Algunas cuestiones disputadas sobre el anarcocapitalismo (IV): la escala de la defensa
Una de las principales argucias del estatismo es la manipulación del lenguaje, especialmente del lenguaje referido a la política y la economía. Los príncipes del renacimiento contrataban poetas, pintores, arquitectos y escultores para justificar su gobierno y cantar sus obras para la posteridad. El mural La alegoría del buen y el mal gobierno de los hermanos Lorenzetti, que profanó la catedral de Siena con su mitificado ideal del bien común, es buen ejemplo de lo dicho. Los modernos gobernantes han delegado en cambio en economistas, politólogos y sociólogos el trabajo sucio de justificar su actuación. Si bien se ha perdido mucho en belleza expositiva, se ha ganado, en cambio, en eficacia conceptual. Las nuevas justificaciones del Estado pretenden hablar en nombre de la ciencia, y entre sus tareas está, como apuntamos, la de modificar el lenguaje. Una de las principales tergiversaciones del mismo es la de etiquetar determinados bienes o servicios como públicos, sociales o estratégicos para justificar a continuación su prestación por el Estado. Así, servicios o bienes prestados históricamente de forma privada, pasan a ser prestados en régimen de monopolio (ya en su prestación ya en su regulación) por los poderes (públicos) estatales. Una vez definidos de esta forma, se afirma de algunos de ellos que sólo el Estado puede prestarlos en condiciones adecuadas. Los servicios de seguridad y defensa serían un ejemplo típico de los mismos.
La prestación de un bien o servicio requiere de medios humanos y materiales y se realiza siempre a una escala determinada. La escala de prestación dependerá del tipo de servicio y de la cantidad y calidad del mismo. Por tanto, habrá diferencias en la prestación dentro del mismo servicio y entre los diferentes servicios. La educación, por ejemplo, podrá ser prestada a nivel individual con tutores particulares o bien colectivamente a través de videos colgados en la red. El servicio de aguas igual, desde un pozo particular a una conducción metropolitana.
El único servicio que parece escapar a esta norma parece ser el de la defensa estatal, cuya única forma de provisión parece ser la de contar con un servicio estatal de defensa prestado por el Estado. Quisiera, por tanto, plantear algunas objeciones a los argumentos que justifican la existencia del Estado con base en una ineludible necesidad del mismo para prestar tales servicios.
En primer lugar, la propia definición del grupo a defender es a mi entender un buen ejemplo de razonamiento circular. El grupo a defender, según este argumento, son los ciudadanos sometidos al gobierno de las personas que se autoproclaman como representantes de un imaginario ser llamado Estado. Esas personas necesitan ser defendidas de otras personas organizadas por otro grupo autoproclamado como representante legítimo de otro ente imaginario (el hecho de que muchas personas crean en algo no implica la existencia ontológica de ese algo). Esto es, primero constituimos un grupo (Estado) a partir de individuos que viven anárquicamente justificándolo por necesidades de defensa y luego se dice que ese grupo, una vez constituido en relación a la defensa, tiene necesidades de defensa como grupo, pues como tal grupo está amenazado y la amenaza es grupal. Esto es, ahora que es grupo tiene necesidad de defenderse. No tiene mucha lógica. La definición previa del grupo como comunidad con necesidad de defensa carece pues de justificación, dado que, por regresión, ¿cómo se justificaría el primer grupo si no hay ningún atacante organizado previo? ¿Sobre que lógica se constituye el grupo si este puede constituirse previamente a la necesidad de defensa? El primer grupo agresor ya es por tanto una banda organizada, al principio no muy sofisticada y dedicada a la agresión, y no necesita más justificación teórica que su ánimo de pillaje. Las bandas de hunos, ávaros o vikingos saqueadoras por lo menos tenían la decencia de no pretender una justificación “científica” o racional de sus pillerías. Desde luego, no los denominaban servicios públicos de defensa. Lo que hacían muchos de los jefes de esos grupos es intentar impedir que otras bandas les quiten su privilegio de obtener rentas de sus sometidos, y para ello establecían ejércitos o organizaciones armadas. Las bombas atómicas que posee Corea de Norte, por poner un ejemplo de una banda de bandidos actual, ¿son para defender a su pueblo de los bárbaros del sur o son para que la clase dirigente pueda seguir explotando a sus súbditos?
