Un Donald Trump «latinoamericano» en su debut como presidente
La transferencia de poder terminó exactamente a las 12. Fue puntual, ordenada, sin agresiones, muy diferente a la campaña y a la transición del hombre que acababa de asumir.
Esa amabilidad continuó cuando el ya presidente Donald Trump tomó la palabra unos segundos después. Pero lo hizo sólo en apariencia.
El tono del discurso fue sereno y subió sólo para exhortar a los norteamericanos a la acción y al patriotismo; la forma fue bastante más sólida, gramatical e hilada que la que siempre tuvieron las alocuciones del nuevo jefe de Estado durante la carrera electoral contra Hillary Clinton. El contenido, en cambio, fue por completo refundacional.
Apenas comenzó a hablar, Trump agradeció a su predecesor, Barack Obama , y a su mujer, por su "gracia" durante la transición. Fue la única referencia al ahora ex presidente, ni una palabra sobre su legado, ni una referencia a la economía que le deja, radicalmente más firme que el propio Obama recibió de su antecesor directo, George W. Bush. En realidad sí hubo alusiones, pero fueron destructivas.
Trump preside desde este mediodía un país que crece al 2% anual -tuvo picos de 5% en estos ocho años- con un desempleo del 4,7%; en 2009, cuando Obama llegó al poder, la recesión (-2,5%) y la crisis hacían estragos en EE.UU. y el 8% de la población activa no tenía trabajo.
"Desde hoy en adelante, una nueva visión se impondrá: primero Estados Unidos, primero Estados Unidos, primero Estados Unidos… Ganaremos de nuevo, ganaremos como nunca antes", dijo Trump.
Ahí el mandatario no sólo parece haber ignorado a Obama sino a todos sus otros antecesores y a la propia historia norteamericana. Cuesta encontrar en el último siglo y medio, un momento en el que Washington no haya puesto sus prioridades por encima de las de cualquier otro país o en el que no haya encabezado la lista de Estados más poderosos del mundo.
Muy a la manera de tantos presidentes latinoamericanos que, al asumir, prometen el nacimiento de una nueva nación, el millonario republicano advirtió que va a "reconstruir y restaurar" Estados Unidos.
Muy a la manera también de su propia campaña, Trump repitió una y otra vez la palabra que mucho tuvo que ver con su triunfo, el 8 de noviembre pasado.
¡Empleos!, ¡empleos!, ¡empleos!, ¡empleos!, el término resonó no sólo en el Mall de la capital norteamericana sino también, y fundamentalmente, en Wisconsin, Michigan, Pensilvania, los estados en donde el declive de la industria manufacturera sembró desempleo, desilusión y enojo con los demócratas. Fueron esas las regiones que sorprendieron a todo el país y le dieron la victoria a Trump.
Como si fuera un agradecimiento a ellos, el magante no se cuidó con las palabras cargadas de contenidos y, en una crítica abierta a Obama, habló de "carnicería norteamericana" al describir la situación de desempleo e inseguridad que golpea a varias ciudades norteamericanas.
Hubo más palabras que protagonizaron sin cesar el discurso de Trump: pueblo, trabajadores, patriotas. Otra vez el nuevo presidente norteamericano se acercó, con su alocución, a las apelaciones emocionales y hasta místicas de tantos mandatarios -latinoamericanos o no-.
No faltó en la receta populista la exhortación antisistema. "Nosotros le sacaremos el poder a Washington y se lo devolveremos al pueblo", dijo, en referencia al establishment, el hombre que formó un gabinete de ex militares, banqueros, empresarios y que tiene por jefe de gabinete a un verdadero insider del Partido Republicano, Reince Priebus.
El discurso continuó con todas las consignas de la campaña sobre impuestos, comercio e inmigración y Trump prometió "proteger" las fronteras para evitar que se vayan los empleos o que entren extranjeros indocumentados o productos importados.
"Compre norteamericano, contrate norteamericano", remató.
Eso es bastante populismo para poca popularidad. El nuevo presidente necesitará más que apelaciones emocionales para lograr crear 25 millones de empleos en cuatro años -como prometió tantas veces- o hacer que la economía crezca al 4% anual. Es cierto que el Congreso está dominado por su partido, pero no todos los legisladores oficialistas le responden. Y con una aprobación del 37% y la desconfianza de demócratas e independientes, Trump no tendrá ni una hora de luna de miel para empezar a cumplir tantas promesas.
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