snow in Havana’ (Nieve en La Habana) y ‘Learning to Die in Miami’ (Miami y mis mil muertes).
Orestes Lorenzo, ex piloto de la fuerza aérea cubana
No me alegró la muerte de Fidel Castro. ¿Por qué? Porque nada ha cambiado. Veremos ahora más peticiones al pueblo cubano para que se sacrifique, más exigencias de lealtad por parte del gobierno. Creo que eso ya está ocurriendo. Cuando el pueblo cubano pueda vivir sin miedo, quitándose todas las máscaras, entonces voy a celebrar, pero ahora no hay nada que celebrar. Lo que más falta en Cuba, de verdad, es la sinceridad. La gente allí vive y actúa con miedo. Ellos no conocen otra manera de hacerlo.
No hay duda de que Fidel Castro jugó un papel esencial en crear las condiciones que existen en Cuba, y lo que está ocurriendo en la isla es que es ahora la propiedad privada de una sola familia. No hay separación de gobierno ni balance de poderes. Todo está concentrado y controlado en manos de una sola familia. Es una empresa privada.
Ellos no van a ceder el poder. Tendrá que quitársele en el futuro a través de la desobediencia civil. Pero no creo que eso ocurra en el futuro cercano, ni mientras yo esté vivo. Digamos que yo pueda vivir otros 25 años; no creo que veré un cambio. Es muy difícil y muy triste para mí, pero eso es lo que creo. La lucha en Cuba no es política. Es una lucha por la decencia humana.
Por eso es que ahora considero que este es mi país. Cuba ya no lo es. Aquí están mis intereses, aquí está mi familia. Aquí es donde me han dado dignidad, y la oportunidad de desarrollarme como ser humano, lo cual es un derecho de todos. Me satisface decir que he logrado eso.
Lorenzo, quien tiene ahora 60 años, era mayor de la Fuerza Aérea de Cuba cuando desertó en su MiG en 1991. Meses más tarde, arriesgándose a un encarcelamiento seguro y a una muerte probable, Lorenzo tomó prestado un avión monomotor y voló a Cuba sin ser detectado por los radares estadounidenses ni cubanos para rescatar a su esposa Victoria y a sus dos hijos. Vive en Orlando, donde es propietario de una compañía de construcción. Su tercer hijo, de 22 años, nació aquí. Lorenzo tiene además un nieto y una nieta.
Compilado por Ana Veciana Suárez.
Gabriela Cabrera, balsera
La muerte de Castro no me dio absolutamente nada, porque sé que eso para nuestro pueblo no va a ser una mejoría. Lo que necesitamos es unir a esa cantidad de familias que están separadas. Pensé en tantos que se han muerto en el mar, viniendo como vine yo. No tengo esperanzas porque allí está su hermano y tienen a Cuba bien controlada. La felicidad sería ver una Cuba libre.
Cabrera, 37 años, salió de Cuba en balsa en el 2005, por la bahía de Mariel.
Bonifacio L. Haza, su padre fue fusilado en la Loma de San Juan, Santiago de Cuba
La muerte de Fidel Castro Ruz fue para mí una sorpresa, aunque no inesperada dada su edad y estado de salud. Mi mente se remontó a la noche del 1ro de enero de 1959, cuando Castro, desde el balcón del edificio de Ayuntamiento en Santiago de Cuba, dirigiéndose a la multitud allí reunida, que portaba flores y banderas para celebrar el regreso al proceso democrático, dijo en su discurso: “Si hay un gobierno malo que roba y que hace más de cuatro cosas mal hechas pues, sencillamente, se espera un poco y cuando llegan las elecciones se cambia el mal gobierno; porque para eso los gobiernos en los regímenes constitucionales democráticos tienen un período de tiempo limitado. Porque si son malos, el pueblo los cambia y vota por otros mejores. […]”
No sospechaba la mayoría de los allí reunidos (incluyendo a mi padre que creyó en el propósito de los revolucionarios de regresar a Cuba a un gobierno constitucional y que 12 días más tarde, por orden de Raúl Castro, fue fusilado sin habérsele hecho juicio en la mañana del 12 de enero de 1959, durante la masacre de los 71 detrás de la Loma de San Juan), que en lugar de un regreso a la democracia, los hermanos Castro tenían una agenda escondida de llevar a Cuba hacia una dictadura comunista para perpetuarse en el poder, convirtiendo a la isla en una herramienta servil de la Unión Soviética.
La muerte de Fidel Castro trae a Cuba más cercana al día del fin del régimen castrista. Está probado que el sistema comunista es un fracaso; los países europeos que quedaron apresados detrás de la cortina de hierro después de la Segunda Guerra Mundial rechazaron el sistema que se les impuso. Cayó el muro de Berlín, el imperio soviético se derrumbó y lo que queda ahora en Cuba es una dictadura anticuada con una enorme maquinaria de opresión, fingiendo hacer la transición a un sistema de libre empresa mientras que al mismo tiempo declara: “¡Socialismo o muerte!”