En segundo lugar, no se dice nada en relación a cuál debe ser la escala, o el número mínimo de personas, necesaria para establecer tal grupo. Se habla de la defensa estatal como si los actuales Estados derivasen su existencia de la noche de los tiempos y la escala de defensa fuese siempre la actual. La configuración de hoy en día del sistema de Estados debe su existencia a guerras, matrimonios de príncipes, descolonizaciones o particiones políticas por razones religiosas o ideológicas. Pero los Estados no tienen ninguna racionalidad de escala para la defensa, sino que esta es una justificación a posteriori. No existe una escala óptima para la provisión de la defensa, ni siquiera puede asegurarse que los servicios de defensa estatal puedan garantizarla. Luxemburgo no podría defenderse de Francia, ni Togo de Nigeria, en caso de conflicto. Ni siquiera Estados más grandes como Irak pudieron defenderse frente a Estados más poderosos como el estadounidense. Estados Unidos, a su vez, tendría más problemas con Rusia o China. En cambio, Luxemburgo sí podría defenderse de Liechtenstein, y Togo de Guinea Ecuatorial, por lo que podríamos afirmar que la escala de defensa sólo puede definirse en razón del tipo de enemigo al que uno se enfrente. Y la definición de cuál es el enemigo no es fácilmente objetivable: factores étnicos, religiosos o ideológicos contribuyen a la definición de enemigo, y por la misma razón estos son cambiantes. Para los afrancesados, Napoleón fue una bendición, igual que para los vietnamitas de Camboya lo fue el ataque de Vietnam a la Camboya de los Jemeres Rojos. España y Francia fueron aliados varias veces y enemigos otras tantas. El islam radical pasó de aliado en la lucha contra los soviéticos a enemigo mortal hoy. Lo que es válido para un tipo de enemigo puede no serlo para otro si las circunstancias o las percepciones de amistad o enemistad cambian. Cuba pasó de ser un país casi desarmado antes de la revolución, dado que carecía de enemigos, a ser un país fuertemente armado, reclamando incluso misiles nucleares después del triunfo comunista. A su vez aparecen y desaparecen nuevos enemigos. Martin van Creveld, por ejemplo, en su Rise and Fall of the State afirma que la escala de defensa de la mayoría de los Estados no es la adecuada para atender a desafíos como el terrorismo islamista suicida, las modernas mafias y maras o la piratería naval. Es decir, los Estados realmente existentes no pueden en su mayoría cumplir con su promesa de defensa, bien porque son demasiado grandes para enfrentarse a enemigos pequeños o bien demasiado pequeños para prestar tales servicios. De esto se podrá deducir que la prestación de los servicios de defensa deberá necesariamente ser definida políticamente, esto es, de acuerdo con los intereses de las personas que en cada momento detentan el poder estatal. De esta forma, la defensa es un eufemismo para designar una determinada prestación de servicios a mayor gloria de esta personas. De hecho, es fácilmente observable que los servicios de seguridad están en muchos casos capturados por intereses especiales, desde el llamado complejo militar industrial, tan bien descrito por libertarios como Seymour Melman (El capitalismo del pentágono es una verdadera obra maestra) hasta determinadas empresas que se sirven de ellas en sus relaciones comerciales para “facilitar” sus tratos, pasando por los propios militares que en muchos países controlan sectores económicos clave (el famoso deep state turco o egipcio), si es que no detentan directamente el poder político. Todos ellos, por supuesto, definen estas actividades como necesarias para la seguridad nacional o para la prestación de servicios indispensables.
Por último, la prestación de defensa se circunscribe solo a una pequeña parte de la necesidad de defensa y seguridad humana. El ser humano precisa defenderse y estar seguro frente a muchos tipos de agresiones. Animales, virus, frío, calor, terremotos, huracanes e inundaciones han matado a muchos más seres humanos que estos entre sí. A todos estos problemas los mercados han encontrado soluciones efectivas, de tal forma que las bajas causadas por los principales enemigos del hombre han sido minimizadas. Solo la agresión entre humanos parece escapar a esta lógica. Pero esta agresión también obedece a diferentes lógicas. No es lo mismo ser atacado por una persona o por pequeños grupos (el mercado también ofrece soluciones a estos casos) que ser atacado por un gran ejército estatal. La escala del ataque requiere obviamente respuestas distintas en cada caso. Tampoco es similar en cada persona la percepción subjetiva de riesgo, por lo que se requerirá una calidad de prestación distinta y, por tanto, una escala distinta en el suministro del servicio. De no hacerse así tendríamos bien personas sobreprotegidas, bien personas mal defendidas. En cualquier caso, el servicio estatal de defensa no sería pertinente. El único caso en el que la defensa estatal sería de recibo es aquel en el que se confronta una agresión a gran escala por parte de fuerzas organizadas a gran escala como las que se organizan estatalmente. Pero en este caso, como vimos antes, no es cierto, en primer lugar, que la mejor forma de afrontar este tipo de agresiones sea la de otra organización estatal (el Estado francés fue derrotado por los nazis y tuvo que recurrir a guerrillas, como ocurrió en Irak, la España de las guerras napoleónicas o numerosos otros casos) y, segundo, entramos de nuevo en la circularidad: necesitamos un Estado para combatir otro Estado y así, por regresión, ¿cómo se justifica la existencia del primer Estado?
En este escrito se ha pretendido apuntar que la definición de defensa producida en monopolio por el Estado, al no ser fácilmente escalable (si lo fuera no podría ser definida como un bien público que solo el Estado puede suministrar), no puede satisfacer las necesidades de defensa de una población. De la misma forma que, por ejemplo, la educación estatal no puede producir más que una pequeña parte de las necesidades educativas de una población y esconde una agenda de dominio de la población, en el caso de la defensa lo que se pretende es tres cuartos de lo mismo: no es más que una justificación ideológica del monopolio de determinados medios de violencia (los más poderosos) por parte de la clase gobernante.
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