‘Manos limpias’
El gobierno de la Revolución Ciudadana llegó hace 10 años al poder jactándose de ser un grupo de personas con “mentes lúcidas, corazones ardientes y manos limpias”. El argumento era que un grupo de supuestos iluminados, con voluntad de servicio y sin ambición de beneficiarse personalmente, llegaban a salvarnos de un pasado en el que supuestamente habíamos estado sometidos a los arbitrios de los privados. Eran los privados, los malos, los culpables de la corrupción y por eso se requería expandir la envergadura y tamaño del Estado para controlarlos. Por supuesto que quienes administrarían el Estado serían ellos, los buenos, quienes debíamos suponer que tenían una aureola y eran incapaces de ser tentados por los manjares del poder.
El economista Ludwig von Mises decía acerca del intervencionismo y la corrupción:
“…Por desgracia, los funcionarios y sus dependientes no son angelicales. Pronto advierten que sus decisiones implican para los empresarios considerables pérdidas o, a veces, considerables ganancias. Desde luego, también hay empleados públicos que no aceptan sobornos; pero hay otros que están ansiosos de aprovecharse de cualquier oportunidad ‘segura’ de ‘compartir’ con aquellos que sus decisiones favorecen… El intervencionismo engendra siempre corrupción”.
Ahora que estamos inundados de denuncias de casos de corrupción en la administración pública, la reacción del Gobierno ha sido la de lavarse las manos y pretender endilgarle toda la responsabilidad a individuos aislados, muchos de ellos del sector privado. Detrás de cada soborno hay dos partes: el que soborna para obtener un privilegio del Estado y el funcionario sobornado que concede dicho privilegio.
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