Haza es hijo de Bonifacio Haza Grasso, comandante de la policía nacional en Santiago de Cuba, en los días finales del gobierno de Batista, víctima de la Masacre de los 71 en la Loma de San Juan. En esta fueron fusilados 71 ex militares vinculados al gobierno de Batista. Los arrojaron a una fosa común. Los restos, que años más tarde salieron a la superficie luego de un huracán, fueron lanzados en bóvedas de cemento en la fosa de Battle, cerca de la costa oriental.
Sergio Perodin, sobreviviente del Remolcador 13 de Marzo, en el que perdió a su esposa y a su hijo mayor
Sentí alivio al saber que el principal asesino no va a seguir haciendo daño. Es el comienzo del final de toda una tragedia. Pensé no solo en los muertos de nosotros, sino en tantos que han caído víctimas del régimen. Castro fue el cerebro [del hundimiento del Remolcador 13 de marzo]. Allí no se movía nada si él no daba la orden. Nosotros teníamos la intención de irnos de Cuba en el Remolcador, que para ellos era como una reliquia histórica. En el grupo había dos infiltrados (trabajaban en el puerto) que informaban a la Seguridad Cubana, que a la vez estaba preparando el asesinato. Eso lo supimos después. De la bahía salieron 72 personas en el Remolcador, sobrevivimos 41. Salimos con las luces apagadas, bordeando la bahía. El primer barco cubano nos dio un golpe saliendo de la bahía. Nos tiraban chorros de agua muy potente. Salieron mujeres y niños a la cubierta del barco, pero ellos siguieron echando chorros de agua a una presión tremenda. Otros dos barcos hicieron todo para hundir el remolcador, lo que consiguieron una hora después. Con el barco se hundieron 30 personas, los otros salimos a flote tratando de sobrevivir. Ellos [las fuerza cubanas] comenzaron a dar vueltas en remolino para ahogar a la gente. Mi esposa, Pilar Almanza, de 31 años, y el niño, Sergio Yasser Perodin, de 11 años, murieron en ese ataque. También pereció el tío de mi esposa, Manuel Cayol, de 58 años. Yo, con el niño agarrado al cuello, me sostuve en una nevera de madera del remolcador, que fue como una balsa. Nos salvamos en ella como 18 personas. Como a los 40 minutos, [las fuerzas cubanas] se alejaron, comenzaron a transmitir por radio y tiraron sogas y sacaron a la gente del agua. Creo que nos recogieron porque en la distancia se veía un barco griego. El barco de los guardacostas se mantuvo atrás de nosotros dirigiendo el ataque.
Lo más difícil para nosotros fue que nos secuestraron los cadáveres. Sabemos que recogieron a la mayoría, pero nunca nos los entregaron, tampoco un acta de defunción. Hasta el día de hoy no sabemos dónde están los cadáveres. Nuestros muertos nunca van a descansar en paz. Castro era un asesino.
Perodín vive en Miami. Su hijo menor, Sergio Perodin, que entonces tenía 7 años, es arquitecto. Perodin padre se volvió a casar y da crédito a su esposa actual por la ayuda en la crianza de su hijo, para ayudarlo a superar el trauma de la tragedia de la masacre.
Néstor Campanería, hermano de Virgilio Campanería, fusilado
Fue una reacción confusa [al saber de la muerte de Castro]. Me gustaría que hubiera sido enjuciado en un tribunal mundial por los crímenes de lesa humanidad cometidos. Virgilio era estudiante de derecho de la Universidad de la Habana. Fue uno de los primeros en darse cuenta del rumbo comunista de Fidel, y por ello lo combatió públicamente dando mitines y charlas. Fue uno de los fundadores de la organización Salvar a Cuba. Yo tenía 15 o 16 años, y me uní a ellos. Hicimos un periódico para denunciar la infiltración comunista, a finales del 1959 y 1960. Mi hermano denunció que los fusilamientos contra los supuestos criminales de Batista eran ilegales porque la pena de muerte había sido abolida en Cuba. Castro no solo aprovechó para fusilar a ex miembros del ejército de Batista sino a aquellos que podían crearle una oposición en el futuro. Mi hermano y un grupo nos unimos al Directorio Revolucionario Estudiantil fundado por Alberto Muller. El 27 de marzo del 1961 apresaron a mi hermano junto con Alberto Tapia Ruano, también del Directorio. El 18 de abril, con 22 años, lo fusilan en La Cabaña, junto a Tapia Ruano. A Tomás Fernández Travieso le conmutan la pena porque era menor de edad [cumplió 19 años de cárcel en Cuba]. A mi hermano le dieron tres tiros de gracia. No dejaron a mi madre ver el cadáver. Cuando murió mi padre, y sacaron el ataúd donde se supone estaba enterrado mi hermano en el Cementerio de Colón, lo que había era tres piedras. Aparentemente, a los fusilados los entierran en una fosa común. Mi hermano dejó cartas para la familia y una para el estudiantado cubano.
