Las razones únicas que nos impiden salir de la pobreza están en nosotros mismos
Per Bylund, pensador libertario, escribió en uno de sus tweets “¿Qué causa la pobreza? Nada. Es el estado original, el punto de partida. La verdadera pregunta es: ¿Qué causa la prosperidad?” (Bylund se refiere al estado original de la humanidad en su conjunto y no a individuos particulares).
Viajemos a la edad de piedra. Los hombres entonces no tenían más que lo que la naturaleza les podía ofrecer: agua, frutos, animales para cazar, piedras con que hacer fuego, cuevas donde cubrirse.
Comparemos ese escenario con la actualidad. Sea quien fuera que esté leyendo esta columna tiene un teléfono o computadora donde leerlo, tiene una casa donde dormir, un medio de transporte a mano para trasladarse, medicinas con que curarse, ropa con la que abrigarse. Si miramos un poco más allá, vemos aviones, drones, cohetes y edificios inteligentes.
Nada de todo esto brotó de un árbol. Todo fue creado por individuos que se dieron cuenta de que si deseaban sobrevivir y obtener una vida plena, debían pensar y actuar. Y que si, por el contrario, se quedaban con su mente en blanco, paralizados, esperando echar raices para absorver la vida de la tierra y del sol, morirían.
En pensar y actuar y en esa búsqueda por sobrevivir y vivir plenamente se basa la creación de toda riqueza. La prosperidad no se logra por ningún defecto ni debilidad. Se logra gracias a las virtudes humanas y por uno de los sentimientos más nobles: el amor a la vida.
¿Tiene asegurada su vida alguien que piensa y actúa? No, ni siquiera. Puede equivocarse tanto al razonar como al actuar. Puede carecer de información clave para tomar una buena decisión. Puede evaluar incorrectamente la misma. Puede ofrecer algo en el mercado que la gente no desee. Puede dar un paso en falso. Puede fallar centenares de veces. Sobrevivir es un desafío y vivir plenamente es un logro fenomenal.
Pero si bien pensar y actuar no necesariamente aseguran la vida ni la riqueza, lo que es seguro es que no pensar ni actuar sí aseguran la pobreza.
¿Qué mejor recurso para mantenerse pobre o volver a serlo que no pensar y no hacer nada? ¿Qué mejor manera de asegurarse de no comer, que quedarse mirando el cielo esperando a que caiga el pan?
Ahora, ¿por qué alguien podría decidir no pensar o actuar? Porque cuesta hacerlo, porque implica un esfuerzo y hay quienes prefieren esperar a que algo mágico suceda o que alguien se haga cargo de la dura tarea. Es más fácil esperar a que llueva, que buscar agua en el subsuelo y ver como traerla a la superficie. Es más fácil pedirle un vaso de leche al vecino, que salir a ordeñar una vaca. Es más fácil rezar para que no falte el alimento que pensar cómo aumentar la producción.
También está la pobreza elegida conscientemente. ¿Y por qué alguien elegiría ser pobre? Por creer que ser pobre es una virtud, o por preferir dedicarse a una actividad que les ofrece satisfacción personal pero que no paga demasiadas cuentas, o por donar toda su riqueza a una causa que considera más valiosa que la misma.
Pero tanto la pobreza por vagancia como la pobreza por elección son decisiones personales que afectan solamente al individuo que ha optado por estos caminos. La tercera razón, en cambio, es la más peligrosa. Se trata de la pobreza por coacción.
La pobreza por coacción es aquella en la que alguien me obliga a continuar siendo pobre o a volver a ser pobre, al quitarme mi libertad de producir riqueza, o apropiándose de ella luego de producida.
¿Cómo alguien puede quitarme mi libertad o puede robarme el fruto de mi esfuerzo? Solo a través del inicio de la fuerza. Más simple: a punta de pistola. ¿Quiénes inician la fuerza en una sociedad? Los delincuentes (en forma ilegal) y el gobierno (de manera legal).
Un delincuente puede secuestrar y robar, pero solo a algunas personas a lo largo de su vida y posiblemente no al mismo tiempo. Un delincuente también se enfrenta a las posibles consecuencias de ser enviado a la cárcel o morir si las cosas no salen como las planeó. Pero solo un gobierno puede violar la libertad y la propiedad de todas las personas al mismo tiempo de manera sistemática, legal y sin correr ningún riesgo.
Si miramos los países del continente americano donde hay mayor proporción de pobres sin posibilidades de salir de su situación, comprobaremos que son los países donde hay gobiernos autoritarios que no respetan ni el derecho a la libertad ni a la propiedad. Cuba y Venezuela están a la cabeza de este ranking.
Por el contrario, los países donde hay mayor riqueza y movilidad social ascendente, son aquellos en donde se respetan dichos derechos y las personas tienen un incentivo para pensar, actuar, correr riesgos y perseverar.
¿Cómo pensar y actuar, si no podemos hacerlo libremente? ¿Si estamos condicionados por lo que el gobierno nos permite? ¿Si cualquier acto de independencia es tomado como rebeldía y castigado?
¿Qué incentivo puede tener alguien en generar riqueza si, en cuanto lo logra, el gobierno se la quita directamente o a través de impuestos confiscatorios? ¿No es preferible acaso pasarse del lado de los que reciben gratuitamente en vez de continuar del lado de los que producen para las arcas ajenas?
La pobreza generalizada de toda una sociedad y durante un largo período de tiempo es, hoy en día, solo culpa de un gobierno que la impone. Podemos continuar echando la culpa al colonialismo español y al imperialismo yanqui, pero no lograremos salir de pobres hasta que demos el primer paso hacia el cambio: reconocer que al verdadero enemigo del progreso lo tenemos adentro.
La autora es licenciada en Comunicación Social, guionista y libertaria. Es la directora ejecutiva de la Fundación para la Responsabilidad Intelectual (FRI).
- 28 de diciembre, 2009
- 28 de junio, 2015
- 3 de diciembre, 2024
- 4 de septiembre, 2015
Artículo de blog relacionados
Cuando te hablen de riesgo en un negocio y sus consecuencias en el...
16 de junio, 2010- 7 de enero, 2013
La Opinión, Los Angeles Desde 2001 se han naturalizado 49 mil reclutados en...
12 de junio, 2009Perfil A partir de la caída de los ingresos fiscales, producto de la...
1 de diciembre, 2009