La Celac: ¿Que en paz descanse?
Acaba de tener lugar en República Dominicana, sin pena ni gloria, la quinta “cumbre” de la Celac, el mecanismo de integración de América Latina y el Caribe nacido sobre los restos de empeños anteriores. El evento ha sido tan penoso que mejor hubiera sido decretar allí mismo la defunción del Celac.
No asistió ninguno de los Presidentes del Mercosur (Venezuela está suspendida), y sólo lo hicieron uno de la Alianza del Pacífico (Colombia) y un centroamericano (El Salvador). No es de extrañar que la participación más saliente haya sido la de los gobiernos populistas que quedan. Muy apropiado que el primer acto del evento fuera rendir homenaje a Fidel Castro.
Los escasos observadores que prestaron atención a esta cumbre advirtieron que los voceros del populismo latinoamericano se dedicaron a atacar… ¡al populismo estadounidense! Sin que les temblara el (metafórico) mostacho, criticaron el “proteccionismo” de Trump los gobiernos que han hecho del proteccionismo su santo y seña.
La integración latinoamericana, que es, o se supone, el motivo principal por el que existe la Celac, brilló por su ausencia. Lo que prevaleció fue una integración verbal, una fusión de efusiones: todos los que tomaron la palabra estuvieron de acuerdo en eludir los temas que importan, hacer caso omiso de la razón de la convocatoria y, en cambio, manifestarse con las mismas palabras sobre el enemigo exterior.
Esta era una buena oportunidad para hablar, más bien, de cómo, en el ambiente proteccionista y xenófobo que reina, América Latina va a impulsar la globalización practicándola y promoviéndola, y de cómo avanzar con las reformas para que sus mercados adquieran mayor dinamismo y pueda reducirse esa emigración constante que será cada vez menos bienvenida en Estados Unidos (Venezuela, por ejemplo, ha exportado a ese país a cientos de miles de ciudadanos que huían del infierno).
La verdadera razón por la que hubo tantas ausencias en la reunión de la Celac (además de los asuntos internos) es que hay hoy día en la región, en países con peso político, económico y demográfico, gobiernos -buenos o no- que tienen muy poco en común con la demagogia populista en que este tipo de reuniones se han convertido en América Latina.
Por lo pronto, es muy elocuente sobre la poca sintonía con el mundo moderno que tienen algunos gobernantes de la región el que no se haya dado un espacio relevante a la discusión sobre qué hacer en vista de la retirada de Estados Unidos del “Trans-Pacific Partnership”. Aunque esto afecta sólo a tres países latinoamericanos, los asistentes a la cumbre hubieran podido, con un poco de visión, proponer una respuesta creativa por parte de la región con iniciativas audaces relacionadas con la globalización.
Una cumbre integradora no es una tribuna para la jeremiada y la diatriba, sino un espacio que debería servir para impulsar iniciativas modernas y ambiciosas, y un escaparate para que el resto del mundo se haga una idea más cabal de qué tipo de ideas y valores informan hoy a quienes manejan los Estados de esta parte del mundo.
No se puede, sin embargo, pedir a una reunión de gobiernos lo que esos gobiernos no hacen individuamente. El problema, pues, no son las cumbre sino la realidad política latinoamericana. Ella está cambiando poco a poco gracias a que la demagogia populista va siendo reemplazada por algo mejor (no necesariamente ideal, sino mejor). Pero lo que falta es que esos nuevos gobiernos tomen la batuta de la integración y hagan sentir su peso a escala regional, empezando por las cumbres (las que valgan la pena, quise decir).
- 23 de julio, 2015
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