Néstor Campanería menciona a otros fusilados por el castrismo: Julio Antonio Yebra (médico, fusilado a los 28 años), Plinio Prieto, Porfirio Ramírez y Sinecio Walsh Ríos (líderes de las guerrilleras del Escambray).
Miriam de la Peña, madre de Mario de la Peña, piloto de Hermanos al Rescate
Me siento aliviada de que ya ese tirano no puede seguir cometiendo crímenes en contra de personas inocentes. Y ahora está en manos del mejor juez que pueda existir. También sentí que la justicia terrenal falló. Castro debió haber muerto en prisión. Sin embargo, tuvimos que esperar a que muriera de muerte natural. Después que vi el júbilo en el pueblo [por la muerte de Castro], confirmé lo que siempre supe, que eran muchos los afectados. Gozo con el júbilo de los demás, de ver que una persona malvada como lo fue Castro, cesó de existir.
Mario tenía 24 años [cuando fueron derribadas las avionetas de Hermanos al Rescate]. No pudo tener un matrimonio y una familia. Pero vivió una vida feliz, de hacer bien. El se sintió feliz de participar en esas misiones de búsqueda y rescate. Estaba en último semestre en Embry-Riddle Aeronautical University, donde estudió para ser piloto comercial. Estaba haciendo un internado con American Airlines, que estaba reservado para los mejores estudiantes. Comenzó con Hermanos al Rescate de observador y ya llevaba dos años con ellos. La primera pareja de la que fue testigo del rescate eran más jóvenes que él. Estaban en el medio del mar en unas condiciones muy malas. Fueron muchas las experiencias de ver balsas vacías. El lo hacía con entrega, en sus horas extras, en vez de ir a divertirse. Eran misiones de muchas horas, sentados en un avión pequeño, casi sin tomar agua ni comer. Salvar una vida es la recompensa mayor para una persona de buena voluntad. Hermanos al Rescate mortificaba al régimen solo con ayudar a los cubanos. Además, les rompía el mito de que los exiliados querían quitarles las casas en Cuba. Al ver a estos cubanos –también había norteamericanos, peruanos– que estaban ayudando, estaban dando una señal de que querían salvarles la vida. Pero Fidel y Raúl Castro premeditaron el asesinato a sangre fría. Infiltraron a Juan Pablo Roque, a René González; a Ana Belén Montes en el Pentágono. Querían acabar con Hermanos al Rescate. Hoy se siente una nueva esperanza porque la prensa está hablando, pero es hora de que lo comiencen a llamar dictador.
Las dos avionetas de Hermanos al Rescate tripuladas por Armando Alejandre Jr., Carlos Costa, Mario de la Peña y Pablo Morales fueron derribadas por aviones caza de la fuerza aérea cubana el 24 de febrero de 1996.
Germán Miret, autor de un libro sobre las víctimas católicas del castrismo
Siempre me llamó la atención la valentía de esos muchachos que enfrentaban el paredón de fusilamiento con el grito de “¡Viva Cristo Rey!”, algo que solo se puede hacer cuando se tiene una convicción muy grande. Las mujeres que se incluyen en el libro son la pinareña Sor Aida Rosa Pérez, de las Hijas de la Caridad, que ya no era monja cuando fue apresada por conspirar contra el régimen en 1965. La condenaron a 12 años, murió en prisión el 12 de diciembre de 1967. Sus compañeras siempre han culpado al régimen de haberle causado la muerte al no prestarle la atención médica que requería. La otra mujer es Olga Digna Fernández, que murió combatiendo cuando la fueron a apresar. Era novia de Marcial Arufe, del movimiento Unidad Revolucionaria. Quisieron casarse mientras estaban escondidos. Tomaron un autómóvil y pasaron a buscar a un sacerdote, el padre Lobato de la iglesia de Monserrat, quien los casó en el carro.
También está el caso de José Alberto Crespo, piloto de la Brigada 2506. A su avión B-26 le dispararon saliendo de Bahía de Cochinos, y, sabiendo que no iba a llegar a la base en Guatemala, llamó al avión que iba delante, en el que iba un sacerdote, Cipriano Cavero, y se confesó con él por el radio del avión. Lo mismo hizo el copiloto, Lorenzo Pérez Lorenzo. Después el avión cayó al mar.
Miret es autor del libro ‘¡Viva Cuba Libre! ¡Viva Cristo Rey!’, que incluye a 48 hombres y dos mujeres católicos que murieron durante la lucha contra el comunismo.
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